Jesús Barrientos
Diseñador gráfico
Nuestra Puebla de los Ángeles ha contemplado el garbo de una buena cantidad de plumas y tintas, entre siglos y distancias, como aquellas de Elena Garro, Gutierre de Cetina, Ángeles Mastretta, Pedro Ángel Palou, Héctor Azar, Carmen Millán, Carlos de Sigiienza y Góngora, Sergio Pitol, por mencionar algunas.
Pero esas no son las únicas letras que han acompañado a la Angelópolis durante su existencia; también están las “otras letras”, esas que se asoman entre callejones, perdurando en los muros que sobrevivieron a los tiempos bélicos, que como seres de tiempos lejanos nos miran detrás de los dinteles de distintas épocas.
Letras majestuosas que evocan lo virreinal, entre formales e imaginarias, que no son exclusivas de Puebla pero que abundan en letreros y fachadas, como las del bohemio Barrio del Artista, junto con un amplio abanico de góticas estilizadas.
Aquellas otras letras de Puebla que en una danza de materialidades fácilmente transmutan entre pintura de esmalte, perfilados de acrílico, marquesinas luminosas con bulbos, neones y ledes, vinilo adhesivo cortado en máquina y a mano, lonas impresas, antiguos cartelones de gran formato encolados a la pared, pan de oro aplicado en vitrinas, caracteres isométricos de metal y de madera, de lámina rolada, de yeso y escayola; cientos, incluso miles, de manos involucradas en la producción de letreros que han revelado las más variadas actividades de los poblanos. Letras que durante siglos convidan mensajes a nuestra cotidianidad.
En distintos puntos del Centro Histórico aún podemos encontrar fantasmas, que no es eufemismo sino el término adecuado para describir los entornos rotulados, vestigios de letreros del ayer que a veces se asoman entre las capas de pintura que han tratado de ocultarlos, como el de la Vinatería del Jardín, actualmente expuesto en el local del portal Morelos, justo en la esquina de la 2 Sury la 3 Oriente.
La memoria de estos letreros monumentales también se ha conservado, afortunadamente, en escenas fotográficas que de inmediato nos transportan a los tiempos de los bisabuelos que se pasearon por los portales del Zócalo, y que contemplaron un sinfín de anuncios en distintas épocas, como el que daba nombre al portal Iturbide, hoy Juárez, testimoniado en fotografías de finales del siglo XIX, o aquellas imágenes de los años cuarenta donde se observan letreros luminosos del foto estudio de Carlos Rivero en un contundente estilo art nouveau, o el de la Casa Balcázar con sus letras en degradado, o el majestuoso rótulo vertical con letras estilizadas que van de lo toscano a lo ornamental del Hotel Royalty.
En la2 Oriente se han retratado los letreros de la cantina La Puerta del Sol y el monumental letrero de AGFA Foto, en la esquina de la 2 Norte donde hoy se encuentra una Farmacia del Ahorro. Sobre la misma calle merodean rótulos de sastrerías, comercializadoras, la Farmacia Ibáñez y resalta la marquesina vertical del Hotel del Pasaje, vecina de la vidriera artística que aún sigue mostrándonos un azulado escudo de armas de la Puebla de los Ángeles con la firma modernista de Claudio Pellandini de principios del siglo XX.
En una de las primeras películas mexicanas, y probablemente la más célebre del cine mudo nacional, El automóvil gris, dirigida por Enrique Rosas en 1919, aparecen escenas filmadas en la avenida Ayuntamiento, llamada después Maximino Ávila Camacho y hoy Juan de Palafox y Mendoza, y se puede observar un edificio con los rótulos de Hotel Arronte y Cine Olympia, espacio que actualmente alberga la biblioteca José Revueltas de la BUAP. Justamente el edificio Arronte conserva la muestra de uno de los estilos más tradicionales en inscripciones artesanales angelopolitanas: una placa de mosaicos de talavera que da cuenta del tiempo en que dicho espacio fue la Vicerrectoría de Docencia y la Dirección General de Bibliotecas de la BUAP durante los años 90 del siglo XX.
Ese tipo de letreros talaveranos podemos encontrarlos por todo el centro, dentro y fuera de las edificaciones como la placa en la facha- da de la Casa Raboso a la memoria del ilustre maestro don Salvador Morales de 1915, en letra con patines filiformes, muy cerca del Parián; el “Corrido de Puebla”, escrito por José Recek Saade, dentro del Teatro Principal, hecho con azulejos de Casa Padierna; el testamento de don Juan de Palafox y Mendoza en el costado derecho de la entrada a la Biblioteca Palafoxiana; la conmemoración luctuosa del químico don Manuel Ibáñez Guadalajara, fundador del Club Rotario de Puebla, manufacturada por Uriarte Talavera en 1970, en la 6 Norte y Palafox; el testimonio de la fundación del primer periódico editado en Puebla, La Abeja Poblana de don Juan Nepomuceno Troncoso, también de Uriarte Talavera, de 1968; el homenaje al compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marin, “El Jibarito”, compositor de Que chula es Puebla, hecho en 2018; la memoria del doctor Gonzalo Bautista por la Unión de Artes Plásticas del Barrio del Artista en 1953, elaborada por Talavera La Concepción; la apertura de la Casa del Voceador en el interior del edificio de El Sol de Puebla, inaugurada el 18 de noviembre de 1965, con talavera de Rugerio, por mencionar algunos entre cientos de ejemplos de azul y blanco, en diáspora de letreros góticos, modernistas, ornamentados y románticos, eternamente unidos en mayólica e historia a través de sus letras.
Atención especial merecen los locales alrededor del antiguo mercado La Victoria, frecuentados por generaciones de poblanos, que socorridos con su diversidad de productos los conocen bien; la mayoría conserva sus nombres en las placas que coronan cada entrada, en verde, blanco o dorado, con mayúsculas de estilo mestizo entre gótica textura y rústica romana, complementadas con letras ligadas, formas tipográficas imitadas de computadora, letras geométricas, grotescas, humanistas, con y sin patines, trazadas en lonas, antiguas pinceladas expertas repintadas por instinto tantas veces que casi pierden la forma original, pero nunca su misión comunicativa.
La evidente y caótica combinación de estilos cruza enteras, de Reforma a Palafox, de 5 de Mayo a 16 de Septiembre, todas las poniente-oriente y norte-sur, siendo apenas punto de partida para incluir las acotaciones del siglo XIX, el registro de los tantos nombres que han tenido nuestras calles, almacenes de antaño, mueblerías, oficinas, escuelas, templos por dentro y por fuera, droguerías de oficio modernizado, tiendas religiosas, restaurantes, cantinas, tiendas de bicicletas, talleres de reparación de todo tipo de máquinas, distribuidoras de alimentos, suplementos, boneterías, perfumerías, camiserías, ropa infantil, de bautizo, primera comunión, quince años y bodas, dulces típicos, tiendas de regalos y novedades, y ocasionalmente de importaciones mundiales.
El nuestro es un Centro Histórico textual que puede explorarse por campos semánticos, títulos, índices, capítulos, versos y sagas. Y es que esas formas, didonas y texturas caligráficas, tipográficas y rotuladas, hacen de Puebla de los Ángeles un palimpsesto improbable con tantos estratos como los años que han transcurrido por este espacio donde diariamente existimos, discretamente, como un secreto apenas sugerido entre murmullos de letras que desde siempre nos habitan, en tanto que ocasionalmente nos cruzamos con ellas.