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Dossier

La Plaza Mayor: ¿centralidad metropolitana para el consumo o espacio de integración socioespacial?

Francisco Valverde Díaz de León

Hoy resulta pertinente observar y abordar las dinámicas que suceden entre los espacios centrales de nuestras ciudades, en particular los objetivados por la Plaza Mayor1, ya que son poseedoras de funciones y representaciones socioespaciales equivalentes. ¿La razón? La manera en que las acciones y los procesos transformadores de la ciudad se han encargado de ir desagregado valor en el conjunto de la ciudad. Sin embargo, en este escrito se plantea que es posible sostener, desde la perspectiva del territorio que estructuran, su contribución como espacios de cohesión e identidad entre sus habitantes.

    Lo primero que hay que señalar es que, para este texto, la expresión “Plaza Mayor” hace referencia tanto a aquellos objetos arquitectónicos que dotan de forma a la misma plaza, como aquellos otros, de escala urbana, que tienen la capacidad de estructurarla.

    Además, las categorías físicas que argumentan el propio espacio arquitectónico y urbano, son insuficientes por sí solas para delimitar su relevancia como espacio patrimonial. Es necesario que estén estrechamente vinculadas con la dinámica humana, demográfica y económica que les dan razón de ser.

 “Hablar de patrimonio, por tanto, implica relacionar la física, arquitectónica/urbanística, con la actividad, económica/social, ya que es mediante una correlación entre espacio y actividad humana como se entiende lo histórico heredado, en su calidad de preexistencia sobre la que va a descansar un nuevo ciclo productivo.”2

    La noción del espacio público patrimonial es, entonces, una obra colectiva y un bien común del que todos deben de participar desde las necesidades percibidas, así como del uso y disfrute de la ciudad, entendida como la entidad urbanística compleja.

    A partir de estas consideraciones, se explica el comportamiento que han tenido estos espacios, sus paralelismos, diferencias en su gestión y apropiación de quienes los utilizan desde las escalas local y metropolitana. En particular, se abordará el caso de la Plaza Mayor de Puebla y su correspondiente a la de la ahora Junta Auxiliar de San Francisco Totimehuacán. Para estos casos, reconocemos que sus plazas son espacios fundantes y ordenadores de sus localidades, cercanas territorialmente, contemporáneas en su creación e interdependientes en su función.

   Puebla, como entidad urbana colonial, se caracterizó por ser un núcleo destinado a los conquistadores-empresarios y delimitado por barrios indígenas, población destinada al servicio de la ciudad. En su plaza, se edificaron representaciones de los poderes político, religioso y comercial, mismas que rodeaban una gran explanada que, hasta el proceso modernizador de la ciudad, en 1863, era espacio que enriquecía la vida misma de la ciudad. Algunas de las actividades que se involucraron fueron el ejercicio del poder político y religioso, intercambio de bienes de consumo, celebraciones cívicas, religiosas y populares y, desde luego, un espacio para el encuentro y ocio.

    Totimehuacán, con la ayuda de los tlaxcaltecas, fue sitiado y dominado por los españoles alrededor de 15203.. Las primeras menciones de este territorio fueron hechas por Juan de Salmerón en agosto de 1531, en una carta dirigida a la Reina Isabel de Portugal. En esta misiva, reconoció la grandeza de esta provincia y solicitaba al Congreso de Indias que, con la fundación de Puebla de los Ángeles, se respetara la extensión territorial de Totimehuacán. 

    La respuesta fue una Orden Real para que se respetasen los derechos de los indígenas sobre sus propiedades4. Con la fundación del convento de San Francisco, se impulsó el trazo y diseño de la ciudad, lo que consolidó su plaza principal, estructurada por el convento; su propio cabildo y además un portal de mercaderes.

    Al igual que en Puebla, la diversidad de funciones en la explanada se vinculaba a la complejidad de la vida de sus habitantes: comercio, celebraciones cívicas-religiosas, festividades populares y espacio de encuentro. Su interdependencia se identificó por su comercio intensivo y por su abundante producción agrícola.

    Los procesos de modernización de las ciudades transformaron sustantivamente su concepción fundacional, especialmente bajo la rectoría del sistema económico del capital. Este cambio se visibilizó a partir de quiebres tecnológicos, como lo fue la llegada del ferrocarril a la ciudad de Puebla, así como proyectos de embellecimiento, como el ajardinamiento de su plaza; pero, sobre todo, la evolución fue visible por un nuevo modelo de vivienda segregado.

  Con la llegada del automóvil, acompañada de la pavimentación de calles y proyectos carreteros5 que apostarían por una ciudad modelada bajo los principios de la articulación velocidad-distancia, la capital se extendió sin ningún límite.

    Incursión tecnológica, desagregación funcional, extensión del espacio urbano, reducción del territorio rural, vaciamiento de la ciudad heredada como lugar de habitación y creación de nuevas formas de vivienda, entre otros, han sido elementos que han reconvertido el espacio simbólico de la ciudad de Puebla y, en menor grado, a San Francisco Totimehuacán. Hoy se les entiende en un territorio compartido: poner en valor ciertas piezas monumentales para la creación de “espacios teatrales” que reclaman, en consonancia con dicha condición, una ciudad que parece ser solo para el consumo de algunos sectores de la población y de visitantes.

     Las intervenciones programadas —y en muchos casos, ejecutadas— no tendrían ninguna objeción, si no fuera por la marcada intencionalidad de la elitización de su uso; mediante este proceso, se introdujeron formas y valores propios de un determinado nivel socioeconómico o incluso de una forma de pensar las relaciones sociales. La Plaza Mayor de Puebla y, a su escala, la de Totimehuacán, aunque abiertas a todos, tienden a ser consumidas en realidad por aquellos sectores que disponen de cierta posición socioeconómica.

    En la relación interdependiente urbano-territorial entre Puebla y San Francisco Totimehuacán, es necesario visibilizar la reducción en valor que ha sufrido esta última en el proceso de metropolización de la región. Fue absorbida política y administrativamente por la centralidad de Puebla, en 1962 -al menos de manera formal-, a través de la creación de juntas auxiliares. Esta decisión formulaba la dotación de territorio para la extensión de la metrópoli bajo el estricto control de la capital.

  Espacialmente, hay evidencias de la afectación en la vocación y estructura territorial: de ser predominantemente agrícola, su economía se ha ido “terciarizando”. A la vez, se ha poblado de manera dispersa a partir de la edificación de vivienda que replica la conurbación de Puebla.

  Aun con eso, la población de San Francisco Totimehuacán ha mantenido expresiones de resistencia ante ese sometimiento. Esto ha generado auténticos procesos de representación popular que mantienen usos de suelo primarios en áreas que todavía tienen condiciones para ello. Además, se han nutrido tradiciones culturales ancestrales que tejen el espacio habitable y las relaciones  comunitarias.6

   Es aquí en donde el papel de la Plaza Mayor adquiere un carácter eminentemente popular. Esto, debido a que está vinculada, espacial y socialmente, a estas actividades que suceden en la localidad, además de incorporarse a los requerimientos demandados desde la realidad urbanística de la zona.

     En contraste, la plaza de Puebla ha ido en sentido opuesto a esta directriz. Como centralidad metropolitana, es una réplica de lo que sucede en el resto del territorio. Su práctica urbana está caracterizada por el consumo insensato de suelo, la explotación irracional de recursos naturales y la materialización de injustas diferenciaciones sociales, visibilizadas por la carencia de servicios básicos para la mayoría de su población.

    Está claro que un palacio de gobierno ha sido financiado por dinero público o, en su momento, por un personaje acaudalado de la ciudad. No obstante, su permanencia en el espacio de la plaza, a lo largo del tiempo, está más relacionada con la presencia de las clases sociales populares que con la voluntad expresada por parte de sus antiguos promotores. Es necesario recordar que los sectores más favorecidos han abandonado estos bienes en momentos históricos concretos, en la medida en que prescindían, al mismo tiempo, de la ciudad que, hasta entonces, constituía su marco de vida más  habitual7.

    Así, esta práctica se corrobora con el traslado de los servicios del gobierno del estado al nuevo Centro Integral de Servicios (CIS), en la prestigiada zona de Angelópolis. Con este emplazamiento, se contribuyó a la desagregación de la complejidad funcional y de significado a la Plaza Mayor y del denominado “Centro Histórico”.

   Los efectos son el “vaciamiento” de funciones de servicio, lo cual acelera la transformación de este lugar como espacio de habitación y, al mismo tiempo, una selección de nuevas representaciones de poder que se alejan, cada vez más, de aquellas zonas que estaban al alcance de la mayoría de la población. Con ello, emergen ahora nuevos restaurantes distinguidos, tiendas sofisticadas y viviendas exclusivas.

   En nuestro planteamiento, la Plaza Mayor es, efectivamente, un espacio conformado por arquitecturas que le dan forma, pero que, al mismo tiempo, está vinculado ineludiblemente a la estructura urbana que le da categoría de entidad urbana, más allá de la individualidad como plaza. En el caso de Puebla, esta cualidad se ha ido desdibujando y tiende a quedar como un espacio patrimonial asilado de las dinámicas del conjunto metropolitano.

    Esto es visible en la dinámica social, demográfica, económica y urbana que se introduce en cada edificio, en cada local que abre en función de una operación inmobiliaria que aparece como de gran alcance. Para San Francisco Totimehuacán, existe el riesgo de permanecer paralizada, hundida e incluso con tendencia a desaparecer, a pesar de su dinámica demográfica y cultural prevaleciente. ¿No será más que un acto mediante el cual el bien patrimonial de la plaza será “expropiado” al conjunto social que se ha encargado de su custodia? Esto nos lleva a pensar que recuperación y expropiación constituyen el mismo acto.

     Al final, el tipo de planeamiento urbano que se formule para la metrópoli la cual cuenta con plazas centrales que han sido incorporadas, es el que determinará el papel de estos lugares. Esto ocurrirá de manera independiente a la riqueza histórico-monumental que expresan dichos lugares.

    En este sentido, es más importante la serie de circunstancias históricas que hacen de los lugares sitios de actividad acorde con su ubicación central, que la existencia de piezas monumentales aisladas que se recuperan para utilidad y valoración de muy pocos.

 

Sobre el autor

Francisco Valverde Díaz de León. Arquitecto egresado de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, Maestro en Educación Humanista y Doctor en Ciudad Territorio y Patrimonio por la Universidad de Valladolid, España. Académico de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de Puebla.

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  1. Ahora se nombra coloquialmente como “Zócalo” a cualquiera de las plazas principales de las ciudades mexicanas, en particular las fundadas durante la colonia. Habrá que recordar que durante el siglo XIX sólo a la Plaza Mayor de la Ciudad de México se le atribuyó este sobrenombre cuando se edificaba (1843). Precisamente, fue el Zócalo que recibió una escultura conmemorativa de la independencia de México, ordenada por el entonces presidente Antonio López de Santa Anna, a cargo del arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Por problemas económicos, políticos y militares, en 1845, se abandonó la obra y sólo se pudo edificar la base circular.
  2. Álvarez Mora, Alfonso. "El mito del Centro Histórico. El espacio de prestigio y la desigualdad", Universidad Iberoamericana Puebla, BUAP Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Valladolid Instituto Universitario de Urbanística, 2006, p. 139.
  3. Delgadillo, Polanco Víctor, Castro, Marín Margarita, Pinto, López Alejandro, Rosales, Cardoza Eva, Vargas, Cabrera Edgar, Bonilla, Fernández Rosa, García, Guerrero Miguel, Morales, Hernández Leticia, Vázquez, Serrano Ángel y Rosales, León Jesús. "Centro Histórico, San Francisco Totimehuacán" (Tesis de pregrado), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 1984, p. 17.
  4. Rivero Carvallo, José. "Totimehuacán. Convento y templos franciscanos", Puebla, México, Impresos López, 1961, p. 40.
  5. Observar la penetración en el tejido urbano de Totimehuacán: la carretera que conduce a la presa de Valsequillo.
  6. Prevalece la organización de mayordomías barriales y las celebraciones patronales a lo largo del año; procesiones en calles concéntricas a la Plaza Mayor, tal como el Via Crucis, la Circular de la Divina Providencia, así como las celebraciones cívicas y populares acompañadas de su singular gastronomía.
  7. Ibid., iii, p. 143.