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Enfoque al patrimonio

El Museo Santa Mónica de Puebla

Primeros testimonios *

Sergio Moisés Andrade Covarrubias¹

Sala de terciopelos. Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica. Sala de terciopelos. Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.

La historia del Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica cuenta con un destacable cúmulo de textos, desde investigaciones de alto nivel hasta importantes trabajos de divulgación. Entre sus autoras y autores encontramos a Salazar, Toussaint, Medel, Augusto Solís, Irlanda Patricia Ochoa, Elisa Ávila, Jesús Joel Peña, Adriana Alonso y Cecilia Vázquez. No podemos olvidar los trabajos producidos por el seminario Reconoer, que aglutina a varios estudiosos de la historia del arte. Por esto mismo, en el presente artículo se evitará repetir lo que estos, y otros investigadores, dignamente han dejado plasmado en sus escritos, los cuales pueden ser consultados tanto en papel como en formato digital. Mi propuesta se encamina a dejar constancia de las perspectivas de dos escritores contemporáneos a la transformación del convento de Santa Mónica en museo. Cabe destacar que este museo es uno de los primeros en el país en ser administrado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, lugar lleno de leyendas alucinantes, así como de una larga historia, desde sus orígenes como convento en 1688 hasta su apertura como museo en el año de 1935.

Sala de retratos de monjas. Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.

Estos dos testigos de los primeros años de funcionamiento del Museo de Santa Mónica no podrían ser más disímbolos. Por un lado tenemos a una jovencísima y liberal reportera oaxaqueña, llamada Arcelia Yañiz, quien daba sus primeros pasos en el periodismo, aventurándose a venir a la ciudad de Puebla en búsqueda de las oportunidades que se le negaban en su tierra natal. Por el otro, Graham Greene, un avezado y famoso escritor inglés, transido de un catolicismo tan acendrado como ambiguo, que buscaba respuestas a la feroz persecución sufrida por el clero católico por parte del gobierno mexicano, aunque sospechoso de trabajar en realidad como espía para su majestad británica. Como sea, en ellos encontramos a dos personajes que dejaron sendos testimonios de los primeros tiempos del Museo de Santa Mónica, repletos de un lenguaje descriptivo y elocuente que nos permite observar, con otra luz, las circunstancias de su apertura. Sin lugar a duda, hoy en día, el Museo de Arte Religiosos Ex Convento de Santa Mónica es uno de los más atractivos para el público, no sólo de la entidad sino del país.

 

LA JOVEN REPORTERA

A mediados del año de 1935, poco tiempo después de ser abierto al público el Museo de Santa Mónica, la señorita Yañiz escribió una serie de reportajes donde daba cuenta de su visita al mismo. Sobresale no sólo la juventud de la periodista —escasos 17 años—, sino también su involucramiento en la política poblana, a pesar de ser una recién llegada. Al respecto, cabe destacar que fue suplente de Antonia González (obrera de la fábrica de medias “La Corona”, propiedad de Guillermo Jenkins), la primera regidora que hubo en el Ayuntamiento poblano, dentro de lo que se denominó “Ayuntamiento obrero” en el periodo 1936-1937.

Abocada a abrirse camino en la profesión elegida, se dedicó en nuestra ciudad a hacer, entre otros trabajos, crónicas y reportajes con las descripciones de diversos monumentos arquitectónicos para el diario “La Opinión”; entre ellos el referido a Santa Mónica. Estos últimos artículos aparecieron entre los meses de junio y agosto de 1935, transidos de un ánimo entre curioso y reverente sobre la vida conventual y el nuevo escenario expositivo.

Escalera Principal. Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.

Guiada por un “cicerone”, el señor Alfonso Ramírez, empleado de la Secretaría de Hacienda, la reportera recorre el edificio bajo el espíritu novelesco —o, mejor dicho, peliculesco— de un relato protagonizado por Sherlock Holmes, según sus propias palabras. Describe cada una de las salas, empezando por el despacho de la directora, acceso por el cual penetraron las fuerzas policiacas en su acción de cateo y posterior desalojo, siguiendo por una celda y dos salones con funciones de pinacoteca, donde se daban cita diversas obras con temas relacionados a la pasión de Cristo o a las vidas y hechos de santos y mártires, además de la rica colección llamada de las “monjas coronadas”. Sigue con la descripción puntual del retrato del fundador del convento, el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, el cual cubría la parte trasera de un altar de estilo plateresco. Sobre éste, olvidado en su huida por las monjas, el corazón del propio obispo que lo había donado a sus “hijas predilectas”, resguardado en un ostensorio dentro de una cajita de madera. El citado altar remataba la capilla donde se llevaban a cabo ciertos oficios dentro del convento y, a su lado, una especie de sacristía, donde se hallaban más pinturas, entre ellas algunas del famoso Miguel Jerónimo Zendejas.

Dentro de este cuarto, Yañiz describe un “paso secreto” que daba entrada al lugar utilizado por las madres “para vestirse, porque no deberían vestirse con luz”. En su perímetro, otra puerta secreta “que se abre como si fuera caja fuete” con paso a un salón largo y ancho que no es otro que el coro alto, ya que habla de un cancel desde donde podían escuchar las misas. Descendiendo de este lugar, se llega al coro bajo, donde se ubicaba, al fondo, “un pequeño cuarto oscuro”, es decir, la cripta donde descansaban los restos de las monjas fallecidas. Después de esto, otro cuarto pequeño para vestirse “y meditar sobre la muerte”, luego una pequeña biblioteca y, finalmente, la salida hacia el patio de las novicias.

Luego de una sucinta descripción de este jardín o patio, la cronista oaxaqueña pasa a visitar una sala que la impresiona vivamente (y que seguramente en su momento igual impresionó a los visitantes). Era una representación de la “última cena” con las figuras de los apóstoles en tamaño natural, sentados alrededor de una mesa, sobresaliendo Jesús entre ellos en ademán de dirigirles unas palabras. Ornando esta escena, se encontraban columnas de madera con ánforas de cobre y las famosas pinturas sobre terciopelo con diversos pasajes bíblicos, obra del pintor cholulteca Rafael Morante, las cuales, para protegerlas, recientemente habían sido colocados sobre sendos bastidores de madera.

Finalmente, como un remate adecuado a sus crónicas, doña Arcelia describe el jardín o patio de profesas, ejemplo único en la arquitectura conventual poblana, donde se extasía al dejar testimonio de la riqueza ornamental del azulejo de técnica de Talavera, el petatillo y los motivos que rematan sus arcadas, así como la fuente central que, con sus saltos cantarinos de agua, nos remiten a otros tiempos de sosiego y paz.

 

EL VIAJERO INGLÉS 

En la primavera de 1938, justo en el momento más álgido de la expropiación petrolera decretada por Lázaro Cárdenas, el notable escritor británico Graham Greene tuvo la encomienda de visitar nuestro país para estudiar y analizar las nuevas condiciones de la situación religiosa imperante después de la represión atosigante del periodo callista. De esta visita derivó su libro The Lawless Road (1939), editado en 1953 por primera en vez en español con el título Caminos sin ley, y que a su vez dio pie para uno de sus libros más emblemáticos: El poder y la gloria. El primer texto desató la ira de los lectores mexicanos, debido al tono tan duro en que se refirió a nuestro país, tanto en sus costumbres, formas de vida, vida religiosa y, sobre todo, el ejercicio autoritario del poder, aun cuando sólo se refería a una porción del territorio nacional.

Detalle del Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.

Sin embargo, en su paso por la ciudad de Puebla, el tono es más bien sosegado y hasta cierto punto positivo, al decir que “Puebla es la única ciudad mexicana donde me pareció posible vivir con cierta felicidad. Tenía algo más que la acostumbrada belleza ruinosa: tenía gracia”. Líneas más adelante se permite afirmar lo siguiente: “Lo que más me interesó en Puebla fue el convento secreto de Santa Mónica, donde el rotario norteamericano —un gringo que en ciudad de México le había comentado sobre el ‘convento escondido’— había creído encontrar los esqueletos de los hijos de las monjas. Es un lugar lúgubre y extraño; si tiene alguna belleza, es una belleza incomprensible para el mundo”.

Al igual que sucede con Arcelia Yañiz, el recorrido por el museo de Greene comienza en el comedor, donde se encontraba la “entrada secreta” por medio de la cual fue “descubierto” el convento. Asimismo, ya dentro del museo, su guía (de aspecto “regordete y dominador”) lo lleva a través del despacho de la superiora y después a lo que él denominó “dormitorio de la madre superiora”. Para llegar a la capilla, tuvo literalmente que arrastrase debajo de una escotilla o losa del fondo del único baño, donde se encontró en un oratorio con bancas perfectamente alineadas, con cuerdas y coronas de espinas sobre cada una de ellas. Al igual que Arcelia Yañiz, observó sobre un altar, pero dentro de una caja de vidrio, el corazón arrugado del obispo Fernández de Santa Cruz, fundador del convento, así como otras reliquias en el coro bajo (descrito como capilla), donde “una cantidad de corazones y de lenguas habían sido retirados de sus relicarios, y expuestos por ahí, algunos en tarros de vidrios con alcohol, otros simplemente amontonados en una bandeja, como pedazos de hígado; restos y recortes sin interés de personas muertas hacía tanto tiempo. De quién, nadie lo sabía”. Otro cuarto, coincidiendo con Yañiz, donde se retiraban a la contemplación y al lugar donde las enterraban. Para entonces ya se había abierto el osario —o “fosa común”—, exhibiendo algunos cráneos a guisa de propaganda.

En la planta alta, visitó la sala que exhibía las pinturas de terciopelo, las cuales también causaron una fuerte impresión a Greene, que dice de ellas que son “imágenes terriblemente idealizadas de las corteses agonías de Carlo Dolci. Los políticos se sentían orgullosos de estas pinturas; no encontraban ninguna belleza en el fondo oscuro, pero éstos valían por lo menos un millón de pesos, me dijo el guía”. Al bajar por la ancha escalinata llegan a los jardines, “llenos de árboles y de rosas”. Ambos jardines le parecen plenos de sol y perfume, así como de quietud y abandono. Al saber el guía que era católico, cortó una rosa, ofreciéndosela “para que recordara a esas pobres mujeres”, que habían sido exclaustradas para que el gobierno “masón” pudiera armar “una especie de museo contra Dios”.

Al tratar de recrear hoy en día las disquisiciones de ambos autores, salta a la vista inmediatamente el respeto hacia el lugar, aunque difieren en lo tocante a los guías: un funcionario federal en el caso de Yañiz y un hombre decrépito y mal vestido en el de Green. No obstante, el tono general de ambas crónicas, más allá de la constante repetición de la leyenda del sagaz detective que encontró el secreto para ingresar al convento, y lo fantasioso de otras consejas, es bastante coincidente en mantener una distancia ecuánime hacia la vida de las monjas, sin caer, en ningún momento, en fanatismos de algún tipo. Por supuesto que las diferencias con la distribución museística actual son muy grandes, aunque sobresale el interés que se mantiene incólume hacia las pinturas de terciopelo, con seguridad uno de los elementos buscados con avidez por nuestros visitantes.

Contrastar estos pasajes de los comienzos del Museo de Santa Mónica, además de los recuerdos de sus antiguos custodios, así como las experiencias de los actuales, incluyendo los cambios institucionales en cuanto a su organización y su museografía, validan el trabajo por encontrar una verdadera identidad de este espacio como uno de los puntales de la cultura poblana en toda la extensión de la palabra.

Vista del patio. Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.

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* "En memoria y recuerdo de Jesús Bonilla, amigo y maestro"

  1. Licenciado en Administración Pública y pasante en la Maestría de Historia, ambas por la Universidad Autónoma de Puebla, es actualmente el director del Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica.