Carta Editorial

Spinetta, el siempre maravilloso Luis Alberto, imaginó en una de sus canciones un mundo post apocalíptico, en donde la humanidad finalmente lograba su virtual extinción. En ese futuro terrible, uno de los escasos sobrevivientes tenía tan sólo un deseo: “¡Yo quiero ver un tren!”. “Estalló una guerra –explica El Flaco en la versión unplugged–, con unas bombas que arrasaron todas las ciudades, entonces, ver un tren es como ir al Louvre […] la locomotora resistió, y quizás en el futuro quede así, enterrada una locomotora, y alguien tenga la necesidad de verla, como si fuera prácticamente la estatua de una virgen… una locomotora, ¡es la Gioconda!”

Con su peculiar estilo, Spinetta nos invita a repensar una locomotora no sólo como una máquina sino como un artefacto cultural fundamental y definitorio del mundo moderno, tan valioso y bello como cualquiera de las preciadas obras de arte que resguardan los museos. ¿Y por qué no? Al leer las páginas de este número, las y los lectores podrán descubrir que el ferrocarril fue la piedra angular en la construcción de la era industrial, a comienzos del siglo xix, haciendo posible el desplazamiento de mercancías y almas por un mundo cada vez más próximo, pero que rápidamente se convirtió en algo más, mucho más que eso. La aparición del ferrocarril transformó la geografía de gran parte del mundo; alteró la manera en que hombres y mujeres concebían el tiempo y las distancias; impactó en el horizonte visual y sonoro de la época; inspiró a Monet y a los impresionistas, y poco después a los hermanos Lumière, con una de las primeras películas filmadas en la historia. Los ferrocarriles, junto a la gente que trabajó y que viajó en ellos, conformaron un universo de experiencias que dieron forma al mundo como lo conocemos.

En nuestro país tenemos la inmensa fortuna de contar con un grupo de especialistas dedicados a la conservación de esa memoria a través del rescate del patrimonio ferroviario, y la Revista Cuetlaxcoapan tiene en esta ocasión el honor y el placer de compartir con las y los lectores el saber de esos hombres y mujeres, quienes nos cuentan cómo ha sido esta aventura que comenzó en 1988, con la creación del Museo Nacional de los Ferrocarriles Nacionales (MNFN), y continuó en 1995, cuando se echó a andar un ambicioso programa para rescatar, documentar y preservar el patrimonio ferroviario. Si bien los trenes casi han desaparecido del horizonte, sus historias, su legado y sus tradiciones permanecen más vivas que nunca, gracias a la magnífica labor que realiza el personal del MNFN.

Quiero agradecer a las y los autores que contribuyeron en la realización de este estupendo número, especialmente a Teresa Márquez Martínez, directora del Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero, por su cariño a los trenes y su esfuerzo incansable en el rescate de la memoria ferrocarrilera. Agradezco además a quienes nos compartieron sus hermosas fotografías familiares, y de manera particular al querido don Juan Hernández Mena, maquinista y ferrocarrilero de toda la vida, quien nos proporcionó la fotografía de su padre y la de él mismo, que engalana nuestra portada. Bienvenidas y bienvenidos a este Louvre y a sus espectaculares Giocondas de hierro. 

 

María Graciela León Matamoros
Encargada de Despacho de la Gerencia del Centro Histórico y Patrimonio Cultural