Federico Echeverría¹
Los restos de construcciones arqueológicas de antiguas civilizaciones mesoamericanas, o anahuacas, que yacen aledaños o inclusive dentro de la mancha urbana del Municipio de Puebla (Manzanilla, Cerro del Marqués, Amalucan, Cerro Azteca, Flor del Bosque, Tepalcáyotl, Tres Cerritos y Pueblo Nuevo)² representan, por sí mismos, la expresión arquitectónica de nuestros antepasados. Su significado va más allá de “simples ruinas”, pues son contenedores de tradiciones y cultura que han logrado sobrevivir al embate de más de 500 años.
Los vestigios arquitectónicos escenifican miles de manos invisibles que sostienen un universo plagado de tradiciones, ritos, educación, sistemas de justicia, alimentario, cultural, médico, guerrero, místico y de tradiciones integradas al entorno natural. Los amores y desamores; las hazañas prodigiosas o los fracasos de los vencidos; las curaciones excepcionales o las muertes gloriosas; el ximiximati (conócete a ti mismo); la moteopeyotsi (meditación); los cuícatl (cantos y poemas sagrados); la danza, las coplas y tonos del rezandero; los ritmos del huehuétl (tambor); las ocarinas que imitaban el sonido de las aves; las palabras firmes del temachtiani (maestro) en el calmecac y el telpochcalli para construir, poco a poco, la personalidad de los estudiantes, es decir, “dar rostro propio y corazón verdadero”; los sabios consejos de los ancianos o huehuetlatolli (la antigua palabra), que rememora el conocimiento de los viejos abuelos y las formas en que “han de vivir”, traslada, así mismo, desde “allá en el pasado” al “aquí y ahora” en el presente la voz del maestro y las preguntas ágiles de los aprendices; las propiedades curativas de las plantas y la gran sabiduría del tícitl (médico), que hacía del estudio de la enfermedad, la curación del cuerpo y del espíritu, o que orientaba al que no encontraba “sentido de vida como proyecto de destino” una armonía mística.
Ofrendando copal en Poposchcomi. Junta Auxiliar Ignacio Romero vargas, "cerro" de citlaltepetl. 2020. Foto de Patricia Zavala Gutiérrez.
Las piedras que veo frente a mí susurran. Dicen los que saben, los tlamatinime, que la piedra habla historias con murmullos de voces antiguas en náhuatl, otomí, totonaco, maya, purépecha…, de los “tiemperos”, los que se comunican con las nubes o hacen llover. Cuentan, en un “ritmo cantadito”, historias de proezas, de gente que se creía, se transformaban en animal, “los nahuales”, o de niños que traían el “don” de la curación. Que, si lloraba en el vientre de la madre, podría “curar”; que, si se “ausentaba” del vientre de la madre por la noche su tonalli, o alter ego, su espíritu o energía vital, el niño(a) traía el “don” para curar; que, si se transformaba en una bola de fuego que jugueteaba por los cerros traía el “don”; que, si nacía con dientes o con el saco amniótico cubriendo su pequeño cuerpecito traía el “don”.
Recuerdo aquello años cuando veía el teocalli³ del bosque de Manzanilla que hoy ha sido absorbido por la urbe y, me preguntaba –o tal vez escuchaba el susurro del teocalli que mágicamente me indujo a respetar y amar las “voces de los predecesores” tocando a la piedra– si alguna vez el ser humano podría, por el estudio de las construcciones antiguas conocer el pasado cultural y hacer el presente glorioso.
Fue entonces que conocí, poco a poco, la Arqueoastronomía, disciplina que conjuga el conocimiento de los astros y la arqueología; es el estudio de las construcciones que nuestros ancestros crearon para explicar el conocimiento de los calendarios, la relación del sol, la luna y demás planetas o constelaciones, y su influencia en la vida sociopolítica, cultural y religiosa de nuestros pueblos originarios, la siembra y los ritos.
Grupo de ciudadanos saludando a los rumbos. Junta Auxiliar Ignacio Romero vargas, "cerro" de citlaltepetl. 2020. Foto de Patricia Zavala Gutiérrez.
Caminando ando y percibo –porque la toco- con todos mis sentidos, la sabiduría que la piedra me comparte, me hace uno con mis ancestros y, por ello, no me canso de caminar por los municipios y colonias para, “despacio que tengo prisa”, compartir con los vecinos del lugar, los mensajes de cientos o miles de años atrás que llenaron de vida los lugares que ahora piso, e invitarlos a preservar el espíritu de quienes nos dieron herencia; sin haberle pedido permiso a esta tierra que seguramente sobrevivirá, aunque ustedes y yo no estemos aquí.
Nochipa ipan noyoltzin
“Siempre en mi corazón”
¹ Lic. en Psicología, pasante de filosofía, Maestría en Ciencias Penales con especialidad en Criminología (inacipe), Doctorando en Criminología.
²Aquí cabe mencionar el estupendo trabajo que se ha realizado en la preservación de nuestra cultura originaria por parte del Centro de Investigación Anahuaca de Sabiduría Ancestral.
³Construcción para hacer rituales de meditación o de agradecimiento al “dueño del cerca y del junto”, al universo, al sol, la luna, los elementos, etc. La palabra teocalli viene de teo: energía creadora, y calli: casa. Al teocalli a veces se le llama erróneamente pirámide, más bien se denomina, teocaltzocualli “lugar donde se preserva la energía creadora”.