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Martes, 20 Febrero 2024 18:43

Sombrererías poblanas

 

Guadalupe Prieto Sánchez

 

El sombrero es una prenda que cubre la cabeza, tanto de hombres como de mujeres de todas las edades. Dependiendo de la época y la cultura de que se trate, los sombreros han tenido diversos usos, en su mayoría por necesidad; esta prenda ha sido muy útil contra las inclemencias del tiempo, del clima. El típico sombrero occidental está constituido por un ala ancha y se considera útil contra el frío o el sol, aun- que también se usa como adorno. En ciertas actividades laborales, el sombrero ha sido imprescindible, aunque también se ha utilizado como mero adorno, como tocado para eventos especiales y en algunos momentos de la historia de la humanidad ha marcado una diferenciación social y económica. Los materiales con los que se fabrican pueden ser de piel, fibras naturales como la palma, de tela, paño, terciopelo, raso, fieltro, de papel o cualquier otro elemento manejable. En ocasiones son muy sencillos, pero en otras se les incluyen adornos, cintas, plumas, semillas, brillos, velos, cuentas o flores artificiales.

  En el siglo XIX y aún en la primera mitad del XX, la ciudad de Puebla se caracterizó por la fabricación de varios artículos, entre ellos, jabones, vidrio, alfarería, textiles; uno de los más importantes, al que se le había dejado de lado, es el sombrero. Por los datos que menciona Hugo Leicht,1 este negocio les permitía a sus propietarios vivir cómodamente, por ejemplo, entre 1821 y 1823, José Cadena vivía en la casa ubicada en la esquina de la calle 5 de Mayo 1000 y en este espacioso inmueble tenía un gran taller de "sombrería". Las mujeres de la familia Cadena acostumbraban usar ricos ador- nos que rivalizaban con los de otras señoras adineradas; Manuel Cadena usaba toquillas de onzas de oro en los sombreros; en la sala de la casa había “hermosas arañas de plata” y de este mismo metal usaban otros utensilios, como el jarro de plata para tomar agua.

  El mismo Leicht menciona que, en 1852, los sombreros solían ser parte de los productos de jarciería, ya que los más comunes eran de palma2 De esta forma, tan solo en la calle de la Aduana Vieja (2 Oriente 400), se localizaban diecinueve sombrererías, otras cinco en diferentes calles de la ciudad y para 1887 aparecen siete en la calle de la Compañía (avenida Juan de Palafox y Mendoza). Otra referencia importante aparece en el Almanaque de 1910,3 donde se dan a conocer las sombrererías de palma y efectos de jarcia con sus respectivos propietarios y domicilios. Cabe resaltar que en esta lista de ocho sombrereros aparece una mujer, Rafaela Pulido; la mayoría estaban ubicados en la calle de la Compañía, incluso compartiendo local como en el caso de la misma Rafaela con Eduardo Polanco y Joaquín Leal con Rafael Ruiz.

  

  • Julio Ramírez, Compañía 1.
  • Pantaleón Camargo, Compañía 11.
  • Joaquín Leal, Compañía 7.
  • Eduardo Polanco, Compañía 16 y Fuenleal 6 (3 Norte 1).
  • Rafaela Pulido, Compañía 16.
  • Ángel M. Robles, Plaza del Mercado (La Victoria).
  • Miguel Ruiz, Santa Catarina 12 (3 Norte 200).
  •  Rafael Ruiz, Compañía 7.

  Para esta época, las sombrererías se encontraban en pleno desarrollo y los sombreros ya no se fabricaban solo de palma. En este mismo Almanaque de 1910, se mencionan tres en el Portal Hidalgo, dos en la calle 2 Norte, tres en 5 de Mayo, tres en 4 Oriente-Poniente, dos en la 2 Oriente-Poniente, así como en Analco y Reforma:

  • Couttolenc e hijos, Segunda de Mercaderes 3 (2 Norte).
  • Carlos Hernández e hijo, Portal Hidalgo 3.
  • Antonio del A. González Sucs., Portal de Palacio (Hidalgo).
  • Liborio Reyes Párraga, Portal Hidalgo 7.
  • Proal Hnos, San Martín 2 (5 de Mayo 200).
  • Bernardo Quintana, Guevara 2 (5 de Mayo 1).
  • Rafael Moreno, Segunda de Santo Domingo (5 de Mayo 400-600).
  • Darío Narváez, Arista 5 (4 Poniente 100).
  • Nemesio Prado, Aduana Vieja 3 (2 Oriente 400).
  • Antonio M. Palacios, Primera de Mercaderes 7 (2 Norte 1).
  • José Maria Barranco, Arista 1 (4 Poniente 100).
  • En menor escala:
  • Francisco Benítez, Herreros 11 (Analco). Nabor M. Morante, Cholula 4 (Reforma 300). Severo Méndez, Iglesias (2 Poniente 500). Mariano Toquero, Estanco de Hombres 11 (& Oriente 1).

  Entrado el siglo XX, aparecen en la ciudad varios establecimientos que fabricaban e importaban un amplio estilo de sombreros. De este modo, en 1922, la Única Gran Sombrerería de Marcial Aguilar, para captar el interés del consumidor, indicaba que acababa de recibir un gran surtido de los famosos sombreros Stetson, los cuales se podían conocer en un catálogo ilustrado y en sus propios aparadores, ubicados en Segunda de Mercaderes número 3 (2 Norte).

  Aquí caben dos observaciones: una, en la lista anterior esta misma sombrerería aparece como propiedad de Couttolenc e hijos, lo que nos lleva a suponer que quizá se trate de una mujer que le heredó el negocio a uno de sus hijos; y dos, el típico sombrero de Cowboy lo inventó John Batterson Stetson en la segunda mitad del siglo XIX y para principios del siglo XX ya se consolidaba como una empresa muy importante a nivel mundial. En la actualidad, los sombreros Stetson se siguen fabricando en Pennsylvania y llegan a alcanzar altos precios. Otra sombrerería importante era El Sombrero Blanco, de Eulogio Ramírez, quien además de vender en su almacén, sombreros de palma de todas clases, se especializaba en “planchados” y “estilos” para todas las regiones del país, así como en sombreros finos de dos y tres telas de San Francisco del Rincón, Guanajuato. El despacho de este comercio se localizaba en la avenida 6 Oriente número 7, y las bodegas y talleres en la avenida 8 Poniente número 105.

  A El Sombrero Blanco le hacían la competencia La Vienesa de Ricardo Hernández, quien en su frase publicitaria hacía énfasis en la “elegancia”, “distinción”, “economía”, puesto que consideraba que estos eran los “detalles” de los sombreros que vendía; su local se ubicaba en la calle Estanco de Hombres número 1 (4 Oriente). Luis G. García era dueño de La Moda Elegante, en donde se podían conseguir sombreros extranjeros, del país y los tradicionales para charros sobre medida; el almacén se hallaba en la calle de Santo Domingo número 12 (5 de Mayo). La Gran Sombrerería de Carlos Hernández e hijo, que también aparece en el Almanaque de 1910, se localizaba en el Portal Hidalgo 3 y su fábrica en la calle Morados 1 (7 Oriente 1), se especializaba en sombreros altos a la medida y, al igual que Luis G. García, en los emblemáticos sombreros de charro, los cuales se podían adquirir a precios moderados, por mayoreo o menudeo.

  Entre estas sombrererías no podían faltar las que vendían únicamente sombreros de palma, como la sucursal de El sombrero de Palma de R. Montes de Oca, S. en C., representada por Camerino Valadez, casa establecida en 1880. En 1915 indicaba que contaba con maquinaria moderna para la fabricación de sombreros de palma y paja para caballeros, y se especializaba en los de fantasía para niños.4 Se localizaba en 6a de Ignacio Zaragoza número 245. Para ventas por mayoreo o menudeo se podía acudir a la fábrica, en la ciudad de México, donde también se podía consultar el muestrario.

  En la actualidad el sombrero, como algunas En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) estudió la > otras prendas de vestir o accesorios, no es tan licenciatura en Antropología Social, la maestría en Literatura Mexicana y % utilizado como en el pasado. Su fabricación ha se desempeñó como profesor investigador. A lo largo de su desempeño g disminuido, pero en el centro de la ciudad aún académico y de investigación, ha recibido algunos reconocimientos y E sobreviven comercios donde se pueden con- colaborado en varias publicaciones. De manera individual es autora de: seguir desde modelos de influencia extranjera seis libros. S hasta los típicos de palma, considerados artesanías. La mayoría están ubicados en calles céntricas de la ciudad, como la 10 Oriente- Poniente, 5 Norte, 14 Oriente y 2 Norte.

  Finalmente, podemos decir que el sombrero es parte de nuestro Patrimonio Cultural; en especial el sombrero de palma cuyo diseño ha sufrido pocas modificaciones, siendo el más generalizado y económico. Lo mismo sucede con los sombreros de charro o mariachi, accesorios de identidad que forman parte del traje compuesto de camisa con corbatín, botas y pantalón ajustado o, en el caso de las mujeres, falda larga, ambas prendas con adornos de plata a los lados, y chaquetas o boleros bordados con hilos metálicos. Asimismo, el sombrero también es parte de nuestro patrimonio industrial porque para su elaboración existieron fábricas, talleres, materiales, maquinaria y herramienta especializada de la que poco se conoce. Por ello, esperamos que este artículo sirva para abrir nuevas investigaciones que rescaten, divulguen y contribuyan a que las nuevas generaciones conozcan y valoren este patrimonio.


Bibliografía

Leicht, Hugo, Las calles de Puebla, México: Gobierno del Estado de Puebla/LunArena, 2006.

Mendizábal, José de, Almanaque de efemérides del  Estado de Puebla, arreglado al meridiano de su capital Puebla: Oficina tipográfica del arzobispado, 1910.

Hemerografía

Águilas y estrellas, T. 1, N* 4, Puebla, julio 1915.

Alma y juventud, Año |, N* 1, Puebla, julio de 1922

El Mercurio Poblano, N* 77, T.1, Puebla, 5 de noviembre de 1845.

Mignon, N* 16, Puebla, junio de 1921.

Semana Gráfica, Puebla, 15 de octubre de 1916.


  1. Hugo Leicht, Las calles de Puebla, México: Gobierno del Estado de Puebla/LunArena, 2006, p. 189.
  2. Leicht precisa que “jarciería” proviene del griego y significa “aparejos y cuerdas de un buque”, pero en Puebla solo se le consideró como “cordelería”.
  3. José de Mendizábal, Almanaque de efemérides del Estado de Puebla, arreglado al meridiano de su capital, Puebla: Oficina tipográfica del arzobispado, 1910, p. 139.
  4. Águilas y estrellas, T. 1, N* 4, Puebla, julio 1915.
  5. El número también puede ser 9 de Ignacio Zaragoza, tal y como aparece en el anuncio de la revista Semana Gráfica, Puebla, 15 de octubre de 1916.

Sobre la autora

En la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) estudió la licenciatura en Antropología Social, la maestría en Literatura Mexicana y  se desempeñó como profesor investigador. A lo largo de su desempeño académico y de investigación, ha recibido algunos reconocimientos y colaborado en varias publicaciones. De manera individual es autora de seis libros.

 

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Martes, 20 Febrero 2024 18:12

La ciudad y el comercio. Representaciones

 

Carlos Montero Pantoja

 

La ciudad de los Ángeles se fundó en un enorme territorio con vocación agrícola. El territorio de Los Ángeles abarcó poblaciones del actual entorno metropolitano como Atlixco y Cholula con las que ha tenido una relación muy estrecha, incluso en el presente. Desde luego, Huejotzingo, Calpan, Tepeaca, Tecali, Tecamachalco, Quecholac y otras que corresponden al actual estado de Tlaxcala pero que, durante el virreinato, formaban un territorio uniforme y único caracterizado por el cultivo de trigo, maíz y frutales —todavía llamados castizos—; por cierto, actualmente muchas de las frutas (durazno, pera, manzana, granada, nuez...) se usan en la creación del chile en nogada. Además, los labradores angelinos sembraron también uva para vino, obteniendo buenos resulta- dos pues se producía vino generoso de alta calidad, de tal manera que este producto era de consumo cotidiano entre las personas provenientes del viejo mundo; por ende, fue de interés de los comerciantes.

  La vocación agrícola distinguió al territorio con la denominación de “granero de América”, y en consecuencia, centro de abasto de la Nueva España. Para responder a las necesidades de consumo nacional se crearon las condiciones centralizadas (en el ámbito urbano se concentraban los servicios y los equipamientos para el tratamiento de todo lo que se producía. Esta circunstancia facilitaba el consumo cotidiano, lo mismo que el de los territorios conquistados y del viejo mundo, a través de los comerciantes que llevaban los productos locales y traían mercancías de otras culturas).

  Las representaciones de infraestructura y equipamientos expresaban con claridad la vocación del territorio. Así tenemos que en la zona urbana de la ciudad se molía el trigo para producir harina con la que se hacía el pan del consumo interno, pero también los viajeros la llevaban para el viaje y los comerciantes para venderla en otras poblaciones. De manera similar se molía el maíz para el consumo de los indígenas, pero el grano fue importante para la alimentación de los cerdos y otros animales.

  La producción de carne, principalmente de cerdo y sus derivados, creó figuras arquitectónicas como los mataderos, las cocinerías, curtidurías, jabonerías. Entonces como ahora, el cerdo se aprovechaba al ciento por ciento, tanto que por eso se ha dicho del poblano que come tres cosas: cerdo, cochino y marrano.

  La representación arquitectónica de toda esta actividad agropecuaria se evidencia en los molinos dispuestos en el ámbito urbano, en la ribera del río San Francisco: al norte, el de San Antonio; al noreste, el de San Francisco, que probablemente fue el más importante durante el virreinato; continuando el cauce del río hacia el sur, el molino del Carmen; siguiendo el mismo cauce, distante de la zona urbana, el molino de Huexotitla, que por cierto es el único que se mantuvo activo hasta muy avanzado el siglo XX.

  Las curtidurías y tocinerías estuvieron localizadas también en la ribera del río San Francisco y probablemente en la parte más distante del ámbito urbano centro. De las curtidurías, solo se conservan testimonios de los comercios dedicados a la confección de bolsas, calzado, cinturones, carteras y accesorios diversos. Para vender estos productos todavía existen dos sitios de artesanos que trabajan las pieles, ubicados en la calle 2 Oriente 412 y 607, en las inmediaciones de El Parián. De tocinerías solo quedan vestigios en un edificio de la calle 2 Sur 704.

  Al finalizar el siglo XIX surgieron los alma- cenes como un género comercial novedoso, ocupando edificios monumentales como la Casa de los Muñecos, desde luego, también se construyeron edificios ad hoc completa- mente nuevos, en tanto que otros inmuebles virreinales se adaptaron a las nuevas necesidades urbanas. Estos primeros almacenes decimonónicos fueron La primavera, La Ciudad de México, La Ciudad de Puebla, París Londres. Allí mismo se estableció el primer banco de la ciudad, el Banco Oriental, que estuvo en la esquina enfrente del Palacio Municipal y del zócalo. Estos equipamientos se emplazaron en la calle 2 Norte, particularmente en las tres cabeceras de manzana, es decir, de la calle Juan de Palafox y Mendoza hasta la 6 Oriente; desde luego, la influencia se extendió hasta San José. Esta función comercial de las calles comprendía toda la 2 Norte, lo mismo que la 5 de Mayo, porque ambas tuvieron por destino el conjunto religioso de Santa Mónica, San Juan de Dios (que en la segunda mitad del siglo XIX se renovó para convertirse en la cárcel de la ciudad con una zona de juzgados) y San José, cuyo jardín funcionó como alameda de la ciudad hasta la primera década del siglo XX. Las calles se funden en el tejido del barrio de San Antonio por donde transcurría el Camino Real a Tlaxcala que pasaba por los barrios El Refugio y Santa Anita; fuera de la zona urbana continuaba por los pueblos de San Felipe Hueyotlipan, San Jerónimo Caleras y San Pablo Xochimehuacán.

  Las calles de la ciudad, principalmente las que conectaban con los caminos reales o nacionales, se volvieron de uso mixto: comercial en planta baja alineado a la calle, lo demás construido conservaba el uso original de vivienda.

  La plaza principal y todas las plazuelas virreinales tuvieron funciones comerciales, mismas que conservan en la actualidad. El zócalo tuvo un parián (mercado), perfectamente diseñado, ordenado con locales del mismo tamaño (al finalizar el siglo XVIII se expulsaron a los vendedores a la plazuela de San Roque donde años después les construyeron un mercadillo que terminó por convertirse en El Parián actual). Por su parte, los tres portales del entorno del zócalo tuvieron venta diversificada en puestos con forma de ala- cena o kiosco (en la década de 1930 hubo un proyecto del Ayuntamiento para recuperar los portales tal como se tienen en el presente).

  Por esos y otros factores la Ciudad de los Ángeles fue punto de encuentro de viajeros entre los que destacaban los comerciantes, por- que aquí encontraron las condiciones idóneas para comerciar (negociar, traficar, hacer tratos y negocios con otros, por medio del dinero, o por medio de los géneros y mercancías, permutándolas o vendiéndolas). "Viene del latino Commercari, que vale comprar juntamente con otros" (RAE, Diccionario de autoridades, Tomo I1 {1729}) o mercar (comprar). Así la Ciudad de los Ángeles se consolida en una de las tres vocaciones históricas: el comercio,' cuya localización resultó con sentido estratégico debido a la posición geográfica de la ciudad y a su origen español, pues no había en la Nueva España otra población española.

  De tal manera que no es casual que en el presente existan lugares para el comercio de gran magnitud, tipo tianguis, como el de San Martín, especializado en ropa; la Central de Abasto que vende los productos agrícolas cultivados en el valle Puebla-Tlaxcala, complementado con productos básicos; el tianguis histórico de Tepeaca, que fue suprimido al finalizar el siglo pasado para embellecer el centro histórico, no obstante, la población ha recuperado buena parte de aquella vocación comercial, pero fuera del casco; otro gran mercado tipo tianguis es el de Cuapiaxtla, por cierto, formado con los vendedores expulsados de Tepeaca. Por supuesto, en el territorio hay mercados de la misma figura del tianguis, pero de menor importancia que los antes dichos.

  En el tejido urbano donde se concentran actividades se forman lugares especializados. Por ejemplo, el último uso especializado que tuvo la calle 8 Oriente-Poniente fue de ferreterías, antes allí hubo cererías y actualmente se ha consolidado con papelerías; la calle 6 Oriente se ha consolidado con la especialidad en dulces poblanos, tanto que los poblanos la identifican como la “Calle de los Dulces”; el callejón y plazuela de Los Sapos surgió como sitio de anticuarios, el uso se tambaleó por la dominancia de antros y luego por la venta de muebles de madera, por fortuna se ha recuperado la venta de antigüedades; con venta de comida se configuró el Paseo de San Francisco como lugar de comida poblana, especialmente de chalupas, con este mismo sentido es famosa la plazuela del Carmen, aunque aquí los comerciantes son ambulantes; mención especial merece El Parián que se ha consolidado con la especialidad de artesanía de textil y talavera como productos dominantes, además, va teniendo impacto en calles aledañas.

  Desde luego la ciudad también tiene comercios emblemáticos, por ejemplo, las dulcerías La Fama; las taquerías La Oriental, Bagdad o Tony; las desaparecidas rosticerías Pollos Toledo, la tradicional El Divino Pollo; las cemitas El As de Oros o Cemitas El Carmen; las torterías El Girofle, Tortas Meche; las cafeterías Café Aguirre, Wimpys; restaurantes Fonda de Santa Clara, El Antiguo Cazador, El Mural de los Poblanos.

  Por tanto, debe entenderse que la ciudad entera tenía actividad comercial distribuida en calles, plazuelas, edificios ad hoc, casas con locales habilitados ex profeso para esa función, incluso en los zaguanes, en donde se vende comida de antojitos poblanos.


  1. Las otras son la actividad primaria sostenida en la agropecuaria, donde sobresale la agricultura; la manufacturera dominada por la incipiente producción de textiles y de otros insumos; también el sector de los servicios debido a la atención que la ciudad proporcionaba a los viajeros sanos y enfermos. Desde luego, el saber, representado en la diversidad de los colegios.

Sobre el autor

Profesor-investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Doctor en Arquitectura y Urbanismo por la Universidad de Valladolid, España, en 1997. Participó en el diseño del Modelo de Intervención para el Centro Histórico de Puebla. Sendas y Espacios de Encuentro, en 2008-2011, La ciudad de Puebla lo ha considerado Poblano Distinguido y le ha entregado el facsímil de la Cédula Real en 2011 y 2016. En este último año recibió el Premio Municipal de Investigación Histórica Hugo Leicht.

 

 

 

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Arturo Crisanto

 

La identidad de nuestra ciudad, en especial la asociada a los muertos, es tan narrativa como colorida. Tradiciones persisten, no por ser inscritas en la memoria del mundo, sino por la afianzada tradición poblana familiar y por la resiliencia de las personas comerciantes del Centro Histórico que siguen mercadeando los productos “locales” y se rehúsan (como desde hace años se incrementa) a pintar el centro de calabazas, brujas y telarañas. Es gracias a los negocios del centro que podemos apreciar el cambio de estación. Sabemos precisamente que ya se acercan las fiestas de los difuntos cuando aparecen los primeros alfeñiques de Atlixco y de Toluca, y huelen los primeros huaxmoles. Aun- que distantes y difuminados, aún se pueden apreciar con afianzada tradición los papeles de Huixcolotla y una intención colectiva por preservar la tradición de colocar la ofrenda a través de la adquisición de lo requerido. Particularmente, la arquitectura interior “del negocio” se ve transformada por una ligera neblina de humo de incienso y un resplandor de naranja/amarillo cempasúchil. El exterior anuncia la oferta de los productos de temporada.

A manera de guía y recorrido, para colocar la ofrenda necesitamos llevar bolsas de ixtle adquiridas en las últimas jarcierías y caminar por el centro para empezar con las compras y la vendimia:

EL MOLE

Para el mole se puede optar por adquirir la pasta y diluirla con caldo de pollo, encontrándola en las pocas “molerías” que persisten. Como en Súper Mole Belén, marcado con el 703C de la 14 Poniente. La estructura interna general es un mostrador en L, recubierto de azulejos blancos y talavera, con cazuelas de La Luz y grafías a mano: “mole dulce”, “mole almendrado”, “mole negro”, “mole combinado”, “pipián verde”, “pipián rojo” y “adobo”, recubiertas con una vitrina de bordes laminados en dorado.

Si, por el contrario, se opta por la usanza de mis abuelas y se decide hacer el método laborioso, bastará con caminar por las comercializadoras de chiles secos y semillas de la 5 Norte, desde la 12 hasta la 18 Poniente. Sabremos que hemos llegado cuando el diseño de interiores incluya costales de ixtle o de raña (generalmente del azúcar refinada) llenos de frijol, haba, lenteja y demás, sobresaliendo hasta medio o un metro fuera del local. Desde la canela amarrada y colgada de alcayatas hasta el piloncillo acomodado y envuelto en papel de estraza rosa, desde los clavos hasta los cominos; y si de chiles se trata, en algunos de estos negocios podremos encontrar el chile miahuateco, el chile utilizado para distintas variantes de mole en la mixteca poblana y que debe su particular sabor a su colocación en las ofrendas. No podrán faltar el ancho, mulato y pasilla secos, con dos o tres chipotles (para darle sabor).

LAS CANDELAS

Imprescindibles en la ofrenda son los cirios y veladoras que alumbran el camino de las almas desde su morada. Las Jalapeñas, AlarKon, El Señor de las Maravillas y Albert son algunas de las cererías más famosas del centro que encontramos todavía en la 8 Poniente entre 3 y 5 Norte, así como El Faro en la 6 Poniente. Son quizás algunos de los negocios más hablados, relatados y fotografiados del centro, pues algunos preservan el mostrador de inicios del siglo XX, tallado y ensamblado en madera, el piso de ladrillo y el techo soportado por grandes vigas, con la pared trasera recubierta por ceras de todos los tamaños y el recuerdo de un oficio latente que lucha por no olvidarse. El ambiente se engalana por un aroma particular. Las velas y cirios blancos son de parafina (inolora e insípida) y los amarillos de cera de abeja, que destaca por la tonalidad y el aroma. Algunas de las cererías antiguas distribuyen además ceras que se producen en el interior del estado y que por lo regular no están a la vista del comprador (generalmente debido a su precio), y que en distintas regiones son utilizadas solo para el Día de Muertos. Distribuyen ceras escamadas de Huaquechula, Tochimilco y Atlixco, que destacan por tener forma de espiral, una línea de papel metálico pegado, un recorte de carita de querubín y los relieves creados con las ye- más de los dedos. También las más laboriosas de Cuetzalan (en general en formato pequeño) que destacan por ser de abeja melipona, una estructura recta con un medallón calado clavado y un santo, virgen o cristo del mismo material. Las ceras de San Gabriel Chilac son las más coloridas, pues la estructura cilíndrica amarilla se compensa con flores de papel crepé insertadas con alambre y que cada vez más son difíciles de encontrar.

EL PAN

Entrar a las panaderías de Puebla es develar, ante la fragilidad del tiempo, cómo uno de los elementos más característicos en la ofrenda, el pan, al igual que toda la gastronomía, es artífice de la evolución y pérdida de la memoria. Los golletes, rosquetes y tortas lisas se quedaron en pocos canastos de mimbre, pues ahora cobran vida las nuevas generaciones de hojaldras: las hay rellenas de chocolate, mermeladas, queso crema, con nuez, almendra, de rompope y de vainilla y, para los paladares más exigentes y aventureros, cubiertas de ceniza de totomoxtle y rellenas de camote morado. En cualquiera de sus variantes, las panaderías de la ciudad son parte esencial de la tradición. Algunas, como la de la esquina de San Felipe Neri, La Concordia, preservan el horno de ladrillo, el tamaño preciso del local que lo vuelve acogedor, las vigas en el techo y el piso de pasta o de ladrillo. Otras son conocidas por tradición como La Flor de Puebla de la 3 Sur y Lalos en la 3 Norte. En mercados como el 5 de Mayo y en los puestos de la 3 Norte, amontonados en canastos de mimbre, durante esta temporada aún se pueden encontrar panes tradicionales del Día de Muertos. Tal es el caso del rosquete en sus dos variantes, uno con una pasta blanca y granulado de azúcar roja, como los de Huaquechula y Atlixco, y el otro sencillo, Únicamente con el trenzado tradicional y horneado, con vestigios ahumados del horno de leña; el muñeco, un pan con forma de “muerto”, con brazos, piernas y cabeza, como los que se utilizan en la Sierra Norte; los golletes, panes con forma de círculo con una abertura en el medio y de no más de 10 cm de diámetro, espolvoreados con azúcar rosa y comunes también en otras regiones del país. Los más curiosos son los que traen desde Pahuatlán, panes con forma de animales y águilas bicéfalas, de color “masa cocida ahumada”, decorados con líneas en glaseado rosa. En esta temporada es muy común, además, encontrar puestos itinerantes de pan en el Centro Histórico. Las cocheras, por- tones, atrios de iglesias, zaguanes de conventos, patios de edificios de gobierno y las esquinas de los parques se perfuman con el ligero aroma del azahar de las hojaldras. Una mesa con un mantel y un canasto lleno indican la llegada de la temporada de muertos.

LOS DULCES

Santa Clara es el mayor referente que tenemos en la ciudad, ya que el ex convento era afamado por sus guisos, pero más por sus postres. En las ofrendas poblanas actuales no es extraño encontrar un plato de loza, de talavera, de barro bruñido de Metzontla o una canasta de Chigmecatitlán adornados con dulces típicos poblanos (camotes, confituras de chilacayote, higo, piña y naranja, merengues, macarrones, corazones de camote, muéganos de Puebla, Tepeaca y Tehuacán, galletas de pinole, limones rellenos de coco, alegrías, palanquetas, cocadas, jamoncillos y demás muestras de la creatividad) que aún fabrican los pocos conventos poblanos activos y que tenemos oportunidad de encontrar en el “negocio”, de carácter efímero, una o dos mesas colocadas en las porterías de los conventos, como en el convento de las clarisas de la 16 de Septiembre.

Sor María de Cristo nos relata el uso de la calabaza tlamayota (del náhuatl tamalayotli), también conocida como calabaza de pellejo, de casco o sequaloa, en los dulces destinados a las fiestas de fieles difuntos en los conventos. Además, en mercados como el 5 de Mayo de la 18 Poniente se distribuye durante este día la comúnmente llamada de Castilla (en náhuatl ayotli o ayojti) y también llamada güicha, calabaza tlamayota, chilacayota, pipiana, patipona y arota. Los grandes productores son las fábricas y dulcerías tradicionales de la 6 Oriente. Entre los dulces particulares y especiales para el Día de Muertos encontramos exhibidos en las vitrinas de las dulcerías, o colocados en charolas blancas sobre mesas de madera en la 3 Norte, los jamoncillos, a base de pasta de pepita, con los que se realizan figuras humanoides, animales, florales, de corazones y frutas que servirán de ofrenda para las almas niñas. Con esta misma morfología se comparte la creación de los dulces de alfeñique, de alta complejidad técnica. El alfeñique era originario de la península ibérica, pronto se extendió a España y durante el siglo XVI llegó a la Nueva España a los conventos. Es hasta el siglo XVII que en Toluca se tiene el registro documental, fechado en 1630, del artesano don Francisco de la Rosa en el cual solicita permiso para realizar el alfeñique como actividad comercial, lo que nos muestra su pronta expansión en el centro del país. Este dulce está íntimamente ligado a las festividades de Día de Muertos. Actualmente la producción de alfeñiques en la ciudad está casi al borde de la extinción. Familias y dulcerías preservan los alfeñiques durante el Día de Muertos, pero las calaveras de azúcar, choco- late y amaranto ganan terreno en el escaparate. En el estado aún se elabora en lugares como Atlixco y Huaquechula, donde doña Elena Dolores y doña Margarita Sarmiento conectan sus manos con el azúcar hirviendo. La preparación al estilo Huaquechula es en esencia agua, azúcar de caña, limón y colorante vegetal. Se deben mezclar dos tazas de azúcar, una de agua, 25 gotas de limón y se debe hervir hasta tener al punto. Aún caliente, se vierte en un comal de barro mojado y se comienza a estirar. Las figuras serán canastas con flores, borregos, patos y cisnes. Las ofrendas en la ciudad eran enriquecidas con la elegancia y maestría de los alfeñiques que permean en el espacio, tiempo y memoria de los aires de octubre y noviembre provenientes de las cocinas conventuales, y posteriormente de las dulce- rías y casas particulares. No es extraño aún encontrar en el Centro Histórico de Puebla gallinas, venados, cajas de muerto, cruces y coronas, figuras y alfeñique traídos desde Toluca. Pocos negocios en Puebla han preservado la dulcería tradicional para el Día de Muertos, pero en mercados como el 5 de Mayo, y antiguamente en La Victoria, se puede encontrar dentro de una cazuela el dulce de calabaza con pepita, una pasta espesa que sobrepasa la altura de la cazuela al doble, adornada con pepitas hervidas con forma de picos; en otra, un dulce negro y pastoso, el de zapote negro con naranja y canela y, junto a esta cazuela, diversos dulces que aún se preservan como el de higo, camote amarillo, te- jocote y guayaba (cocinados “en dulce” con azúcar o piloncillo), así como la calabaza en tacha que destaca por estar completa, con orificios por todas partes y horneada. Hasta 1986, y desde 1912, el mercado de La Victoria era el lugar donde marchantes y marchantas se congregaban, provenientes de distintas regiones del estado con manzanas e higos de Huejotzingo y Calpan; pitayas, pitahayas y xoconostles de Huitziltepec y cañas de Izúcar de Matamoros. Este escenario fue testigo de platillos y costumbres casi extintas hoy en día durante el Día de Muertos en Puebla, como la jeripa, el dulce de camote morado y el punche, indispensable para la ofrenda poblana y tlaxcalteca que se encuentra en riesgo de desaparecer. “El punche, tan mencionado y efímero, es un dulce del que se desconoce su origen preciso. No se encuentra en muchos recetarios, más que en los familiares, conventuales y en los recuerdos de la sociedad poblana. La preparación genérica es a base de maíz azul (también cacahuazintle o rojo), agua, agua de azahar, hojas de naranjo, azúcar, canela, leche y tequesquite”.'

EL BARRO

Incensarios y candeleros de barro vidriado negro, cazuelas, platos, jarros y platos de barro cocido son indispensables para la ofrenda. El negocio se mezcla con el taller en el barrio de La Luz y permite entrever la vivienda. Es uno de los pocos lugares de “comercio” en donde convergen diversos espacios; entrar se vuelve una experiencia completa: la puerta de metal pintada de negro y decorada con herrería se abre para observar cazuelas de una y dos orejas, moleras y arroceras, ollas de cuello alto, jarros de todos los tamaños hasta convertirse en “jarritos”, colgados en las paredes y con cuerdas desde el techo; en el piso reposan los costales del barro en polvo, así como pedacería de las piezas quebradas en “la horneada”. La escena continúa con las primeras habitaciones de la edificación (estructurada a la usanza mexicana de vecindad), en las cuales observamos “el cernido”, “el amasado” (a pies y manos), “el moldeado y modelado” y “el secado” para posteriormente salir al patio principal y encontrarnos con un gran horno de ladrillo donde se cocerán para el Día de Muertos, entre otras cosas, los incensarios y candeleros negros vidriados (uno de los estilos más particulares y destacados del barrio de La Luz). Aquí se producen la mayoría de los que serán comercializados en los negocios del centro y mercados, también de todos los tamaños.

EL PAPEL PICADO

Es interesante que algunos de los comercios que se transforman radicalmente durante el Día de Muertos sean las ferreterías y tlapalerías, especialmente las de la 8 Poniente. Pasando de tonos grises entre alambres, a vi- vos y festivos llenando los techos y cortinas de papel picado traído de Huixcolotla, Huaquechula y Tochimilco. En las tlapalerías de la 8 se encuentra además mirra y copal para prender el suave aroma que traerá a los muertos a la tierra, así como incienso artificial. Aserrín coloreado (para las ofrendas que se colocan en escuelas, edificios públicos y privados, así como en la Casa de Cultura). El papel picado lo venden por pieza o por paquetes que van de 20, 25, 50 y hasta 100 pliegos. Además de las tlapalerías, el papel picado también se comercializa en las papelerías de la 8, encontrando diversos formatos (1/8, 1/4, 1/2 pliego y un pliego entero, así como circulares y de “estandarte” de aproximadamente 50 cm x 150 cm), colores, precios y calidades. La mayoría de este papel es producido en Huixcolotla (cuna del papel picado). Su producción artesanal comienza con el diseño milimétrico, trazado con bolígrafo sobre plástico transparente y posteriormente remarcado con plumón. A este paso le sigue el acomodo (generalmente en centenas) de los papeles y aseguramiento de los bordes con clips de mariposa. En la par- te superior se coloca el molde previamente trazado y sobre una placa de plomo, que amortiguará los golpes, se comienza a cincelar (con cincel y martillo) cada una de las partes a retirar del diseño final. Este proceso artesanal se ve amenazado por la sistematización tecnológica, ya que con la implementación de máquinas en los talleres de Huixcolotla, únicamente se necesita acomodar los papeles y estos serán cortados automáticamente con la cortadora y el diseño digital indicado. Los comercializadores del papel picado en el Centro Histórico de Puebla cumplen una función primordial en la preservación y promoción del proceso artesanal, que resalta por su calidad en el picado y la maestría en los diseños.

LOS TAMALES

Los últimos molinos en la ciudad se encuentran repartidos en mercados, colonias e incluso en casas particulares. En los del Centro Histórico se obtiene el polvo de maíz blanco y rojo para el atole, azul para el punche. La harina de maíz es para los tamales de dulce: los rosas de fresa, rellenos de crema o pasas, de piña, limón y chocolate; los salados: rojo, verde, rajas, epazote con queso, mole, jarocho, oaxaqueño y hasta de elote. También se lleva a moler todo el sincretismo del mole poblano, que destaca por su dulzor de chocolate. Para muchas y muchos no hay desayuno sin tamal, y el colocarlos en la ofrenda poblana es una remembranza del desayuno, la comida y hasta de la cena. A cualquier hora del día, en la ciudad, se encuentran tamaleros y tamaleras. Desde las siete de la mañana y hasta ya entrada la noche los hay en los zaguanes, afuera de las panaderías, en las esquinas, en los parques, en triciclos y bicicletas, en las vecindades y, claro, en los locales especializados en tamales. En los mismos puestos se encuentran los atoles, que para muchas familias son in- dispensables en las ofrendas. Los atoles en Puebla son tan variados como sus tamales, los hay de fresa, chocolate, vainilla, guayaba, mazapán, galleta, coco y hasta nanche traído de la Sierra Norte.

Si de negocios de tamales se trata, los tenemos en tres formatos: establecidos, efímeros y móviles. En el formato establecido permanecen las antiguas (y nuevas) tamalerías que se rehúsan a dejar de amasar, como la de la esquina de la iglesia de la Soledad, enmarcada en cada entrada con un rótulo y de recibimiento unas ollas tamaleras de latón plateado, que al abrirse dejan salir el vapor abrigador de la calidez poblana. En el formato efímero tenemos a vendedores con una mesa cubierta con un mantel, una olla de tamales y otra de atole, en las entradas de las iglesias como la del Niño Cieguito y en las esquinas de los parques del centro como el Vicente Lombardo Toledano de la 5 Oriente. Por último, y con suerte, encontraremos a las tamaleras y tamaleros efímeros, que remarcan el arte de vender en el Centro Histórico. En su formato móvil, los encontramos sobre un triciclo amarillo de carga, pedaleando por las calles, y llevando en la canastilla los tambos de tamales, atoles y una bolsa transparente llena de tortas de agua (o manteca) que abrirán por la mitad con maestría para preparar las “guajolotas”.

OFRENDA Y EXTINCIÓN             

Además de los negocios especializados en productos específicos para la ofrenda, en el Centro Histórico también se puede encontrar todo lo necesario para su colocación. Tanto en los mercados como en distintos negocios que durante la fecha comercializan toda variedad de productos, se pueden comprar las flores de cempasúchil, nube y terciopelo. Durante estas fechas, las calles se pintan de colores, pues además de las flores, encontramos los montones geométricamente acomodados y equilibrados de la fruta de temporada: guayabas, manzanas, mandarinas naranjas y verdes (de hoja), naranjas, cañas, tejocotes, nísperos y zapotes. También maíces nativos para las tortillas, tlacoyos, atoles y maíz azul para el punche y una gran variedad de ver- duras para cocinar los platillos que en vida degustaba el difunto.

La preservación de los elementos tradicionales en la ofrenda poblana se sustenta en la pro- moción y difusión de nuestro Patrimonio Cultural, y los negocios del centro cumplen una función primordial. La imagen urbana se ve transformada con una amplia cromía y diversidad de aromas y formas. Las lajas de cantera gris de los edificios y las calles se mezclan con los tonos de las flores y las frutas para darle una nueva estructura visual a las calles del centro. Es primordial reconocer esta labor para incentivar la disminución de la venta de productos relacionados con la festividad de Halloween que, si bien representan expresiones socioculturales de otros países, atentan contra el interés público neogeneracional por la festividad de Día de Muertos, que nos da identidad estatal y nacional. El centro es una ventana para la visibilidad de los productos que se producen al interior del estado; además de que, en conjunto, las festividades a los muertos (de Huaquechula y san Gabriel Chilac) son Patrimonio Cultural Inmaterial de Puebla. Sigamos recorriendo las calles del centro, disfrutando de sus sabores, compartiendo sus colores, desde el calor de los atoles al amanecer hasta los chileatoles al atardecer, pues en la ofrenda no existen lineamientos para los alimentos ni las bebidas. Sigamos siendo las voces de nuestros ancestros, para seguir mercadeando y consumiendo lo que se produce en nuestra tierra.


Bibliografía

LIBROS

Cordero y Torres, Enrique, Historia compendiada del estado de Puebla, Puebla, Grupo literario Bohemia Poblana, 1965.

REVISTAS

Artes de México, Serenidad Ritual. Número 62. México, (2002). Artes de México, Risa y Calavera. Número 62. México (2003).Crisanto, Arturo, “Punche: origen, color y tradición”. Cuetlaxcopan No. 34, (2003).

PUBLICACIONES ELECTRÓNICAS

Ayuntamiento de Toluca, “Comunicado Núm. 0660/2020", en Alfeñique en Toluca, una tradición viva hace 400 años [https://www2.toluca.gob.mx/ alfenique-en-toluca-una-dulce- tradicion-viva-des- de-hace- 400-anos/] Consultado el 25 de julio de 2023.

“Calabazas, tamalayotas, pipianas, chilacayote” en Diversidad Cultural y Natural, 2020, [https:// www. biodiversidad.gob.mx/diversidad /alimentos/ calabazas). Consultado el 27 de julio de 2023.

Martínez y Torres, Lilia, “Memorias del buen comer, documentos del Archivo Municipal de Puebla para la Historia de la Gastronomía” en Los Cinco Fuegos [https://cocinacincofuegos. com/author/ ilia/] Consultado el 1 de agosto de 2023.

Cocina Cinco Fuegos, “Repostería poblana, el dulce arte de las monjas”, en Google Arts & Culture [https:// artsandculture.google.com/story/AwUhjFBBV- FMOLA?h=es-MX] Consultado el 1 de agosto de 2023.


  1. Crisanto, 2003.

Sobre el autor

Diseñador gráfico por la Universidad Anáhuac Puebla y Premio Nacional a la Excelencia CENEVAL. Ha sido colaborador de embajadas, museos, fundaciones y dependencias públicas en temas culturales. Investigador particular especializado en costumbres, tradiciones y textiles indígenas. Actualmente es fotógrafo de tiempo completo en el antiguo Black Mountain College en US.A.

 

 

 

Publicado en Cuetlaxcoapan 36

 

Arturo Córdova Durana

 

El Archivo General Municipal de Puebla, AGMP por sus siglas, es en su tipo el acervo histórico más completo de América y el segundo más antiguo, pues conserva la casi totalidad de sus actas de cabildo, la serie más importante del archivo, en las que se encuentran asentadas las decisiones de sus autoridades para el buen gobierno y administración de la ciudad, desde 1532, a un año de su fundación, hasta la actualidad, siendo posible reconstruir con su información el quehacer diario de la ciudad en sus casi cinco siglos de existencia.

  Tan importantes son los datos que contiene que la Unesco inscribió esta serie en octubre de 2015, y otras siete más de las sesenta y siete series documentales que posee y dos de sus colecciones, en la Memoria del Mundo, de América, Latinoamérica y el Caribe. Por lo tan- to, es una fuente primaria de información de consulta obligada para cualquier tema que se pretenda estudiar de la ciudad de Puebla, trátese de gobierno, hacienda, justicia, milicia, urbanismo, seguridad, salubridad, o de otra índole. El Archivo General Municipal de Puebla es así el depositario de la memoria de esta urbe tan importante y trascendente como lo ha sido la antigua Ciudad de los Ángeles, la que desde el propio siglo XVI [legó a ser muy noble y muy leal, llamada después Puebla de los Ángeles y Puebla de Zaragoza, y hoy reconocida como Cuatro Veces Heroica Puebla de Zaragoza.

  Con tales antecedentes, hoy solo nos será posible esbozar la importancia de este archivo para documentar la historia comercial de esta pujante e industriosa ciudad que desde el mismo siglo de su fundación obtuvo prestigio y fama, siendo codiciados sus productos por los comerciantes de todos los confines del mundo, ya que la ubicación estratégica de la urbe fue de vital importancia para el comercio transoceánico e intercontinental de la llamada Nueva España. Fueron varios siglos en los que la ciudad fue el paso obligado de personas y mercancías, y en muchas ocasiones su destino final, volviéndose cada vez más rica y opulenta, como lo vemos reflejado hoy en los 2,619 monumentos patrimoniales de su arquitectura civil y religiosa de los siglos XVI al XIX que la hicieron digna de ser declarada en 1987 Ciudad Patrimonio del Mundo, pues si se le sumaran las edificaciones históricas y emblemáticas del siglo XX superaría su número la cantidad de tres mil.

  La fama, riqueza e importancia de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de los Ángeles, se la dieron no solo sus élites gobernantes, ricos hacendados, comerciantes e industriales y sus apreciadas telas y textiles, sus ceras artísticamente labradas, sus jabones olorosos y de finas fragancias, y los demás productos artesanales e industriales que conformaban el menaje de sus casas señoriales, templos y conventos, y que eran demandados por los distintos reinos de la Corona española y por lejanas naciones de Europa y Asia.

  La riqueza de la ciudad angélica se vio incrementada con la venta de sus miles de fanegas de trigo candeal y pelón, y la harina salida de sus numerosos molinos trigueros, siendo dieciocho de estos los que en el siglo XVl aprovechaban la fuerza del agua de los ríos Atoyac y San Francisco para mover sus piedras molientes, quedando en el imaginario poblano la centenaria existencia de tres de ellos: San Francisco, Huexotitla y el de En medio, activos durante cuatro centurias continuas. De las numerosas panaderías que vivían de su producción salían las ingentes cantidades de bizcochos, que, junto con las fiambres que salían de las numerosas tocinerías de la ciudad, sostenían de sobra las armadas de Barlovento y del Caribe, además de abastecer al cada vez más creciente y exigente mercado interno. En cuanto al pan de dulce que se consumía en Puebla, era enorme su variedad tamaño y peso, sobreviviendo en el tiempo algunos nombres de estas piezas, cuya calidad, peso y precio eran controlados, en el siglo XVII, por medio de pintaderas registradas ante las autoridades municipales, las que contenían el signo emblemático del propietario o propietaria del horno o panadería donde se amasaba el pan. Incluso en algunos volúmenes de las Actas de Cabildo, como el 18, es posible encontrar la regla con la que se hacía la postura del pan.

  Del mismo modo que el pan, la cantidad y calidad de los productos artesanales e industriales poblanos que se han mencionado eran garantizados por los distintos gremios que existieron en la Puebla de los Ángeles, siendo los “veedores” o jueces de cada gremio las autoridades encargadas de visitar los talleres gremiales para velar por el estricto cumplimiento de sus ordenanzas, siendo hechas mu- chas de estas a semejanza de las que se aprobaron primero en España. Es importante mencionar que las ordenanzas de los loceros del año 1653, que resguarda el AGMP en su acervo histórico, son las que se tomaron como referente principal para la denominación de origen de la loza estannífera o talavera poblana actual. Este y otros temas del comercio e industria poblanos pueden ser estudiados en las series documentales del Archivo General Municipal y complementados con la información de otros acervos poblanos como el Archivo General de Notarías, el Archivo Judicial y el del Registro Público de la Propiedad y del Comercio.

  La información contenida en el AGMP y en el Registro Público de la Propiedad fue exhaustivamente estudiada hace ya casi un siglo por el acucioso investigador alemán Hugo Leicht Meyer y dada a conocer en su célebre libro Las calles de Puebla, de obligada consulta para quien quiera conocer mejor los recovecos de la historia de la ciudad. Es gracias a la documentación del acervo histórico del AGMP y de obras como la de Hugo Leicht que se puede conocer la vocación comercial ancestral de muchas de estas calles, siendo durante más de tres siglos la principal calle del comercio angelopolitano la célebre calle de Mercaderes —actual calle 2 Norte-, la misma a la que en el siglo XVI se le llamó calle de la Carnicería, por obvias razones, y se le conoció también como calle de la Sierpe, por la leyenda de la serpiente que devoró al hijo del conquistador propietario de la célebre Casa del que mató al animal, sede hoy de El Sol de Puebla y antes del exclusivo Hotel Italia.

  La calle de los Mesones, hoy avenida 8 Oriente, es otro ejemplo más. Fue llamada así por ubicarse en ella varios de los establecimientos que daban cobijo a los españoles y mercaderes que llegaban a Puebla por el camino real de Veracruz a México, actual 14 Oriente, y cruzando el antiguo puente de San Francisco entraban a la “traza española” o Centro Histórico por esta calle para hospedar- se en el mesón de San Francisco, el del Cristo, el del Roncal o en cualquier otro de los que existían en esta rúa o en las inmediatas a ella. Existió también la llamada “de los Herreros” en la actual 3 Poniente, donde se ubicaban varias fraguas que prestaban sus necesarios servicios para el buen mantenimiento de carros, carretas y cabalgaduras, y ofrecían sus productos como cerraduras, llaves, candados, rejas, balcones y goznes, entre otros.

  Los portales mismos fueron planeados y fabricados con fines comerciales, excepto el del Palacio Municipal, y fueron antiguamente conocidos por el giro comercial de su destino. Tenemos así que el actual Portal Morelos durante siglos se llamó Portal de las Flores, pues al ubicarse al oriente del zócalo protegía del sola este delicado producto para que no per- diera su frescura durante el día y, por lo mismo, no bajara su valor de venta. En cambio el portal poniente, hoy Portal Juárez y durante el siglo XIX Portal Iturbide, fue destinado para la venta de productos no perecederos, como lo eran los libros, llamándose así Portal de los Libreros en el siglo XVI y Portal de Borja en los siglos XVII y XVIII, por haberse ubicado allí la imprenta de Juan de Borja Gandía, el segundo impresor que tuvo Puebla, la que perteneció después a su viuda Inés Vázquez Infante, la primera impresora de Puebla. El hoy Portal Hidalgo fue el Portal de la Audiencia por ser el lugar donde los alcaldes de la ciudad impartían justicia a nombre del rey. Sin embargo, el extremo poniente de este portal se conoció en el siglo XIX como el Portal de los Chileros.

  Los libros de “encabezonamiento” de alca- balas y el de registro de censos o hipotecas para los siglos XVI y XVII, los de “propios” y los de cuentas para el siglo XVIII, y los de comercio para los de los siglos XIX y XX son buenas fuentes para obtener datos fidedignos al respecto.

  La extensa serie de “Expedientes” es el mejor complemento para tal fin, pues su información es riquísima y vasta a nivel histórico y gráfico para documentar las presencias y ausencias de comercio e industrias de nuestra monumental ciudad, siendo más de mil volúmenes los que conforman la serie con datos que van desde finales del siglo XVI hasta el siglo XX; las imágenes que ilustran el presente artículo dan fe de ello.

  El lector a quien le interese conocer a profundidad la historia de un producto comercial o industrial en concreto, como la loza estannífera, la vidriería, la ebanistería, la cerería y demás productos que ya se han mencionado, deberá conocer primero sus distintas ordenanzas en los libros que integran la serie de gremios; inclusive puede llegar a conocer en el acervo histórico municipal cómo eran los exámenes que presentaban los oficiales que pretendían ser maestros en su oficio y poder tener su propio taller para fabricar y vender sus productos, y podría encontrar, incluso, indicios sobre la ubicación física de estos.

  Ahora bien, si su interés específico es conocer los comercios que existieron en los lugares que ocupan los actuales, los productos que vendían, su origen y características, y hasta sus precios, también puede encontrar información documental y gráfica sobre estos en la serie “Expedientes” ya citada, así como en los fon- dos fotográfico y cartográfico del Archivo Municipal. Muchos de estos locales comerciales e industriales modificaron la fisonomía urbana de Puebla y, a pesar de ser iconos de la ciudad y exitosos establecimientos, dejaron de existir, demoliéndose en muchos casos hasta las edificaciones que los albergaron, como pasó con el Gran Hotel de la avenida Reforma que era de tres niveles y despareció para levantarse en su lugar una moderna construcción. ¿Quién se acuerda hoy del Hotel Italia, el Hotel Jardín o el Hotel Arronte? ¿Alguien conoció La Princesa, el Cine Teatro Guerrero o el antiquísimo Cine Lux, los almacenes Astor, Blanco, Las Fábricas de Francia o el más antiguo Ciudad de México? ¿Podría alguien decir qué comercios existieron en cada uno de los portales y en el Pasaje del Ayuntamiento, y ya no digamos de las principales que dividen la ciudad en sus cuadrantes mayores, como son las actuales avenidas Reforma y Juan de Palafox y Mendoza o las calles 5 de Mayo y 16 de Septiembre?

  Sirva el presente artículo para refrescar la memoria de la ciudadanía poblana y conocer de paso la memoria de la ciudad a través de la documentación histórica que resguarda el Archivo General Municipal de Puebla en sus dos sedes, la del Palacio Municipal y la de la Antigua Cementera, institución archivística abierta a la consulta de sus fondos y series documentales. 


Sobre el autor

Es miembro del Consejo de la Crónica de la Ciudad de Puebla y analista del Archivo General Municipal de Puebla.

 

Publicado en Cuetlaxcoapan 36

 

Ángel Méndez Velázquez

 

La vocación comercial de la Angelópolis se remonta a su propia fundación en el siglo XVI, época en la que se convirtió en un punto neurálgico entre la Ciudad de México y el puerto de Veracruz. Es así que, desde 1532 y hasta la actualidad, la Ciudad de los Ángeles o la Puebla de Zaragoza vio circular por sus calles infinidad de productos y mercancías provenientes de distintas regiones del país, pero también del mundo a través del comercio ultramarino.

Es durante el gobierno de Porfirio Díaz y en el ocaso del siglo XIX que el arribo de inmigrantes comenzó a ser significativo, debido al interés de estos grupos por las oportunidades y prebendas que otorgaba el régimen porfirista para la inversión y atracción de capitales extranjeros, así como a la relativa paz política que avalaba seguridad física y financiera. La importancia que estos grupos poblacionales tuvieron se vio reflejada en sus inversiones en la industria, la banca, la minería o el comercio, e impactaron principalmente a los grandes centros urbanos como la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Chihuahua y Puebla, así como a los puertos de Veracruz, Tampico y Mazatlán.

En el ámbito comercial destacó sin duda alguna la importación de bienes suntuarios, tecnología y manufacturas, como lo menciona, por ejemplo, Gamboa Ojeda: “Los ramos de armería, ferretería e instrumentos agrícolas serán el campo preferido de negociantes alemanes, mientras que los de telas, ropa y accesorios de vestir serán dominados por franceses barcelonnettes; en manos hispanas, principalmente, quedarán los de abarrotes, bebidas y comestibles”.'

En Puebla las colonias extranjeras fueron pequeñas numéricamente, pero su importancia recayó en su peso económico debido a que tuvieron éxito y bonanza en la apertura de almacenes mercantiles que se convirtieron en los favoritos de las élites por traer las novedades de Europa. Algunos de los más importantes fueron sin duda las casas de comercio de capital alemán instaladas en la antigua calle de la Independencia (actual 2 Oriente, entre 5 de Mayo y 2 Norte) como fueron La Sorpresa, La Ciudad de Londres y Wagner y Levien, las cuales abrieron sus puertas en la Angelópolis a finales del siglo XIX y se mantuvieron en el gusto de la sociedad por lo menos hasta 1940.

Un empresario exitoso, José Dorenberg y la casa comercial La Sorpresa

José Antonio Dorenberg Greving arribó a México en el año de 1865 como militar dentro del cuerpo voluntario belga que escoltaba a la emperatriz Carlota de Habsburgo en tiempos del Segundo Imperio mexicano (1863-1867), periodo en el que probablemente pudo amasar una fortuna que le permitió quedarse en el país tras la expulsión de los franceses e instalarse a partir de 1869 en la ciudad de Puebla.2

Tras lo anterior, Dorenberg comenzó a trabajar como dependiente de un almacén pro- piedad de Antonio Rosales llamado La Sorpresa en donde se vendían distintos artículos, principalmente de ferretería y mercería. El trabajo arduo que caracterizó a los inmigrantes ale- manes en México con el paso de los años les brindó frutos, ejemplo de ello es que en 1874 este personaje pudo adquirir el papel de socio minoritario y, años después, el de socio co-manditario dando pie a que, para la década de 1880, se creara la compañía A. Rosales y Dorenberg que ganó fama y prestigio en la Angelópolis debido a la importación de pro- ductos de origen extranjero como la maquinaria agrícola comprada a la compañía MacCormick y telas de algodón provenientes de Estados Unidos.3

Gracias a la bonanza que la empresa logró, pudo expandir su negocio al adquirir la Casa de la Carnicería, ubicada en la esquina de la calle de la Independencia y Mercaderes, sitio conocido por su alta afluencia comercial y por estar instalados allí los negocios más prósperos de la urbe. En 1885 José Dorenberg, tras la muerte de Antonio Rosales, se vuelve dueño de la compañía por lo que esta pasa en su totalidad al alemán y cambia de razón social para llamarse J. Dorenberg y Cía., y a la cual se integraron como socios, con el pasar de los años, paisanos como Alejandro Sauter, Carlos Wagner, Julio Ziegler o Pablo Petersen, personajes que jugaron un rol importante en la permanencia de la casa mercantil.4

En los últimos años del XIX, el prometedor negocio cambió de domicilio debido a la expansión y diversificación de sus productos, siendo trasladado al edificio conocido como la Antigua Alhóndiga, ubicado en la esquina de la Independencia y Pasaje del Ayuntamiento, pre- dio perteneciente al gobierno municipal y por el cual se pagó la cantidad de 90,050 pesos.5

En este nuevo establecimiento el éxito comercial fue aún más distinguible, y no fue para menos, debido a que el inmueble tenía una superficie de 2,330 metros cuadrados y se instalaron 25 aparadores en donde se mostraban “los artículos más finos y las novedades ex- tranjeras”:6 objetos de ferretería, muebles, instrumentos musicales, artículos suntuarios, objetos para el hogar, carruajes, herramientas para la agricultura, así como materiales de construcción. El esplendor de esta casa de comercio fue tal que en un libro titulado Oaxaca y Puebla ilustrado se menciona la grandeza del establecimiento llamándolo “el almacén más suntuoso de su género en el Estado de Puebla”.7

La casa mercantil, durante la primera década del siglo XX, continuó siendo una de las preferidas de las clases prominentes de la ciudad, esto gracias a la gerencia de Pablo Petersen quien se convirtió en uno de sus principales socios; su importancia fue tal que para 1904 la empresa cambió de nombre para llamarse Dorenberg, Petersen y Cía. Durante este periodo el alemán atrajo nuevas inversiones y supo llevar las riendas del negocio incluso en tiempos difíciles, sobre todo cuando en 1910 comenzó el movimiento revolucionario y el inversor principal, José Dorenberg, salió del país junto con su familia rumbo a Alemania.

Bajo el mando de Petersen y la integración de algunos miembros de su familia en los años veinte, La Sorpresa continuó comercializando productos para el hogar, ferreteros, maquinaria agrícola y productos químicos; la mayoría de ellos importados de países industrializa- dos. Algunos de los más novedosos fueron las trilladoras Buffalo Pitts, segadoras McCormick, sembradoras de maíz Canton o las cultivadoras de la marca Planet; además también fue muy exitosa la venta de abonos químicos y semillas de remolacha traídas de Eckernfórde, Alemania, así como los granos de trigo seleccionado de la hacienda de Amalucan.

La Ciudad de Londres, una sucursal de la compañía Sommer Herrmann y Cía

La Sommer Herrmann y Cía. fue sin duda alguna una de las compañías de capital alemán más antiguas asentadas en territorio mexica- no, su historia se remonta a mediados del siglo XIX, época en la que Walter Herrmann y Gustavo Sommer deciden establecer una compañía dedicada a la importación de productos extranjeros al país. Si bien su éxito no fue inmediato, durante el último tercio del siglo XIX lograron consolidar su empresa en la Ciudad de México y, años después, pudieron dar apertura a otras sucursales en el puerto de Veracruz y en la ciudad de Puebla.

En la Angelópolis su presencia se remonta a 1889, año en el que la empresa adquiere la casa de comercio La Ciudad de Londres, fundada años atrás por el inmigrante alemán Enrique Teodoro Hirschmann y por la compañía Leffmann & Gutheil y cuyo giro mercantil se caracterizó por la venta de productos de ferretería, mercería, tlapalería y bienes suntuarios, vocación que siguió conservando durante las décadas posteriores.8

Para 1890 la casa mercantil logró posicionarse dentro del gusto social, convirtiéndose en la gran competidora del almacén La Sorpresa debido a que ofrecía entre sus aparadores productos similares. En el Primer directorio general del estado de Puebla se menciona que este negocio, ubicado en la calle de la Independencia número 1 y esquina de Guevara, contaba con tres áreas comerciales: mercería y ferretería, de muebles y maderas finas, así como depósitos de fierros y cobre; la mayoría de ellos provenientes de Estados Unidos y Europa, países en donde se producía un importante número de manufacturas codiciadas en el país.

Parte de la fama que alcanzó La Ciudad de Londres se debió al papel que llevo el alemán Enrique Renner, ya que bajo su gerencia el almacén tuvo una popularidad importante colocándose, según las publicaciones de finales del siglo XIX, como uno de los mejores en el ramo de ferretería y mercería; por ejemplo, se apuntaba que “la elegancia y lujo de sus aparadores y salones, bien pudiéramos decir que están montadas con el lujo de los principales almacenes de Europa”.10

La suntuosidad de la casa de comercio se sostuvo principalmente por sus inversores y socios, todos ellos de origen germánico, quienes tenían una importante red de proveedores en ciudades como Nueva York, Inglaterra o Berlín, por lo que no dudaron en posicionarlo y convertirlo en uno de los mejores establecimientos de la ciudad de Puebla. En él estaban a la venta una gran diversidad de artículos tales como porcelanas, cristalerías, lozas asiáticas, muebles europeos, joyas, instrumentos de música, productos ferreteros, maquinaria agrícola, carruajes importados, diferentes máquinas, así como materiales de construcción, entre otros."

La fama de este establecimiento continuó durante las primeras décadas del siglo XX ya que siguió ofreciendo a sus clientes variedad de productos y artículos. Por otra parte, las riendas del negocio continuaron bajo la dirección de su casa matriz establecida en la capital del país, aunque cabe destacar el papel relevante que jugó el germano Claudio Voigt, pues bajo su gerencia la casa de comercio siguió en operaciones hasta, más o menos, 1940.

Un espacio para la música: la Casa Wagner y Levien

Alemania no solo trajo a Puebla mercancías provenientes de Europa, sino que con sus in- migrantes también llegó la música. La empresa Wagner y Levien se fundó a mediados del siglo XIX en la Ciudad de México por los hamburgueses Agustín Wagner y Guillermo Levien, personajes que llegaron al país con la intención de hacer fortuna, por lo que después de trabajar en una tienda de música aprendieron a elaborar instrumentos musicales para posteriormente independizarse y abrir su propia fábrica elaborando principalmente pianos.12

La empresa, con el pasar de los años, fue alcanzando popularidad y parte de su éxito se debió a que en el país existían pocos establecimientos que se dedicaran a la elaboración de instrumentos, así que “México era un mercado potencial para las novedades musicales que su país podía ofrecer".? El crecimiento del negocio dio pie a la apertura de casas mercan- tiles a finales del siglo XIX en la ciudad de Guadalajara y Puebla, en esta última se sabe que abrió sus puertas en el año de 1895 y que se instaló en la calle de la Independencia, número 6, frente al callejón del Teatro Guerrero.

Desde su apertura en suelo poblano la casa de comercio puso en sus aparadores la venta y renta de pianos, armónicos, órganos flauta- dos, instrumentos de todo tipo, así como partituras y accesorios que eran importados “de las mejores fábricas del mundo, como Steinway, Ronisch, Beechstein, Schidmayer, etc.”.”* Poco se sabe del funcionamiento de este almacén, pero es presumible que su bonanza económica fue importante, ya que por ejemplo en el año de 1896 su gerente, Bernardo Marquartd, solicita al ayuntamiento que se le permita instalar alumbrado eléctrico en el exterior del repertorio de música.

La  casa Wagner no solo resaltó por ser una de las preferidas en la compra de instrumentos, sino que su estadía en la ciudad resultó fundamental ya que representó un verdadero escaparate cultural, esto debido a que organizaba presentaciones musicales dentro de sus instalaciones; en repetidas ocasiones llegó a prestar sus instrumentos a artistas, así como a la Junta de Caridad que los solicitaba para amenizar y deleitar al público poblano en sus eventos. Este negocio tuvo una larga vida y tradición en suelo angelopolitano; por lo menos se sabe de su existencia hasta 1932, bajo la razón Wagner y Levien Sucesores, S. en C., y en manos de la gerencia del alemán Emilio M. Erchuck.


Bibliografía

Caballero, Manuel, Primer directorio general del estado de Puebla, 1891-1892, Puebla, Tipografia de México, 1892.

Gamboa Ojeda, Leticia “Empresarios españoles en Puebla en los inicios del siglo XX", en Revista de la UNAM, No. 545 (junio 1996), pp.92-124.

Méndez Velázquez, Ángel “Una estructura familiar, estudio histórico de los alemanes en el municipio de Puebla 1895-1930", tesis de maestría en Historia, Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, BUAP, 2023.

Moreno Gamboa, Olivia “Casa, centro y emporio del arte musical: la empresa alemana A. Wagner y Levien en México. 1851-1910", en Los papeles para Euterpe. La música en la Ciudad de México desde la historia cultural. Siglo XIX, México, CONACYT /Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, 2014, pp. 143-167.

Rojas Marín, Ana Luisa, Del bosque a los árboles: miradas a los alemanes residentes en la ciudad de Puebla, 1821-1910, Puebla, Dirección de Fomento Editorial, BUAP, 2011.

Southworth, J. R., Oaxaca y Puebla ilustrados: su historia, comercio, minería, agricultura é industrias: sus elementos naturales, México, Blake & Mackenzie, 1901.

 Van Meer, Ron “The Forgotten Collector: Josef Anton Dorenberg (1846-1935)”, en Jahrbuch der Staatlichen Ethnographischen Sammlungen Sachsen, vol. 45. (2010), pp.77-100.

 Zamacona R. y Comp, Reseña histórica, estadística y comercial- comercial de México y sus estados, Puebla. Puebla, Tipografía de Alejandro Marcué, 1892.


  1. Gamboa, 1996, pp.10-11.
  2. Van Meer, 2010, p.78.
  3. Ibidem, p. 79.
  4. Méndez, 2023, pp. 80-81.
  5. Rojas, 2011, pp.162-163.
  6. Southworth, 1901, p.59.
  7. Ibidem, p.59.
  8. Méndez, op. cit, p.84.
  9. Caballero, 1892, pp. 42-46.
  10. Zamacona, 1892, p.100.
  11. Southworth, op. cit,, p.163.
  12. Moreno, 2014, p.147.
  13. Moreno, op. cit., p.149.
  14. Méndez, op. cit, p. 88.

Sobre el autor

Licenciado en Historia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, maestro en Historia por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego’, docente e investigador independiente.

 

 

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Yesenia Hernández García

Urbanista

 

Don Cristóbal González Espino es propietario del Taller de Hechura y Reparación de Balones de Cuero (TAHERBA) desde el año de 1952; es decir, es un oficio que ejerce desde hace más de setenta años. Este oficio comprende dos saberes: la producción y la reparación. El taller se encuentra ubicado en el Centro Histórico de Puebla, en la calle 4 Oriente 416, local D, pero el local tiene vista por la calle 6 Norte.

  En el interior del local se observan un mostrador, estantería, parte de los instrumentos de trabajo, parte de los insumos; y fotografías que dan cuenta de sus recuerdos de antaño y del oficio que ha desempeñado. No podían faltar otros productos como balones y peras de boxeo.

  Don Cristóbal se inició en la reparación de balones desde los dieciséis años. Con don Fabián Paredes aprendió todo lo relativo al uso de la piel; de tal manera que con la técnica empleada, los balones llegan a tener una vida útil de más de treinta años.

  Don Cristóbal menciona con orgullo y gusto que reparaban balones a diversas escuelas que solicitaban estos servicios; algunas de las instituciones que recuerda son el Colegio Benavente, el Instituto Oriente, el Seminario Palafoxiano, entre otros.

  Actualmente los principales clientes son extranjeros quienes llegan al local para realizar pedidos de elaboración y/o reparación de balones; también produce y vende los esféricos, costales de entrenamiento y artículos de box como peras. Asimismo se dedicaba a dar clases de costura de balones.

  Con el paso del tiempo ha mantenido vigente su taller y comercio de balones pese a los cambios tecnológicos, nuevos materiales, reglas deportivas y técnicas que don Cristóbal atribuye a la modernidad de la ciudad. Dicho proceso ha costado el cierre de varios talleres de la cadena productiva: unos dedicados a la reparación, otros a distribuidoras de materiales, unos más a fabricantes de materiales; frente a esta situación una gran cantidad de personas cambiaron de oficio o empleos.

  Además, la pasada pandemia de COVID-19 redujo notablemente la demanda de trabajo y le ha golpeado en los ingresos económicos. Pese a sus 85 años, don Cristóbal, quien es de los últimos artesanos dedicados a la elaboración y reparación manual de balones de cuero, continúa realizando este mismo oficio cotidiano porque lo mantiene vivo y le gusta hacerlo.

  Nuestro reconocimiento.

 

 

Publicado en Cuetlaxcoapan 36

 

 

¿Quién no ha visitado el Centro Histórico de Puebla para comprar algo? Sea por la necesidad que sea, las y los poblanos siempre recurrimos al corazón de la ciudad para buscar, y siempre encontrar, ese producto o servicio que nos hace falta en la casa, en la escuela o en la oficina.

  Ir de compras al Centro Histórico de Puebla comienza desde que alguien sale de los estacionamientos o se baja en las paradas del transporte público para caminar por las aceras que, poco a poco, llevan a distintos comercios donde se pueden adquirir artículos de temporada, como en Día de Muertos y Navidad, o surtir la lista de útiles escolares al final de las vacaciones de verano.

  Cuando de comprar se trata es inherente hablar de los intercambios materiales e inmateriales que se generan a través de la vida comercial del norte, sur, oriente y poniente de la Zona de Monumentos Históricos de la ciudad.

  Quien compra alimentos y materias primas para su casa o negocio indudablemente los utiliza en algún platillo para celebrar una ocasión especial, o simplemente abastecer de sabores la vida cotidiana de las familias y comensales poblanos. Hablamos de intercambios que generan vivencias.

  Quienes se surten de refacciones y suministros en el Centro Histórico de Puebla lo hacen porque esos artículos son vitales para que sus negocios, electrodomésticos, bicicletas y automóviles nunca dejen de funcionar. Hablamos de intercambios que mantienen la producción y la fuerza laboral. Quien planea asistir a un evento está sin duda dispuesto a caminar por las calles del Centro Histórico en busca del mejor ajuar. Un intercambio que crea ilusión y emoción por estrenar.

  Finalmente, ir de compras al Centro Histórico implica vivir una odisea de experiencias sonoras, visuales y espaciales que culmina, ¿por qué no?, en una experiencia gastronómica. Aunque se acuda a esta zona a comprar algo “rapidito”, siempre hay unos minutos libres para comprar un taco árabe, una cemita o una golosina para llevar.

 

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Lunes, 19 Febrero 2024 22:13

Carta Editorial

 

Berenice Vidal Castelán

Titular de la Gerencia del Centro Histórico y Patrimonio Cultural

 

En este número de la Revista Cuetlaxcoapan, denominado Calles con vocación y el arte de vender en el Centro Histórico de Puebla, ponemos en valor la vida comercial de la ciudad. De esta forma, veremos al sitio patrimonial como un espacio vivo y vivido, que es fiel testigo del desarrollo de nuestra sociedad a través del tiempo. En Puebla, aún se mantienen vivas tradiciones locales como la culinaria, la musical, las festividades religiosas; y es un hecho que el comercio penetra en todos los poros de estas variadas expresiones.

  En la sección Mi Historia en el Centro Histórico de Puebla, conoceremos la historia de Don Cristóbal González Espino, propietario del “Taller de Hechura y Reparación de Balones” (TAHERBA), que desde el año de 1952, conserva uno de los comercios emblemáticos del centro de la ciudad y es uno de los últimos artesanos que mantiene vivo este noble oficio.

  En el Dossier temático daremos un interesante recorrido por las calles y las tradiciones de Puebla, una de ellas el Día de Muertos, recordando los lugares que cientos de personas han visitado al pasar de los años, como el icónico Mercado La Victoria, para adquirir cada uno de elementos que colocan en sus ofrendas; recordaremos el fascinante oficio de la sombrerería y la historia de sus más afamados artífices en Puebla; y conmemoraremos la historia de comerciantes inmigrantes que arribaron a la ciudad buscando un futuro mejor y emprendieron comercios que se mantienen en el imaginario de la gente, inspirando muchos de los establecimientos que hoy en día conocemos y frecuentamos.

  Entender la ciudad y sus dinámicas, es una tarea que requiere de un gran ejercicio de observación, por lo que en la sección FotoPuebla veremos cómo el comercio se ha vuelto parte fundamental de nuestra cultura urbana; en Recuperando el Patrimonio, haremos una lectura sobre la rehabilitación del cuadrante norponiente del Centro Histórico, una importante zona comercial de Puebla. En Patrimonio Cultural Mexicano, la riqueza y tradición de la producción y comercialización de la dulcería mexicana será la protagonista; la sección de Transbarroco, nos lleva a imaginar “las otras letras de Puebla”, aquellas que han salido de tinteros y brochas para quedarse no solo en el papel, sino en nuestras memorias.

  En Letras para la Ciudad, los invitamos a leer un ensayo sobre la experiencia de caminar con la mirada atenta por las calles del corazón de la ciudad. Nuestros Exploradores del Patrimonio, tendrán un divertido espacio para identificar los productos comerciales más emblemáticos; en el Croquis Temático y la Agenda del Centro Histórico, encontrarán una selección muy especial de comercios tradicionales que reflejan la vitalidad y autenticidad del centro de la ciudad.

  Esperamos que disfruten este breve viaje por la historia comercial del corazón de Puebla y el valioso legado de su herencia y, sobre todo, que esta lectura sea fuente de inspiración para que impulsemos la revitalización de nuestro hermoso Centro Histórico.

 

Publicado en Cuetlaxcoapan 36
Lunes, 19 Febrero 2024 22:11

Presentación

 

La historia comercial de la Ciudad de Puebla se remonta a su propia fundación, estratégicamente fue planeada,  según su ubicación geográfica, para ser una ciudad intermedia entre el puerto de Veracruz y la Ciudad de México, esto favoreció el comercio transoceánico y la llegada de mercancías del antiguo continente, así como la exportación de una variedad de productos artesanales e industriales. El intercambio comercial permitió el acercamiento a conocimientos, procesos y sistemas de organización que fueron integrándose a nuestro Patrimonio Cultural.

Los centros históricos registran un gran dinamismo asociado a las actividades económicas, Puebla no es la excepción; su vocación comercial nos permite entender la estructura que muestra la distribución de usos de suelo y su relación con la movilidad que se desencadena entorno a los lugares de consumo y de trabajo. Por ello, en el número 36 de la Revista Cuetlaxcoapan Calles con vocación y el arte de vender en el Centro Histórico, ponemos en valor la vida comercial de Puebla divulgando una muestra de la memoria de sus actividades comerciales.

A través de esta edición, buscamos reflexionar acerca de las vocaciones comerciales que se han arraigado en distintas calles del Centro Histórico de Puebla, vienen a nuestra mente la Calle de los Dulces, las calles de las zapaterías, papelerías, ferreterías y un sinfín de giros comerciales que podríamos enlistar que permiten leer nuestra ciudad desde distintas disciplinas como la historia, la antropología, la economía y el urbanismo.

Desde el inicio de esta administración, la protección del Patrimonio Cultural que alberga la capital poblana es una prioridad que ha implicado trabajar en la reactivación y el reordenamiento de las actividades económicas, es por eso que hemos impulsado acciones integrales para mejorar las condiciones del corazón de la ciudad, como lo fue la rehabilitación de las calles norte, que ahora son más accesibles, seguras y bonitas, lo que beneficiará su reactivación económica y permitirá que locales y visitantes disfruten transitar y hacer compras en esta zona de la ciudad.

Las y los invito a conocer a través de estas páginas, cómo el patrimonio edificado, las plazas, parques y jardines de nuestro Centro Histórico han sido testigos de la evolución del comercio establecido, así como reconocer a las y los artesanos, cocineros y empresarios que mantienen viva su vocación histórica. Recorramos y disfrutemos nuestras calles y todos aquellos comercios tradicionales que han sido parte de la historia e identidad de Puebla, y sigamos juntos corrigiendo el rumbo de nuestra hermosa ciudad.

 

Eduardo Rivera Pérez

Presidente Municipal de Puebla

2021-2024

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Lunes, 19 Febrero 2024 20:19

Puebla a través del tiempo

 

 

Puebla a través del tiempo

 Vista exterior del local "La Poblanita"

          1971          

Fotografía de Víctor Hugo Morales Rojas

Colaboración con Puebla Antigua

 

Publicado en Cuetlaxcoapan 35