La cuatro veces Heroica Puebla de Zaragoza es una ciudad única. Así lo reconoció la UNESCO el 11 de diciembre de 1987 cuando la declaró ciudad Patrimonio Mundial. Los motivos para este reconocimiento quedan reconocidos en los criterios II y IV de la UNESCO: la ciudad atestigua un intercambio de influencias considerable de su particular estilo Barroco (resultado de la fusión de estilos europeos e indígenas) y su traza ortogonal, influyente para la creación de ciudades coloniales en el país, por lo cual constituye un ejemplo de un conjunto arquitectónico ilustrativo de un periodo de la historia humana. La declaración de su Centro Histórico como Zona de Monumentos Históricos resalta la importancia de Puebla como escenario de importantes luchas armadas para la historia del país durante el siglo XIX, así como su localización entre señoríos indígenas y sus características arquitectónicas. El acento para la protección, como se aprecia, se ha puesto en la salvaguarda de su arquitectura, sin embargo, con relación a la arqueología no hay ninguna referencia explícita.
Partimos de la idea de que existe una dimensión arqueológica en prácticamente todos los bienes Patrimonio Mundial, independientemente de que hayan sido declarados por esos motivos o no. Es la práctica y el uso de la arqueología la que hace posible la reinterpretación y la reconstrucción de aquellos bienes que tienen interés histórico.³ Entendemos por arqueología aquella metodología que estudia las sociedades del pasado a través de los restos materiales que dejaron.⁴ Sin embargo, la gestión del patrimonio a menudo se compartimenta. Esa compartimentación se aprecia en que distintos grupos como la ciudadanía, profesionales del patrimonio, empresas y organizaciones que tienen intereses concurrentes y opuestos sobre ese patrimonio arqueológico (PA) fallan en reconocer esta realidad y relacionarse unos con otros. Así, un modelo adecuado de gestión del PA y de todo el Patrimonio Cultural debería tener en cuenta: una dimensión técnico-científica: arquitectura, urbanismo, arqueología, antropología, paisaje, derecho, sociología, turismo, etc.; Una dimensión político-administrativa: autoridad, ingresos, protección/prevención, turismo; y una dimensión social: visitantes, ciudadanía afectada o implicada (propietarios/as, trabajadores, asociaciones civiles, etc.).⁵
En Puebla hay un problema inicial para esta gestión ya que de forma extendida se piensa que NO hay arqueología en Puebla, al menos no en su Centro Histórico. Hay una serie de factores legales, ideológicos, económicos y organizativos que contribuyen a esta percepción. Arnulfo Allende y Citlalli Reynoso⁶ ya han reflexionado sobre ellos, resaltando por ejemplo algunos de tipo económico (los promoventes de una obra, privados y públicos, no incluyen en sus presupuestos los estudios arqueológicos); de tipo ideológico (no hay nada bajo la ciudad de Puebla porque fue fundada de acuerdo con las fuentes en territorio no ocupado por población indígena; la arqueología es lenta y costosa); de tipo organizativo (en muchos casos las licencias para obra que expide el INAH a través de la Sección de Monumentos Históricos no cuentan con instrucciones para que se incluya a la Sección de Arqueología, o el sistema educativo para la arqueología, que no fomenta la especialización en la arqueología que no es de época prehispánica). Y a pesar de todos estos factores, se ha hecho arqueología en la ciudad.
Físicamente en los archivos del Centro INAH Puebla se han localizado 61 expedientes de intervención arqueológica realizadas en el Centro Histórico poblano desde sus inicios hasta el 2018. Si bien a partir de 1972 empezaron a crearse los centros regionales del INAH,⁷ el expediente más antiguo encontrado es de 1985, correspondiente al antiguo Colegio de San Javier (actuales oficinas del CIS) con motivo de una rehabilitación. Más de la mitad de las intervenciones arqueológicas en el Centro Histórico se produjeron antes de 2006 porque en ese periodo tuvieron lugar dos procesos: las intervenciones con motivo de las obras de restauración en templos tras el sismo de 1999 y por el Proyecto Parcial de Desarrollo Urbano, Mejoramiento, Conservación e Integración del Paseo del Río San Francisco en sus dos fases de 1996-1999 y 2004-2005. Sorprendentemente, esta tendencia a contar con la arqueología para los trabajos de restauración por el sismo de 1999 no ha continuado tras el desafortunado sismo de 2017. Como podemos ver en la gráfica, hay un predominio de intervenciones denominadas de rescate (aquellas que se realizan de forma imprevista por la realización de obras y están marcadas por los tiempos de las obras) frente a aquellas actuaciones arqueológicas que se han realizado de manera planificada: los llamados salvamentos (que se realizan debido a una obra pero que se hacen con tiempo suficiente para planearlas y las áreas por estudiar se hacen de acuerdo con las obras). Esta alta tasa de rescates pone de manifiesto la difícil situación que tiene la arqueología en el Centro Histórico, que, aunque se lleva a cabo, siempre es después del comienzo de las obras constructivas. El contexto en el que se lleva a cabo esta arqueología es principalmente en obras de restauración y rehabilitación. De hecho, sólo hay dos intervenciones motivadas exclusivamente por la investigación arqueológica: una promovida por la BUAP (2010) en el patio de la llamada Casa de las Cabecitas dentro del proyecto de la Ciudad del Saber dirigido por el Dr. Montero, para realizar estudios de georradar junto a la UNAM; y la otra promovida por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en 2003, en uno de los antiguos predios del Convento de Santa Mónica. En este segundo caso se realizó una prospección y se excavó una pequeña área. La realidad es que, desgraciadamente, son la excepción.
Por otra parte, los principales promotores de obra han sido los organismos públicos. Esto resulta evidente si consideramos que los trabajos de restauración de 1999 fueron financiados con dinero del FONDEN.⁸ Es importante señalar que el trabajo de la Comisión Federal de Electricidad, el del gobierno estatal a través de sus distintas dependencias y entidades en obras de alcantarillado o introducción de sistemas de drenaje, así como los proyectos de remodelación en la ciudad promovidos por el Ayuntamiento, todos ellos tienen un impacto arqueológico. Cabría esperar que estas instituciones fueran las primeras interesadas en preservar el PA de la ciudad, aunque sabemos que la coordinación entre estos organismos y el INAH no siempre ha estado presente. En ninguna ciudad es sencilla. No obstante, podemos recordar que solicitar información al INAH sobre la posible afección a restos arqueológicos antes de cualquier obra puede ser muy beneficiosa: evitar multas por no informar sobre los hallazgos arqueológicos, evitar retrasos en las obras (con el consiguiente perjuicio económico) para que entren los equipos de arqueología, etc. Al final, la planificación es beneficiosa tanto para el PA como para quienes promueven la obra.
Documentamos para el Centro Histórico 11 denuncias que se han interpuesto ante el INAH para que actúe protegiendo al PA por distintos motivos. Estos motivos incluyen la realización de obras sin autorización del INAH (obras que incluyen excavaciones y, por tanto, la posibilidad de encontrar restos arqueológicos) y la realización de obras que, aunque autorizadas, incluyen excavaciones en las que se hallan restos arqueológicos y se reporta al INAH (tanto los y las promotoras como gente que lo vea). De esas denuncias, la mayoría han sido realizadas por personal interno del INAH y en cuatro ocasiones ha sido la ciudadanía quien las ha interpuesto. La participación ciudadana es fundamental para mantener al Patrimonio Cultural, y el arqueológico no es ninguna excepción.
La percepción general sobre la falta de arqueología en la ciudad se refleja en los resultados de un cuestionario realizado en el verano de 2016 entre la ciudadanía poblana que transitó el centro y la zona de Los Fuertes.⁹ Siguiendo una metodología utilizada en otras ciudades Patrimonio Mundial,¹⁰ se realizaron 397 cuestionarios. Prácticamente la mitad de las personas encuestadas se siente identificada con la ciudad y la otra mitad no, a pesar de que el 60% de las personas encuestadas han nacido en la ciudad o llevan viviendo en ella 10 años o más. El elemento que es considerado más representativo de la ciudad es la gastronomía (17%), seguido por la arquitectura (11,36%) y la cultura (9,5%). La arqueología, como cabría esperar, solo la mencionan un 0,3% de los/as encuestados/as. Alrededor de un cuarto de la ciudadanía poblana encuestada refiere que no conoce ningún yacimiento arqueológico (25,69%) y un pequeño porcentaje no supo contestar o no lo hizo (2,51%). De aquellas personas que sí respondieron (285), observamos que más de la mitad (172) identificaron primeramente a Cholula, su enorme basamento piramidal, la Iglesia de los Remedios o la ciudad completa, como un yacimiento arqueológico.¹¹ Es decir, un lugar fuera de la ciudad de Puebla. Curiosamente, la siguiente respuesta más frecuente identificaba a la zona de Los Fuertes (23), seguida por una referencia a los túneles de la ciudad (7) y al Puente de Bubas (5). Recordemos que muy poco antes de hacer esta encuesta, en diciembre de 2015, el Ayuntamiento abrió al público el espacio turístico de Los Secretos de Puebla que incluye un lugar expositivo en el lugar del antiguo Puente de Bubas, así como el Pasaje del 5 Mayo con una serie de túneles que desembocan en la zona de Los Fuertes. Es posible que este espacio esté poco a poco cambiando la visión ciudadana sobre la posibilidad de una arqueología bajo el Centro Histórico. Recordemos que los túneles fueron desazolvados por el Ayuntamiento y tras un cierto tiempo accedió el personal de arqueología. Otros lugares arqueológicos de la ciudad también referidos incluyen el Cuexcomate (5), la Casa del Mendrugo (4), los restos del Paseo de San Francisco (4) y los de la Junta Auxiliar de La Resurrección (3). También hay referencias genéricas a Pirámides (3), Catacumbas (2) e Iglesias (3), las dos últimas podrían de nuevo aludir a la creencia sobre la red de túneles que atravesarían por completo el centro poblano conectando a sus antiguos conventos e iglesias. Estos datos por tanto nos sugieren que todavía queda trabajo por hacer para difundir el PA de la ciudad, que ya puede verse en lugares como la Casa del Mendrugo o el Paseo de San Francisco, entre otros.
No tenemos ninguna duda de que las investigaciones y actuaciones arqueológicas en el Centro Histórico de la ciudad van a seguir creciendo y con ello esperamos que el futuro permita una real arqueología preventiva y más social para la ciudad,¹² tendiendo hacia una gestión más sostenible del PA. Hay distintas razones para nuestro (precavido) optimismo. Nuestras propias investigaciones con base en proyectos junto con los compañeros y compañeras de la BUAP que siguen incidiendo en estos temas. Recientemente, Además, un nutrido grupo de profesionales de la arqueología están haciendo todo lo posible para dar a conocer esta importante dimensión de la ciudad. Entre las propuestas se encuentra la conformación de un Laboratorio de Arqueología para la ciudad. Nuestro deseo es que se mantenga el ánimo y perseverancia en todas estas personas que trabajan por la arqueología poblana para que continúen con esta magnífica empresa, en la que hemos intentado contribuir durante ya casi una década de colaboraciones constantes.¹³
El Patrimonio arqueológico en Puebla existe, pero hay dos razones por las que nosotros no lo vemos. La primera es que, generalmente, se encuentra debajo del territorio que habitamos; la otra razón es que, fatalmente, no queremos verlo. Hace 30 años, mientras Puebla celebraba su reciente inclusión en la lista del Patrimonio Mundial de UNESCO, Fernando Cortés de Brasdefer presentaba los resultados de una exploración arqueológica que abriría un sañudo debate sobre la supuesta (y mucho antes insinuada) existencia de una ciudad indígena subyacente en la Angelópolis.² En la controversia protagonizada por dos grupos de estudiosos, se esgrimían dos premisas: la primera, que la ciudad se fundó sobre tierra de nadie en un paraje conocido como Huitzilapan, como indica Motolinia;³ la segunda, que a la llegada de los colonizadores, existían tres ciudades vivas, que fueron masacradas para fundar la Puebla junto y sobre esas mismas edificaciones.⁴ Hemos discutido previamente y con amplitud la hipótesis Centépetl- Cuetlaxcoapan- Teposúchitl,⁵ que hasta los últimos años del siglo XX y primeros del XXI no tuvo oportunidad de contrastación, pues la arqueología, ciencia que se encarga de estudiar los restos materiales que la humanidad deja a su paso, comenzó a implementarse explícitamente hasta tiempos muy recientes.⁶ Veamos qué nos ha dicho la arqueología sobre este tema, hasta ahora.
Taludes estucaos de la muralla que rodea el centro ceremonial del cerro de Amalucan. Arnulfo Allende Carrera
A raíz de la Declaratoria de 1987 el Relicario de América comenzó a captar más atención, aún sobre temáticas y áreas de la ciudad no comprendidas en los criterios de UNESCO. El INAH⁷ tiene registradas (reconocidas legalmente) solo tres zonas arqueológicas dentro de lo que actualmente abarca el municipio de Puebla –Amalucan, Manzanilla y Tres Cerritos–, pese a la evidencia de numerosos sitios arqueológicos que se desarrollaron en esta región entre los años 2500 a. C. y 1521 d. C.⁸ Exceptuando la arquitectura monumental, contamos con una cantidad considerable de muestras de cerámica arqueológica recuperadas en excavaciones controladas, en sitios y monumentos de toda la metrópoli, cual mondo significado es: presencia humana en todo el valle, en toda la época prehispánica.⁹
El Paseo de San Francisco fue el primer sitio arqueológico explorado con objetivos y metodología explícitos en nuestra ciudad. Durante dos etapas –1996 a 1998 y 2003 a 2005– se realizaron descubrimientos que dieron luz sobre aspectos de importancia fundamental para Puebla.¹⁰ Patrimonio industrial, desarrollo del Monasterio Franciscano y, además, evidencia sobre ocupación humana antes, durante y después de los inicios de la vida de nuestra ciudad.
En áreas del Estanque de los Pescaditos, el Hospital de Bubas y la ribera Oriente del río Almoloyan,¹¹ siempre cerca del agua, fueron localizadas ofrendas conformadas por vasijas de cerámica y objetos líticos (una cuenta de piedra verde y un raspador de sílex). Estos hallazgos revelan a Huitzilapan¹² como un espacio ritual dedicado al agua entre los años 1200 a. C. y 800 a. C. No es casual que, una vez fundada la ciudad, la Orden de Frailes Menores estableciera en esta zona su monasterio.
Vasija ofrendada al agua en el Estante de los Pescaditos. Formativo medio 1200 a.C. a 800 a. C. (Edgar Valderrama Trujillo. 1997).
En los años 2009 y 2010, durante la supervisión de obras de restauración en el inmueble de la 4 Sur 304 –La Casa del Mendrugo– se localizó un muro construido con bloques irregulares de piedra caliza unida con lodo, una superficie empedrada y cientos de tiestos en un contexto sellado, además de una olla grande fragmentada y, en su interior, figurillas humanas de cerámica, objetos de concha trabajada, obsidiana, figurillas humanas de piedra verde y espejos de magnetita.¹³ Asociado a esto, un entierro humano integrado por dos individuos.
Los restos óseos mejor conservados resultaron ser de una mujer de cerca de 60 años, con signos de afecciones y asociada a materiales de muy alta calidad, que la señalan como una mujer importante, influyente, querida y cuidada durante más de 20 años por un grupo, posiblemente una familia o una tribu, en lo que factiblemente fue una pequeña aldea habitada entre el año 1500 y el 1200 a. C. sobre la ribera poniente del río Almoloyan¹⁴ (Imagen 3). Los antropólogos físicos que la estudiaron decidieron dejar de llamarla “individuo 1”, así que la bautizaron con el nombre María de Jesús y, de cariño, Chuchita, por ser el inmueble una residencia de la Orden de los padres jesuitas.
La zona arqueológica de Amalucan se conoce desde los años sesenta del siglo XX, sin embargo, jamás se había realizado exploración arqueológica en el sitio sobre el cerro. Melvin Fowler definió en el sitio dos sectores: un centro ceremonial con una red de canales de riego construidos entre el año 700 a. C. y el 200 d. C. en la planicie Oriental del cerro Amalucan y un conjunto ceremonial con dos montículos de dimensiones considerables alrededor de una plaza en la cúspide del cerro con una temporalidad muy tardía.¹⁵
En el año 2018 el Centro INAH-Puebla llevó a cabo la supervisión de las obras de un parque urbano sobre el cerro Amalucan ejecutadas por el Gobierno del Estado. Se realizó registro y exploraciones controladas en modalidad de rescate arqueológico, logrando como resultado nueva información sobre el desarrollo urbano de Amalucan y su papel en el contexto cultural del valle central de Puebla en tiempos precolombinos.¹⁶
Fueron descubiertos entierros humanos con ofrendas de vasijas y objetos de piedra verde en las laderas del cerro. Los hallazgos nos indican que el sitio se compone en realidad de un área habitacional en la ladera Norte del cerro y un centro ceremonial circundado por una muralla de mampostería repellada con estuco en la cúspide. Los materiales arqueológicos asociados nos indican una temporalidad aproximada del 200 a.C. a 600 d. C., cuando la ciudad de Cholula estaba en pleno florecimiento.
Seguro que la sustancia más atrayente de la arqueología es el descubrimiento, y las piezas de museo la mejor manera de ostentar “cultura”.¹⁷ Pero los arqueólogos en el mundo real también debemos atender las necesidades básicas del Patrimonio arqueológico, es decir, protección y conservación.
El sitio arqueológico La Manzanilla se localiza al norte de la ciudad de Puebla. Durante los años sesenta y setenta La Manzanilla fue un bosque donde los poblanos acostumbraban hacer día de campo los fines de semana, además funcionaba como zona arqueológica abierta al público en custodia del INAH. En los años setenta comenzó una serie de invasiones a la zona por parte de diversos grupos políticos, dando lugar a un proceso de urbanización desordenado que dejó solo el Juego de pelota reconstruido y un montículo en condiciones de ser conservados.
Juego de pelota prehispánico en Manzanilla. Arnulfo Allende Carrera.
En los años 2010 y 2011 se ejecutaron acciones de mantenimiento menor, es decir, limpieza, deshierbe y consolidación mediante el programa PET-SEDESOL-INAH, en que el Gobierno federal aportó recursos financieros que cubrieron jornales, herramientas y materiales y el INAH dirigió y supervisó las actividades. Logramos eliminar grafitis en dos ocasiones, y el Ayuntamiento de Puebla cercó el sitio e instaló ahí un Parque urbano en el año 2014, sin embargo, la población aledaña ha vuelto a vandalizar los monumentos arqueológicos, en cada ocasión que los dignificamos.¹⁸
La zona arqueológica de Totimehuacan se localiza al sur de la ciudad de Puebla. Presenta evidencias de ocupación desde el Preclásico (545 a.C. hasta 90 d. C.) –al norte del actual poblado– en donde se localizan, al menos seis estructuras piramidales, denominadas Tepalcayo (1 a 7). ¹⁹ El crecimiento de la mancha urbana ha afectado profundamente al sitio arqueológico; en la actualidad se pueden observar construcciones modernas sobre las estructuras, con excepción del Tepalcayo 1, enorme estructura piramidal que mide 135 metros de este a oeste y 90 metros de norte a sur, por 20 metros de altura.
Durante los años 2016 y 2017 la Gerencia del Centro Histórico y Patrimonio del Ayuntamiento de Puebla solicitó al INAH información sobre la delimitación del sitio arqueológico. Dado que tal instrumento no existe, conformamos una alianza con el objetivo de integrar un expediente y emitir una Declaratoria de protección para la zona arqueológica a nivel municipal. Nuestras actividades conjuntas resultaron con la propuesta de tres áreas relevantes y susceptibles de protección en la citada Junta Auxiliar: Zona arqueológica el Tepalcayo, Reserva arqueológica y natural del cerro Chiquihuite y Vestigios del ex convento franciscano de San Francisco Totimehuacan.²⁰
En ocasión de un cumpleaños de nuestra Puebla²¹ lancé la hipótesis de que, si existen sitios prehispánicos en el área de la actual zona metropolitana de Puebla, deberían estar en este orden: los sitios del horizonte Preclásico o formativo (1800 a. C.- 150 d. C.) situados sobre las riberas del río Almoloyan; los del Clásico (150 d. C.-650 d. C.) en la línea de lomas que vienen del Acueyametepec (cerro de Loreto) hacia los barrios de La Cruz, El Alto, La Luz y Analco; y los sitios del Posclásico (900 d. C.-1521 d. C.) en los alrededores de la ciudad. Hasta el momento las evidencias –que hemos relatado brevemente– han sido consistentes con tal conjetura, con la notable salvedad de que el horizonte Formativo está bien representado en todo el valle.
Es hermosa la leyenda de fray Julián Garcés soñando ángeles alarifes, pero ya hemos avistado testimonios de gente ocupando nuestra comarca muy antaño de tal revelación. Así, como Huaxyacac, Tihó, Tenochtitlan, y muchas ciudades y pueblos originarios, el suelo en que desplanta nuestra ciudad angelina tuvo parte esencial en la dinámica social de Mesoamérica, y también es necesario estudiar sus procesos y circunstancias partiendo de 1531 en sentido descendente.
Frente a esto, y lo que viene, es ya innegable que la arqueología debe consolidar su posición en el ámbito de las especialidades del patrimonio. El asombro y la anécdota deben ser transformados en acciones que pongan a andar los instrumentos legales –que sí existen–, además de generar aquellos de que aún adolecemos para proteger, investigar y conservar el Patrimonio arqueológico de nuestra ciudad.
Esto solo si queremos verlo.
Figurilla antropomorfa de piedra verde, ofrenda prehispánica de la Casa del Mendrugo. Formativo medio, 1200 a. C. a. 800 a. C. Arnulfo Allende Carrera
Pueblagram surge con la intención de generar de manera colectiva, un archivo visual de la memoria de la ciudad de Puebla. A través de la convocatoria #Pueblagram, lectoras y lectores generosamente han compartido con nosotros sus fotografías, tanto antiguas como modernas, relacionadas con la temática de este número, El ferrocarril: hombres y mujeres de riel.
Agradecemos profundamente el entusiasmo y la participación de todas y todos, invitándolos a estar pendientes de las siguientes convocatorias y sus temáticas a través de nuestras redes sociales F./GerenciaCHPuebla e IG.@gerenciapue.
¡Centro Histórico, casa de todas y todos!
Máquina eléctrica, probablemente se encuentra en el Puente Metlac. Sin fecha. Archivo de la familia Lino Mina.
Pase de ferrocarril de mi abuelo Don Francisco Téllez, Agente Telegrafista y Jefe de Estación, Departamento Transporte Puebla en diversas estaciones del Ferrocarril Interoceánico. 1938. Colección particular de Rubén Téllez Molina.
Pase de ferrocarril, con fecha del 31 de agosto de 1938, donde aparece mi abuelo Francisco Téllez y su familia, mi bisabuela paterna María, mi abuela María Luisa, mi papá Rubén Téllez y un tío llamado Mariano. Colección particular de Rubén Téllez Molina.
El maquinista Román Torreblanca y su hijo Jaime en la estación de Puebla, ca. 1947. Colección particular de Jaime Torreblanca Coy.
Foto de mi tatarabuelo, José María Lobato, dedicada a su hija, mi bisabuela, el 8 de diciembre de 1892. Era maquinista del Ferrocarril Interoceánico, cuya estación estaba en la actual 11 norte y 4 poniente, 1892. Colección familiar de José Rovirola Pino.
Los jubilados. Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos. 2014. Carolina Díaz.
Alegría del tren. Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos. 2013. Carolina Díaz
Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos. 2014. Martha Gutiérrez.
Tren Monterrey-Torreón en la estación de Mimo. Aparece mi padre, el Sr. Miguel Ángel Flores Muñoz, originario de la ciudad de Puebla laborando temporalmente en Monterrey (Nuevo León), posando frente al tren que llevaba, con las locomotoras número 4646 y 4003 de la empresa Ferromex, 2021. Miguel Ángel Flores Muñoz.
Los grandes hallazgos, los descubrimientos insólitos surgen de la curiosidad. Es la curiosidad la que ha impulsado a mujeres y hombres a emprender grandes hazañas, a adentrarse o a profundizar en el conocimiento. En el caso del patrimonio ferrocarrilero de México esta curiosidad también llevó a rescatar los tesoros que el ferrocarril había dejado a lo largo de su historia.
Vayamos hasta 1908, año en el que surge la empresa Ferrocarriles Nacionales de México (FNM), que logra consolidarse gracias a la unión concertada por la mayoría de las compañías ferroviarias que operaban en el país. Desde ese año y hasta su liquidación, en 1999, la empresa generó un sinfín de documentos y materiales históricos; también de equipo rodante de todo tipo, así como de herramientas y una variedad casi infinita de bienes muebles, todo lo cual daba cuenta de la operación de los ferrocarriles en el país, de los avances y pormenores de esa industria. La empresa vivió años de expansión y gloria, pero también momentos de graves dificultades y penurias.
En 1995, cuando el presidente Ernesto Zedillo anunció que FNM pasaría a manos privadas, la empresa tuvo la curiosidad de saber qué tanto de todos esos materiales, objetos y documentos acumulados y dispersos en todo el territorio nacional tenían un valor histórico y por lo mismo debían ser conservados. Para responder a esta inquietud y saciar curiosidades, antes de que todo pasara a manos privadas, ese año puso en marcha el Programa Nacional de Rescate del Patrimonio Histórico, Cultural y Artístico de los Ferrocarriles Nacionales de México (PRONARE), que fue ejecutado por un grupo interdisciplinario de expertos, que durante poco más de tres años trabajó en identificar, rescatar, embalar y resguardar lo que hoy constituye la mayor parte del patrimonio cultural ferrocarrilero de México.
Portada del libro El ferrocarril en México (1880-1900). Secretaría de Cultura, CNPPCF. Alejandra Calleja.
Otro acierto de la empresa ferrocarrilera fue crear un Museo, porque los museos son sitios emblemáticos, recintos fabulosos que tienen entre sus responsabilidades salvaguardar, conservar, proteger y difundir los valores patrimoniales que resguardan, y el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos (MNFM) no es la excepción.
El MNFM comenzó con los acervos que la empresa reunió en 1988, pero cuando finalizó el PRONARE tuvo ante sí la responsabilidad de ordenar, organizar, estudiar, conservar, exhibir y difundir un cúmulo inmenso de bienes que incluyó una centena de equipo rodante, una enormidad de objetos diversos ligados con el quehacer de la industria, con sus trenes de pasajeros y de mercancías, con las herramientas y equipo de trabajo que a lo largo de su historia fueron utilizados en los trenes, por los trenes y para los trenes. El legado documental que llegó después también fue enorme y da forma a la mayor parte de los fondos que alberga el Centro de Documentación e Investigación Ferroviarias (CEDIF), inaugurado en 1997. Dos años después, en 1999, la empresa FNM fue finalmente privatizada, y el MNFM pasó a depender del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA). En 2001 se creó el Centro Nacional para la Preservación del Patrimonio Cultural Ferrocarrilero (CNPPCF), conformado por el MNFM, el CEDIF y un área de Monumentos Históricos y Artísticos.
Desde su origen, el CNPPCF ha asumido como compromiso inquebrantable la recopilación, salvaguarda y estudio de objetos, documentos y materiales relacionados con el sistema ferroviario, que incluyen todo tipo de vestigios y testimonios que hayan intervenido de manera directa o indirecta en su historia y desarrollo. Estas tareas le han exigido orquestar día a día distintas estrategias y metodologías para estimular el estudio y difusión de todo este legado, y entre ellas está la publicación de libros, de muy diversos tipos, unos son académicos, otros de arte, unos más de difusión. También edita desde 1999 una revista que ya suma tres épocas, así como otros muchos materiales.
Las instancias que conforman el CNPPCF han publicado libros y emprendido o participado en proyectos editoriales, pero esto no es nuevo ni tampoco se trata de una vocación reciente. Desde que pertenecía a FNM, el Museo comprendió que la edición de libros ayuda a sensibilizar, a estudiar y a profundizar en el tema ferroviario, y por lo mismo se dio a la tarea de publicar diversos volúmenes. Varios de esos primeros libros fueron de gran formato y se acercaron a los trenes desde la mirada del arte. Algunos de estos libros son emblemáticos, como el de Los días del vapor, de Emma Yanes, que salió a la luz en 1994, o el de Los ferrocarriles mexicanos en el arte y en la historia, de ese mismo año. En los siguientes dos años se publicó De estaciones y Caminos de hierro, que son hermosos, de gran formato y hoy pueden considerarse verdaderos clásicos.
Desde 1988 el Museo comenzó a organizar Encuentros de Investigadores del Ferrocarril, y de estos eventos han resultado Memorias, algunas impresas y otras digitales que dan cuenta de las investigaciones, avances de las mismas, hallazgos y testimonios que se presentan en tales jornadas, que además resultan el escenario idóneo para detonar, impulsar o ahondar investigaciones que al tiempo pueden convertirse en libros interesantes.
Ya en 2009 la dirección del CNPPCF decidió consolidar la publicación de ensayos académicos, con el sello de una colección. Estos libros se harían en coedición con la Dirección General de Publicaciones, instancia que decidió que los libros ferrocarrileros se sumaran a la colección El Centauro, que reunía ensayos de diversas temáticas.
El libro con el que se abrió este importantísimo proyecto editorial fue uno de Sergio Ortiz Hernán, quizá el más importante investigador del tema, a quien por cierto se debe la primera historia sobre los ferrocarriles, que en 1970 publicó la empresa FNM en dos tomos que respectivamente se titularon: Los ferrocarriles de México. Una visión social y económica, t. I, La luz de la locomotora y t. II La rueda rumorosa, los cuales son fuente obligada de consulta de toda investigación que se realice sobre los trenes.
Fue un privilegio y un honor que el proyecto editorial arrancara con un autor de este calibre, a quien se considera el padre de los estudios sobre el ferrocarril. El libro se tituló Mariano Azuela: creador del ferrocarril como personaje de las letras mexicanas (2009) y en él se funden las dos pasiones del autor: la literatura y los trenes. Al año siguiente se publicó otro volumen, cuyo autor es Guillermo Guajardo Soto, otro importantísimo investigador del ferrocarril. El volumen se titula Trabajo y tecnología en los ferrocarriles mexicanos: una visión histórica, 1850-1950, y vale puntualizar que sirvió como base del guion de la exposición “100 años de trabajo y tecnología en los ferrocarriles de México”, que el Museo montó en el 2013.
El tercer volumen de tema ferrocarrilero dentro de El Centauro fue un libro que muestra uno de los proyectos más entrañables del Museo: un programa de radio realizado por niños y para los niños. Este proyecto estuvo a cargo de Rosa María Licea Garibay, quien dio cuenta del mismo en el libro El tren, la radio y los niños. Ejercicio de comunicación educativa. Al año siguiente, en el 2012, se publicó Consolidados: José Yves Limantour y la formación de Ferrocarriles Nacionales de México, de Arturo Grunstein Dickter, el tercero de los más grandes investigadores del ferrocarril. Este volumen también sirvió como guion para la exposición “Ruta a la modernidad, 1902-1908”, que se montó en el Museo en el 2015.
En 2013 tocó el turno al libro ¡Ahí viene el tren! Construcción de los ferrocarriles en San Luis Potosí durante el porfiriato, de Luz Carregha Lamadrid, y a este volumen le siguieron dos, que se publicaron en 2014, uno fue el de Jeffrey Bortz y Marcos T. Águila, titulado México y el mundo del trabajo: ensayos sobre trabajadores, líderes y gángsters, y el otro De estación a museo. La estación del Ferrocarril Mexicano: puerta de entrada a la ciudad de Puebla, de Emma Yanes Rizo, el cual narra la historia de esta estación y de sus patios, así como su relación con las otras dos estaciones ferroviarias aledañas a ella: la del Ferrocarril Mexicano del Sur y la estación del Ferrocarril Interoceánico.
En 2015, ante esta producción editorial sin freno, la Dirección General de Publicaciones y la dirección del CNPPCF decidieron que los libros de tema ferroviario requerían una colección propia, por lo que desde ese año se creó el sello Horizonte Ferroviario, el cual se inauguró con el volumen Tras las huellas del ferrocarril. Guía de fuentes, coordinado por Pilar Pacheco, el cual constituye una herramienta valiosa para consultar con mayor facilidad y conocimiento los acervos del CEDIF.
En 2016 se sumó a la colección el volumen La construcción de los ferrocarriles en México. Una propuesta del ingeniero Santiago Méndez y Méndez, de Isabel Bonilla Galindo, Fernando Aguayo y Javier Ortega Morel. En este volumen se incluye la transcripción de un manuscrito que el ingeniero Méndez y Méndez escribiera en 1879, además de otros tres textos. Cabe destacar que este ingeniero fue uno de los directivos responsables de las comunicaciones en nuestro país desde finales del siglo XIX y hasta la llegada de los constitucionalistas en 1914. Los tres textos que acompañan al histórico manuscrito aportan elementos sobre el contexto social y de las ideas sobre la técnica ferroviaria de entonces.
Portada del libro El descarrilamiento de un sueño. Secretaría de Cultura, CNPPCF. Ana Belen Recoder..
El descarrilamiento de un sueño. Historia de los Ferrocarriles Nacionales de México, 1919-1949 de Arturo Valencia se publicó en 2017, en coedición con El Colegio de México. La investigación que lo precede hizo ganar al autor el Premio Salvador Azuela 2016 a la Investigación Histórica sobre la Revolución Mexicana. En este volumen, Valencia aclara que el declive de FNM, más que deberse a un tema laboral, fue consecuencia de que la empresa surgió endeudada y se vio seriamente perjudicada por la rigidez de su organización interna. También señala como factor de caos el que haya estado incautada por el gobierno revolucionario a partir de 1914 y durante más de 11 años, y que no contó nunca con apoyo suficiente por parte del Ejecutivo federal para su modernización. El volumen analiza también la fuerza que los trabajadores ferrocarrileros fueron adquiriendo como gremio y el aumento de su capacidad de presión y negociación, y hace referencia a las consecuencias que tuvo el que la empresa cargara, desde sus comienzos, con una deuda inmensa.
Presentación del libro El descarrilamiento de un sueño en la sala Alfonso Reyes del COLMEX, CDMX. 17 de enero de 2018. Secretaría de Cultura, CNPPCF. Ana Belen Recoder.
De Isabel Bonilla Galindo, Guillermo Guajardo Soto y Román Moreno Soto es el libro Los ferrocarriles en la Ciudad de México. Movilidad y abastecimiento de una gran urbe, 1860-1970, que vio la luz en el 2018. Los autores explican el proceso paulatino que FNM llevó a cabo para suprimir, en los años treinta del siglo XX, los servicios de pasajeros y carga que estaban dispersos dentro de la ciudad, a fin de concentrarlos en los antiguos patios de Nonoalco y Tlatelolco. Este volumen incluye imágenes que apoyan al texto y permiten comprender la magnitud de tal proceso.
Presentación del libro El ferrocarril en México (1880-1900) en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, CDMX. 27 de febrero de 2020. Secretaría de Cultura, CNPPCF. Alejandra Calleja.
En 2019 se publicó el libro de Alejandro Semo, titulado, El ferrocarril en México (1880- 1900). Tiempo, espacio y percepción. Ricardo Pérez Montfort dijo sobre este volumen lo siguiente:
…el libro de Alejandro Semo puede alimentar una sensación de nostalgia de aquel tiempo ido en que los ferrocarriles formaron parte del paisaje mexicano. Pero mucho más que ello, este libro debería ser una lectura obligatoria para quienes tienen el poder de rescatar lo que queda de aquellos ferrocarriles, ya sean vías, estaciones, máquinas y demás, con el fin de convertirlo en un patrimonio cultural de todos los mexicanos.2
En 2020 la pandemia provocada por el SARSCOV 2 imposibilitó que el CNPPCF publicara un libro más para Horizonte Ferroviario, pero no impidió que pese a la crisis sanitaria que prácticamente paralizó al mundo, el CNPPCF, mediante el CEDIF, orquestara la XII edición del Encuentro Nacional de Investigadores del Ferrocarril, que se llevó a cabo del 5 al 9 de octubre, en un formato virtual, del cual, con toda seguridad, saldrán propuestas de publicaciones que se verán más adelante.
No sólo los libros de El Centauro u Horizonte Ferroviario merecen mención, pues el proyecto editorial del CNPPCF es bastante más rico, y hablan del compromiso institucional por salvaguardar el patrimonio ferrocarrilero, o que alientan su estudio y conocimiento. Mención especial merece Estaciones ferroviarias de México. Patrimonio histórico, cultural y artístico, que apareció en 2010, y que incluye el Catálogo Nacional de Estaciones Ferroviarias, o la Guía para docentes de primaria para visitar el MNFM, cuya primera versión se publicó en 2010 y luego salió otra, renovada, en 2015. Ambas tienen el fin de involucrar a los maestros de manera activa en los recorridos por el museo, con trabajos para realizar con sus alumnos antes, durante y después de la visita. Cabe decir que estas Guías son únicas en su tipo en México, y que esfuerzos como este debían replicarse en otros museos del país.
También deben citarse en este recuento los proyectos editoriales que han procurado rescatar los testimonios de los ferrocarrileros. Por ejemplo, el libro Testimonios. José María López Escamilla, “Don Chema”, que se publicó en 2005, narra en primera persona, gracias a las entrevistas que realizara Emma Yanes al personaje, la vida de este ferrocarrilero ejemplar, la cual corre en paralelo con la de los ferrocarriles. Don Chema entró muy niño a laborar en la empresa, lo hizo como “colilla”, en un taller ferroviario, y escaló prácticamente todo el escalafón hasta ocupar cargos de dirección en la empresa.