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COMERCIOS CON TRADICIÓN

La sociedad de alfareros de la Luz

Daniel Herrera Rangel¹

Don Arturo López, gran maestro artesano. Foto de Daniel Herrera. Don Arturo López, gran maestro artesano. Foto de Daniel Herrera.

Don Arturo trabaja sentado en un rústico taburete, en uno de los desvencijados cuartos de esta antigua vecindad convertida en taller. En la pared, a sus espaldas, hay pegado un trozo de alfombra a manera de respaldo, y frente a él está la mesa de labor y el torno de motor, que gira incesante. El cuarto es pequeño, con el espacio apenas suficiente para otros dos taburetes similares, y se hace más pequeño por las piezas que habitan en todos sus rincones, piezas crudas que esperan su segundo cocimiento. En los muros, además de la foto de su padre, cuelgan decenas de vasijas de tamaños y formas variadas; son moldes, me explica, que se han ido acumulando a lo largo de las décadas. Sus manos, cargadas con la sapiencia de toda una vida en el oficio y depositarias del saber de seis generaciones de alfareros, moldean el barro con una habilidad impresionante. Mientras conversa conmigo, don Arturo va formando piezas alargadas y delgadas, a las que da forma con los dedos para realizar una especie de cilindros. En un rato realiza unas veinte piezas, única cada una de ellas pero sorprendentemente similares, y es evidente que es algo que podría realizar con los ojos cerrados. Son cañones, me dice, que después unirá con las tazas para formar los candeleros de la temporada de todos santos.

El 1403 de la avenida Juan de Palafox y Mendoza es un sitio muy especial. En el bello portal de la entrada, adornado con remates de barro, hay tres lonas que reflejan la identidad del barrio y el arraigo de una larga dinastía de alfareros. En una de ellas figura la reproducción de un lienzo antiguo con la Santa Señora de la Luz, a la derecha una en recuerdo del maestro alfarero Ramón López Álvarez, fallecido en julio de 2020, y a la izquierda la reproducción de una fotografía donde un hombre mayor, el padre de don Arturo, elabora una enorme cazuela, con la leyenda "En memoria de mi padre". Es el taller de la Sociedad de Alfareros de la Luz, presidida por don Arturo López Cano, e integrada por quince cabezas de familia, todos parientes entre sí, que representan el núcleo más fuerte, y prácticamente el único que queda del gremio de alfareros que durante siglos dotaron de identidad al Barrio de la Luz. Hace 30 años, me dice don Arturo, había unos 10 hornos funcionando. Cuando era chamaco había más, te puedo hablar de al menos 20 hornos que yo conocí, alrededor de todo esto, de Analco, de la 24 [Sur] para acá, de la Acocota; aquí en los alrededores fácil había unos 20 hornos y todos funcionaban. Había muchos trabajadores porque había también mucha demanda. Desgraciadamente nos vino a afectar todo esto del aluminio, el peltre. Por ahí quedan más alfareros, ya grandes, pero ya no laboran o se cambiaron de trabajo, entonces ya quedamos muy poquitos. Pero acá le seguimos.

Cazuelas en secado. Foto de Daniel Herrera.

La vista del lugar es impresionante, con las cazuelas inmensas que secan sus panzas al sol y con el trajín de hombres que van y que vienen en lo que un día fue el patio central de la vecindad, moviendo piezas, cargando leña o atizando el fuego en los hornos, todo entre las tolvaneras del polvo que se desprenden al triturar el barro y con uno de los hornos antiguos que despunta como una fantasmal torre de ladrillo y hollín. En el cuartito de la izquierda un hombre gira en torno a una cazuela inmensa, en una danza concentrada y cadenciosa, puliendo el barro con las manos; a la derecha, junto al moderno horno de gas, se apila un sinfín de sahumadores y cazuelas, al igual que en las otras piezas. En estos tiempos, el comercio de piezas de barro se concentra en las cazuelas para las fiestas patronales de los pueblos y en los sahumadores y candeleros que se utilizarán en la fiesta de muertos, y cuya elaboración se realiza a lo largo del año.

La mayor parte de la vida de don Arturo ha transcurrido en esta antigua vecindad. Originalmente la propiedad perteneció a Jerónimo Alonso Pérez, también maestro alfarero, y aquí trabajaron tanto el padre como el abuelo de don Arturo. La Sociedad de Alfareros ha ocupado el inmueble por los últimos cincuenta años, y aunque el deterioro les ha ganado más de una batalla, como se aprecia en las techumbres vencidas de las piezas de atrás, la casa conserva uno de los tesoros del patrimonio histórico de la ciudad: al fondo de la vecindad se encuentra el impresionante horno antiguo, de una circunferencia de unos 3 metros con una caldera subterránea. Se trata de un horno de aproximadamente dos siglos de antigüedad, uno de los tres hornos de su tipo que aún se conservan en la ciudad y el único que se mantiene en funcionamiento. Tras el sismo de 2017, esta pieza de la arqueología preindustrial sufrió serios daños, pero gracias al apoyo de particulares pudo ser restaurado, y ahora está listo para volver a cocer las cazuelas gigantescas que distinguen a los alfareros de la Luz.

Alfarero trabajando una cazuela. Foto de Daniel Herrera.

Tras elaborar los cañones don Arturo se ocupa de las copas que sirven de base a los candeleros. Se enjuaga el barro de las manos y enciende una colilla de cigarrillo a medio fumar. Con la misma destreza con que dio forma a los primeros, utiliza el torno para unir ambas piezas y dejarlas listas para el secado. En medio de todo, don Arturo me cuenta cómo fueron sus inicios en el oficio. Que yo me acuerde tenía unos 8 o 9 años cuando empecé. No me enseñaron de lleno, fui aprendiendo poco a poco, moviendo las piezas de aquí para allá y haciendo pequeñas labores en el taller como chalán. Ya después, como a los 10 años, empecé a apisonar el barro y a hacer cosas sencillas, y ya como a los 12 me permitieron hacer algunas piezas. Así íbamos aprendiendo. En los tiempos en que don Arturo comenzó a trabajar en el taller todo el proceso era manual. Lo primero era remojar el barro para, al día siguiente, apisonarlo, es decir, los hombres descalzos lo revolvían y terminaban de triturarlo. Ahora ya tenemos trituradoras para el barro, batidora para ya no pisarlo, y motor eléctrico para el torno. ¡Hasta miedo me daba subirme a estos mecánicos! Pero poco a poco le fui agarrando el modo al torno de motor, y ahora ya no me quiero bajar de acá. El torno de pedal es muy cansado, ya sólo se utiliza de vez en cuando y para piezas muy especiales, como los "toritos" [unos candelabros adornados con calado, de fina y delicada factura], las macetas grandes y los jarros, porque la base debe girar más despacio, si no, no se pueden unir las partes. Lo mismo pasa con el horno; antes todo se cocía en el horno de leña, y ahora también utilizamos el de gas, que es exclusivo para pigmentos libres de plomo. En los hornos antiguos las piezas suelen sufrir desperfectos, a veces se manchan o se rompen, lo que ya no pasa con el de gas.

Aunque los implementos modernos alivian el trabajo de los alfareros, también conllevan modificaciones en las técnicas, tanto que incluso algunas se han perdido. Estas piezas, me comenta don Arturo al mostrarme unas vasijas con un esmerado decorado floral en alto relieve, son piezas en peligro de extinción porque las personas que las hacían ya murieron. Son de molde, pero todo ese pastillaje que llevan era elaborado con moldes que elaboraban y conservaban los viejos alfareros. Hacían la pieza y le ponían sus flores para que se viera bonita. Nosotros las podemos imitar pero jamás igualar. El arte popular es un saber ancestral pero no es estático, con el paso de generación en generación y la modernización tecnológica las técnicas y los motivos van cambiando, y las siguientes generaciones de alfareros han introducido al taller nuevas formas y motivos, enriqueciendo el oficio.

El trabajo realizado por la Sociedad de Alfareros de la Luz ha merecido un digno reconocimiento a nivel nacional, contando en su haber con un segundo, un tercer lugar y una mención honorífica en los concursos de FONART (Fondo Nacional Para el Fomento de las Artesanías), en donde se dan cita los artistas más destacados del así llamado arte popular de nuestro país. A estos reconocimientos, que dan fe de la depurada técnica de los alfareros, se suma el que don Arturo ha sido  distinguido como uno de los grandes maestros del arte popular, en la colección publicada por Fomento Editorial Banamex, lo cual lo ubica en el muy selecto grupo de artistas que son depositarios de saberes ancestrales y que, con su técnica, mantienen viva una excelsa tradición artesanal.

Uno de los hornos antiguos. Foto de Daniel Herrera.

Para este gran maestro del barro, el taller del Barrio de la Luz no es sólo un taller artesanal, sino un museo vivo. Ese es el proyecto que está impulsando la Sociedad de Alfareros, el consolidar el espacio como un museo vivo en donde los visitantes puedan conocer de cerca los procesos de elaboración del barro, y dar forma a estas calles como un corredor artesanal, similar a lo que sucede en otros sitios emblemáticos del trabajo en barro, como Oaxaca o Tlaquepaque. El proyecto es ambicioso e interesante, pero enfrenta serios desafíos, como la virtual extinción de otros talleres y el insuficiente apoyo por parte de las autoridades. Por lo pronto, el taller recibe con gusto a visitantes y turistas, e incluso brindan cursos en los que los asistentes elaboran sus propias piezas de barro. Sin duda, visitar el taller de la Sociedad de Alfareros, recorrer los espacios de esta antigua vecindad y observar a estos hombres acariciar el barro, es una experiencia que locales y foráneos no se pueden perder. ᴥ

  1. Doctor en Historia por El Colegio de México.