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Dossier

Percibiendo la ciudad. Experiencias sensoriales urbanas en el Centro Histórico de Puebla

Mariana Figueroa Castelán

Anita (como la nombran aquellos que la conocen) tiene 80 años, es oriunda de la ciudad de Puebla y toda su vida ha habitado una bella casa de la calle 7 Norte, que actualmente comparte con su hija, su nieta y su bisnieta. Todos los miércoles de cada semana durante 60 años, Anita —sola o acompañada— camina el Centro Histórico: “Me dicen que camino rápido, pero en un lugar donde hay tanta gente es normal caminar así; sin embargo, lo veo todo, conozco tan bien el centro que me doy cuenta de lo que va cambiando, y si no lo veo, lo siento”¹.

    Las ciudades globales de hoy en día son observadas a la luz de una perspectiva desarrollista dominante que, ante intenciones claramente económicas, va desdibujando el amplio abanico existente de formas de vida que, en conjunto, hacen posible sus particularidades históricas, accionadas por las relaciones sociales que sus habitantes inter y transgeneracionalmente establecen entre ellos, por supuesto, pero sin duda también con todos los elementos materiales e inmateriales, tangibles e intangibles, físicos y simbólicos que las constituyen. Estas relaciones no son solo comerciales o políticas, sino también estéticas y, sobre todo, afectivas, en el entendido de que mi relación con la ciudad está mediada por mi cuerpo; las experiencias y situaciones de mi cotidianidad urbana son, antes que racionalizadas, percibidas y llevadas al campo de las emociones, y desde ahí otorgamos significado a los espacios y tiempos de la ciudad.

 

La ciudad es cuerpo y el cuerpo es ciudad

 

Es esta la gran premisa de Richard Sennett (1997), sociólogo estadounidense de mediados del siglo pasado, para quien el estudio de la ciudad tendría que recaer en el análisis de sus formas sociales y el efecto que en el individuo tienen. Para este autor, las ciudades modernas son el resultado de un pensamiento racional occidental que se basa en la comprensión del cuerpo humano y sus funciones, para proyectar las formas urbanísticas desde las cuales habrán de construirse. Es por ello que la ciudad-cuerpo cuenta con venas y arterias (calles y avenidas, así como sus flujos) y un corazón (plaza central, en donde, por lo general, se concentra el poder político y/o religioso), encargados de hacer funcionar a la ciudad-cuerpo, la cual también mira y habla porque tiene ojos y voz que se concentran en los espacios públicos y de socialización.

    Por otro lado, el cuerpo-ciudad es aquella incorporación de lo colectivo al ser, al individuo. Al ser un centro de dominio y control, esta es la encargada de orientar a los cuerpos a través de saberes instituidos formalmente, por lo que, independientemente de la constitución orgánica del cuerpo humano, los humores y las pulsiones tienen un trasfondo cultural que los ordena y jerarquiza; es decir, que les brinda significado en función de referencias muy particulares. Para Georg Simmel (1986), los cimientos ideológicos de la modernidad occidental están en nosotros, en nuestras mentes y cuerpos, en nuestras ideas y comportamientos, en nuestras formas de actuar y de sentir; la modernidad es una forma de experiencia vivida, encarnada, por lo que lo productivo-económico de la ciudad es, a su vez, estético, en tanto el impacto de lo material en las emociones, los estados de ánimo y el mundo sensible… el de los sentidos humanos.

    Es entonces que toda forma de relación, ya sea con otras personas, seres vivos o con espacios u objetos, está condicionada y resulta en estados sensoriales y afectivos que nos hacen actuar con cautela o confianza. Por eso, la vista no será el único medio perceptivo que nos relacione con la ciudad; lo que sucede a nuestro alrededor es captado por todos nuestros sentidos, dispositivos creadores y mediadores de las experiencias diarias (Figueroa, 2021). La relación con la ciudad, con sus espacios —públicos y privados—, con la gente, con el mundo material e inmaterial que la compone, hace posible una atmósfera sensible que va llenando de significados momentos y lugares, pero también colores, olores, sabores, sonidos, paisajes y texturas que dan forma a la vida urbana.


Experiencias sensoriales en torno al corazón de la ciudad

 

Sandra habita en un departamento de la 5 Poniente y 7 Sur. Ella trabaja como recepcionista en un hotel a una calle del zócalo desde hace 13 años. Aunque su recorrido, aparentemente, es el mismo durante toda la semana, Sandra identifica tiempos, lugares, ambientes² y personas que lo hacen distinto; lo vuelven agradable o molesto, seguro o peligroso, lento o acelerado, aunque aparentemente sean las mismas calles, casas y edificios, y digo aparentemente porque, para la vida urbana moderna, la innovación y el cambio son los pilares de su proceder. Sandra lleva su recorrido en la piel; puede observarlo, olerlo, escucharlo, tocarlo y hacer que un elemento de este retumbe en su memoria, y que la operación química del gusto impregne un sabor en la boca:

Hay muchas cosas que han cambiado y otras siguen igualitas, parece que el tiempo no ha pasado. Te puedo decir que la calle de mi casa es la más solitaria y hasta… lúgubre; me gusta mucho mi depa, pero que el hospital esté cerca también la hace fría y gris. Entre más te acercas al zócalo, la cosa cambia; hay más gente y ruido y eso lo hace distinto, menos triste. […] El zócalo, por ejemplo, es el que cambia un montón porque es lo que más le interesa al gobierno y siempre lo están arreglando y pintando. Los colores, por ejemplo, si el PRI está al mando entonces la iluminación del zócalo es verde, pero si está el PAN, la ponen azul y para mí el zócalo es gris, pero no el gris lúgubre de mi calle [risas], sino un gris histórico,³ de piedra, de construcción antigua. […] Cuando son las fiestas patrias, cambio de recorrido, solo unas calles, porque se vuelve imposible pasar por el Zócalo o la 5 de Mayo, igual que en Navidad o reyes, por la cantidad de gente, pero es cuando te das cuenta de que es tiempo de fiestas; el ambiente es distinto al de siempre, literal huele a Navidad o a México con la comida, te llenas solo de olerla; recuerdas a la familia y tu niñez y a cómo sabía el pozole de la tía Mago.⁴

 

La vida material, inmaterial y social del Zócalo. Puebla, 2022. Foto de Alejandro García Sotelo.

 

    Este esbozo de la cartografía sensorial de Sandra muestra cómo la experiencia individual se matiza con las formas de lo colectivo; sus sentidos se encuentran estrechamente relacionados con lo que la ciudad le presenta y, desde ahí, actúa, responde, concluye, elabora, recuerda; desde el marco dominante de lo urbano. Uno tiene lugares favoritos y otros que rechaza, que provocan desagrado o que nos hacen actuar con defensa, y estos argumentos perceptivos son los responsables de compartir tal información sensible como premisa central de la geografía de la ciudad.

Jorge, docente de universidad, menciona:

Todos piensan que la ciudad es el centro más caótico, es decir, el Centro Histórico, pero no, la ciudad es más que las cuatro cuadras a la redonda del Zócalo. Aquí todo es ruido y gente, mucho contacto físico y visual, te invade el comercio y el turismo. Creo que si te vas un poquito más allá de estas cinco mismas calles, la ciudad es distinta, ves otras cosas que los folletos turísticos no traen: la comida está mejor, es más barata, hay muchísimas tiendas para todos los gustos y no vas con el mar de gente.⁵

Pero, por su parte, Claudia de 17 años, estudiante de preparatoria, señala:

El transporte público me deja en la 14 y esas calles de por allá no me gustan, la gente es rara y te observa. Eso me hace sentir muy nerviosa, así que trato de caminar rápido, pero conforme me voy acercando al Zócalo se me va pasando, me va dando más confianza, e incluso puedo decir que me agradan. Por eso me quedo de ver con mis amigos a un lado de la catedral y ya de ahí nos movemos. Vamos a bares, cafés y a lugares donde haya mucha gente.⁶

  Para Simmel (1986), estas son las paradojas de las grandes ciudades: el movimiento de sus elementos no es el mismo para todos; sin embargo, las ciudades se planean como si lo fuera.

    Experiencias afectivas y sensoriales como las antes mencionadas responden a la relación cuerpo-emociones (tanto el cuerpo humano como el cuerpo-ciudad), relacionando la parte sentimental de la percepción con los procesos de cognición, resultando en estados afectivos que serán incluidos a la hora de definir un lugar:

Todos hablan muy mal de mi colonia que porque aquí roban y secuestran, pero no es cierto, quienes vivimos aquí sabemos que las cosas no son así. No te voy a decir que no hay inseguridad porque la hay como en todos lados, pero no más. De hecho, a mí me gusta mucho, me siento seguro porque conozco a los vecinos y ellos están al pendiente de mí y mi familia, así como nosotros estamos al pendiente de ellos. Toda mi vida he estado aquí y no me imagino en otro lugar; lo que se dice son rumores.⁷

    Lo seguro e inseguro o lo bello y lo desagradable son construcciones derivadas de los procesos de percepción individual que, sumados a discursos estratégicos de ordenación hegemónica (política, económica y mediática), derivan en contradicciones colectivas que, en el mejor de los casos, solo evitan el transitar o la proximidad con esos lugares, pero en el peor de ellos conlleva a formas de exclusión, segregación o discriminación.

 

Para cerrar

 

El gran problema antropológico de las ciudades se centra en el humano como sociedad haciendo espacio urbano (Sennett, 1997), y lo urbano, menciona Wirth (1988), es un modo de vida. Por ello, podemos decir que ese modo de vida se encuentra constituido por disímiles mundos sensoriales de entre los cuales dominan unos y se subordinan otros ante una arquitectura magnificente propia de las grandes urbes. La ciudad y sus lugares se construyen cotidianamente; las personas les asignan distintos usos, valores y en torno a ellos se crean lazos y diversas representaciones. Es por esto que, aunque el punto de partida sea el cuerpo individual, las dinámicas de socialización, relación y apropiación de los espacios nos encaminarán al complejo estudio del cuerpo social.

    Lo anterior se pudo confirmar con las experiencias sensoriales de Anita, Sandra, Jorge y Claudia, en el Centro Histórico de Puebla, donde lo que han percibido en su caminar, lo han llevado al campo de las emociones, otorgándoles significado a los lugares.

 

Sobre la autora

Mariana Figueroa Castelán. Docente-investigadora del Colegio de Antropología Social de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Coordinadora del grupo de investigación Espacios, territorios, lugares y procesos socioculturales, cas, buap. Miembro fundador de ÉTNOGRAF Gestión y Cultura A. C.

 

Bibliografía

  • Figueroa, Mariana, “La construcción sensorial de dos habitares urbanos: experiencias olihápticas desiguales en el sur de la ciudad de Puebla”, tesis de doctorado en Antropología Social, Puebla, BUAP, 2021.
  • Sennett, Richard, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Madrid, Alianza Editorial, 1997.
  • Simmel, Georg, Sociología, 1 Estudios sobre las formas de socialización, Madrid, Alianza Editorial, 1986.
  • Wirth, Louis, “El urbanismo como modo de vida”, en Mario Bassols et al. (comps.), Antología de sociología urbana, México, UNAM, 1988, pp. 162-182.

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  1. Ana C., testimonio. Puebla, 2017.
  2. Categoría descriptiva recurrente para las personas entrevistadas y la cual hace referencia a la interpretación en conjunto de los elementos sensibles interactuando en un espacio-tiempo particular, incidiendo en estados de ánimo, comportamientos y modulaciones sensoriales.
  3. Categoría descriptiva creación de la informante. Cursivas mías. 
  4. Sandra M., testimonio. Puebla, 2018.
  5. Jorge, L., testimonio. Puebla, 2018.
  6. Claudia, T., testimonio. Puebla, 2022.
  7. Marcos, F., testimonio. Puebla, 2017.