Hacer presente hace 35 años al Centro Histórico de la ciudad de Puebla en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura fue vestirla de colores cálidos, de amarillo, naranja y rojo, de sus cúpulas y petatillos y, a su vez, redescubrir, a través de su mayólica, las trazas del blanco y del azul, para que nuestro ojo la percibiera y encontrara atractiva y bella, compartiendo su patrimonio cultural a través de sus monumentos, su urbanismo, su gastronomía, sus fiestas y su gente, visibilizando su muy noble y leal cuna. Pero también, a través de su heroico pasado, ha afianzado su posición y prestigio compartiendo su identidad, la cual es producto de una evolución, donde se encuentra una serie de cambios urbanos, sociales y culturales. En relación con ello, la ciudad de Puebla ha logrado múltiples reconocimientos, ya que la simbiosis entre su territorio y sus habitantes ha traído beneficios mutuos.
La frase que se encuentra en el documento que testifica el nombramiento del Centro Histórico de Puebla como Patrimonio Cultural da cuenta del reto y compromiso que tenemos ante ella: “la inscripción a esta lista confirma el valor excepcional y universal de un sitio cultural o natural que debe ser protegido para el beneficio de la humanidad”.
Este nombramiento denota hidalguía para los habitantes de Puebla; orgullo que debe ser equitativo con la responsabilidad de conocer, apreciar y proteger el espacio urbano, sus monumentos y sus usos y costumbres, así como solventar las diferentes demandas de sus visitantes, que buscan comodidad y contemporaneidad en los servicios que ofrece el Centro Histórico, engalanado con “ajuares de diversos colores” que dan a sus calles una estructura armónica, digna de ser un patrimonio reconocido por el mundo.