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Jueves, 22 Septiembre 2022 17:00

Las Musas del Zócalo de Puebla

Dentro del Zócalo de Puebla, uno de los lugares catalogados por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad desde el año de 1987, podemos encontrar, erguidas, a las Musas del Zócalo. Cuatro detalladas esculturas de hierro colado de tamaño natural alzadas sobre basamentos recubiertos con placas de ónix de la región, las cuales se encuentran distribuidas en cada una las esquinas de la plancha. En su tesis de doctorado, Adriana Hernández1 hace referencia al posible recibo de compra y las data del año 1889. No obstante, se cree —gracias a sus inscripciones— que sus basamentos fueron elaborados posteriormente, en el periodo del Maximato (1928-1934).

    Al pie de las esculturas se aprecia una inscripción a manera de firma, “Antoine Durenne Sommevoire”, misma que las identifica como producto artístico de la casa fundidora de Antoine Durenne, ubicada en la ciudad de Sommevoire, Francia, una de las firmas más reconocidas de la metalurgia francesa del siglo XIX. Así, se les puede encontrar en la lámina 197 del catálogo de compraventa de 18702.

    Los nombres bajo los cuales se les presenta en esa publicación corresponden a cada estación del año: primavera (Printemps), verano (Ètè), otoño (Automne) e invierno (Hiver). No obstante, en el argot popular poblano se les conoce con el nombre de la colonia de inmigrantes que financió cada basamento: musa española (primavera), musa inglesa (verano), musa sirio-libanesa (otoño) y finalmente, musa alemana (invierno).

   Su origen francés es evidencia de un momento particular de la historia de México y el mundo. Mientras que la Revolución Industrial permitía crear nuevas técnicas para el trabajo de los metales y con ello la producción en serie, México buscaba remodelar y embellecer espacios públicos. Fue así que durante la época porfirista (1876-1911) nuestro país llenó el paisaje de sus parques y plazas de mobiliario urbano y decorativo de hierro colado como florones, fuentes, rejas y estatuaria. Estos elementos eran pedidos por catálogo a casas fundidoras extranjeras, específicamente inglesas y francesas, como el caso de las Musas del Zócalo de la ciudad de Puebla3.

   A lo largo de los años, al ser bienes de uso público, las esculturas han sido intervenidas, mas no por especialistas en restauración: el interés ha estado solamente en el mantenimiento, pero no en su conservación. Estos tratamientos derivaron en alteraciones y cambios en su apreciación estética, a causa de la aplicación de materiales no adecuados e incompatibles.

 

Estado de conservación

 

A pesar de encontrarse en un lugar privilegiado y pese a que están instaladas desde principios del siglo XX, la realidad es que el conjunto escultórico de las musas pasaba desapercibido para los visitantes y transeúntes de Puebla. Esto se debía, en parte, al estado de conservación que presentaban, puesto que la corrosión generalizada y la actividad biológica (presencia de telarañas, anidación de insectos, deyecciones de aves), provocaban que las piezas se perdieran entre el entorno natural que las enmarca.

 

Esquema donde se observa de manera comparativa a cada una de las Musas y su respectivo grabado dentro del catálogo de compraventa de 1870 de la casa fundidora de Antoine Durenne. De izquierda a derecha observamos; grabado de Hiver, Musa Alemana, grabado de Automne, Musa Sirio-Libanesa, Grabado de Ètè, Musa Inglesa, Grabado de Printemps, Musa Española.

 

    Del mismo modo, la suciedad y el descuido que se observaba en los basamentos (restos de pintura en aerosol y pérdida de elementos y de material en las juntas) no permitía apreciarlos en su totalidad. Se tenía claro que era necesario subsanar esos efectos de deterioro para retornarle a las piezas la dignidad que les caracterizaba.

   Previo a la intervención, se llevó a cabo una fase de diagnóstico para comprender cuáles eran los principales agentes de deterioro de las piezas. De igual forma, se detectaron intervenciones anteriores respecto a las cuales había que evaluar el estado de conservación que presentaban. Gracias al análisis mediante microscopía óptica, se determinó que el nivel de corrosión era superficial y no estaba afectando la estructura del metal.

    Por otra parte, bajo fluorescencia con luz ultravioleta, se observó una gran capa de recubrimiento deteriorado localizado sobre todo en la parte inferior y superior de las esculturas. Este material también se pudo identificar a través de pruebas de solubilidad y calas estratigráficas.

    A pesar de que los metales son bastante resistentes y duraderos, el hierro al exterior necesita tener una capa protectora: el contacto constante con la humedad y el oxígeno desencadena procesos de corrosión que ocasionan que las piezas pierdan su forma. En este sentido, la capa colocada con anterioridad, además de que no se encontraba homogénea, presentaba un estado quebradizo y grandes zonas con pérdida; esto expuso partes sin protección a la intemperie que precisamente son las áreas que presentaban un mayor grado de corrosión. Por ello, era necesario remover los restos de esta capa, así como la corrosión activa de las piezas.

 

Intervención de restauración y conservación


La intervención de las musas se realizó a mediados del año 2021 y fue llevado a cabo por un equipo de 20 personas: entre ellas, egresados de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO) y de la Escuela Taller de Capacitación en Restauración de Puebla. El proyecto fue ejecutado con base en los criterios y principios de la disciplina de la restauración, enfocado completamente a la salvaguarda de la historia del recinto, así como en la revalorización de las musas del Zócalo.

    La intervención consistió en remover los productos de corrosión invasivos para posteriormente colocar un sistema de recubrimientos de protección y así ralentizar el proceso natural de envejecimiento de las piezas. Para esto, fue necesario primero eliminar los restos de recubrimiento sintético que ya no cumplían su función y se observaban quebradizos. Posteriormente, se retiraron los productos de corrosión en superficie al emplear geles diseñados específicamente para tratar este deterioro de la manera más controlada y menos abrasiva. El proceso se llevó a cabo durante dos semanas, ya que un tratamiento así sobre hierro colado a la intemperie es una batalla constante contra la humedad y la corrosión instantánea. No obstante, se llegó a un nivel de estabilidad y limpieza adecuado para aplicar el sistema de protección.

    Una vez que se trataron los productos de corrosión, se prosiguió a colocar un sistema de recubrimientos de alta resistencia. La elección del recubrimiento se fundamentó en las siguientes aseveraciones: 1) se sabe que las obras elaboradas en hierro colado de mediados del siglo XIX de factura presentaban un sistema de recubrimientos que contemplaba un primario y una pintura. Un sistema que brindaba no sólo protección con primarios de plomo o cromo, sino que enaltecía su belleza con tonalidades a gusto de la época; 2) el hierro colado expuesto al exterior es sumamente inestable debido a sus propiedades químicas; 3) el microclima que existe en el Zócalo de la ciudad de Puebla es sumamente húmedo, con una alta presencia de contaminantes atmosféricos e incidencia del sol directo. Si las musas no presentaran un recubrimiento de alta resistencia, su entorno tan fluctuante y agresivo generaría en ellas un incremento en la velocidad de corrosión.

   Fue así como, de manera colegiada y analizadas las tres aseveraciones anteriores, se decidió colocar un sistema de alta resistencia que consistió en la aplicación de un recubrimiento de poliuretano con cargas pictóricas sobre un primario anticorrosivo con pigmentos libres de plomo y metales pesados.

 

Fotografías de detalle; En la Izquierda observamos un acercamiento a la Musa sirio-libanesa donde se observa suciedad y corrosión. En la derecha observamos un acercamiento a la zona superior de la Musa inglesa donde se observa el recubrimiento quebradizo que poseían. Foto de Eunice Corazón Peralta de Dios, 2021.

 

Fotografía de la intervención en la Musa sirio-libanesa. Se observa cómo se encuentran eliminando minuciosamente los residuos de los recubrimientos deteriorados de la zona superior de la obra. Foto de Julio César Herros González, 2021.

 

    Debido a la investigación histórica, se sabe que es probable que este tipo de bienes (hierro colado) hayan tenido tonos blancos o verdosos emulando las esculturas de bronce o de mármol4, colores que corresponden al gusto de aquella época. Sin embargo, al realizar una investigación social sobre cómo se perciben las musas dentro del imaginario colectivo poblano, y mediante la comparación de los bienes escultóricos de hierro colado en todo México, se decidió colocar un acabado en color negro mate. Este no solo resaltaría sus detalles y su forma, sino que los integraría a la tipología histórica y artística de las obras fabricadas en hierro colado que existen en México.

    En los basamentos elaborados con placas de ónix, se realizaron procesos de estabilización, limpieza y protección. En primer lugar, se realizó la limpieza de suciedad superficial, contaminantes, remanentes de aerosol y pintura vinílica. Después, se llevó a cabo la reposición de elementos faltantes, así como la adhesión de aquellos que se encontraban desprendidos. Finalmente, se pulió la superficie de las placas para posteriormente colocar un recubrimiento de protección.

 

Reflexiones

 

Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las plazas, parques y jardines de México se llenaron de piezas de hierro colado, objetos que decoraban y enaltecían el paisaje de las grandes urbes mexicanas. Entre ellas, se encontraban elementos como fuentes, luminarias, rejas, macetones, florones y estatuaria, como lo son las musas.

    Su función llevó a estos aditamentos a interactuar directamente con la comunidad y su entorno, dotándolos de valores sociales y culturales, volviéndolos partícipes del devenir histórico de las plazas centrales de las ciudades. Por este motivo, el conjunto de las musas posee no sólo valores estéticos e históricos por su origen y por su gran detalle de factura, sino que también son muestra de un momento histórico en el que el objetivo de los espacios públicos giró en torno al disfrute de los ciudadanos.

 

Resultados de la intervención. Foto de Julio César Herros González, 2021.

 

     Es importante mencionar que la intervención de bienes muebles e inmuebles por profesionales de la restauración enriquece significativamente el conocimiento material e histórico de los objetos. El diagnóstico material, así como el análisis de su entorno y devenir histórico, genera conocimientos no sólo para los especialistas, sino también para la sociedad en la que se encuentran inmersos. Es información que permite aportar a la revalorización del objeto y generar un impacto positivo para la conservación y cuidado de los bienes por parte del público y los usuarios.

    Finalmente, la revalorización de los objetos producto de nuestras herencias culturales está directamente relacionada con la difusión. No únicamente hay que sentarse a discutir, leer o apreciar los bienes que nos rodean y que forman el paisaje mexicano, sino generar, a través de diferentes disciplinas, información para el goce y conocimiento de toda la comunidad.

    Por último, extendemos un reconocimiento e infinito agradecimiento al equipo de restauración que participó en el proyecto: Zyanya Yoatzín Barragan, Eunice Corazón Peralta, Julio César Herros, Manuel González, Fernanda Santander, Laura Guevara, Luis Villafuerte, Paola Montserrat Pasten, Joshua Cholula, Isaac Reyes, Claudia Victoria González, Israel Camacho, Edgar Corona, Nayely Pasten, Ana Paula Romero, André Simoni, César Michell Lumbreras y José de Jesús Castañeda. Así como a Olga Ramos Hernández, restauradora perito del Centro INAH Puebla, quien supervisó y acompañó cada una de las decisiones y procesos del proyecto de intervención de las musas.

 

Sobre las autoras

Alma Rosa Ruiz López. Licenciada en Restauración de Bienes Muebles por la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente. Directora ejecutiva de ARTEM. Conservación y Restauración. Directora del proyecto de diagnóstico y restauración de los bienes culturales ubicados dentro del Zócalo de Puebla.

Tahany Ayup Arguijo. Egresada de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente. Coordinadora de proyectos de ARTEM. Conservación y Restauración. Coordinadora del proyecto de diagnóstico y restauración de los bienes culturales ubicados dentro del Zócalo de Puebla.

Zyanya Yaotzín Barragán Bravo. Egresada de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente. Restauradora residente del proyecto de diagnóstico y restauración de los bienes culturales ubicados dentro del Zócalo de Puebla.

 

Bibliografía

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  • Chaslin, François. “El arte del Catálogo” en Artes de México, núm. 72, pp. 54-65.
  • Dasques, Françoise. “Laboratorio de Ecos. Francia y México: Artes decorativas en metal” en Artes de México, núm. 72, pp. 26-27, 2004.
  • Hernández Sánchez, Adriana. “Las cuatro esculturas de Antoine Duranne en el Zócalo de la ciudad de Puebla, México” en Alzaprima, Núm. 5. pp. 24-37, 2013.
  • UNESCO. (s.f.). UNESCO. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Recuperado de https://whc.unesco.org/es/list/416

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  1. Hernández, “Las cuatro esculturas de...", pp. 24-37.
  2. Anónimo, “Fonte de fer...”, p. 197.
  3. Chaslin, “El arte del Catálogo”, pp. 54-65.
  4. Dasques, “Laboratorio de...”, pp. 26-27.
Publicado en Cuetlaxcoapan 29

La arqueología está presente en todos los espacios donde ha existido ocupación humana: desde restos de fogones hasta las grandes construcciones de la antigüedad. Por ello, los objetos recuperados del pasado forman parte del estudio de la arqueología. Los espacios públicos contemporáneos como plazas, parques, jardines, pasajes comerciales o calles, son utilizados en el día a día por miles de personas, y han sufrido cambios a lo largo del tiempo. ¿Es realmente factible hallar objetos del pasado en estos espacios?

    La Plaza Mayor de la ciudad de Puebla es, sin duda, un espacio público dinámico y cambiante, donde se viven y cuentan historias de propios y extraños. Al plantearse una renovación, siempre se piensa en modernizar con nuevos elementos y nuevas tecnologías, pero ¿qué pasa con lo antiguo? ¿Qué pasa con lo que queda en el subsuelo?

    El también llamado “Zócalo”, fue un espacio central para la denominación de Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, en 1987, nombramiento que implica la elaboración de programas de rescate, revitalización y conservación del Centro Histórico. Así, la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos salvaguarda este Patrimonio Cultural; por tanto, todas las obras ubicadas en este espacio, y, en general, en la Zona de Monumentos del Centro Histórico de Puebla, son reguladas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia en sus distintas áreas; en este caso, arqueología.

   El Proyecto de Salvamento Arqueológico en la intervención del Zócalo de Puebla, 2021, tuvo como objetivo inicial identificar elementos propios de la arqueología histórica que abunden en el conocimiento del desarrollo urbano, formas de vida, historia, intervenciones arquitectónicas y costumbres de la sociedad poblana.

   Se excavaron dos de ocho pozos programados, además de la supervisión arqueológica en todos y cada uno de los trabajos ejecutados por la compañía constructora encargada del proyecto. Al final, se lograron tener elementos suficientes para proponer algunas hipótesis relacionadas con otras ocupaciones humanas previas en este espacio.

    Así, el presente artículo está conformado por dos apartados: en el primero se presenta un resumen de lo que sabemos del Zócalo y sus modificaciones para diseño y equipamiento urbano y, en el segundo, se habla de las actividades arqueológicas y los principales hallazgos del proyecto de salvamento arqueológico.

 

Breve historia de la Plaza Mayor y sus intervenciones


Es el Zócalo el punto de partida para el trazo de la naciente ciudad, además de ser el espacio de vinculación entre la autoridad cívica (el Ayuntamiento) y la eclesiástica (la basílica Catedral de Puebla). Contó desde sus inicios con un espacio de 117 varas1 de largo por 128 de ancho. Al norte de la plaza se ubicaron la Casa de Cabildo, la Cárcel y el corral del Consejo. Para 1533, el cabildo aprobó ceder 18 pies para la construcción de los portales2.

    Esta plaza ha gozado de diferentes intervenciones para remozamiento, cambio en el contenido ornamental y escultórico, así como en la disposición del mobiliario y distribución de espacios. Para 1557, el principal abastecimiento de agua de la ciudad fue la fuente de 7 varas de diámetro, tallada en piedra, que se instaló al sureste de la Plaza Mayor para dejar espacio a otras actividades como el mercado, las corridas de toros y otras fiestas populares.

    Durante este siglo, también se le construyeron cañerías para la conducción del agua. Asimismo, este espacio abierto funcionaba como escenario de representaciones teatrales durante los siglos XVI y XVII, mismas que no siempre fueron del agrado de las autoridades por el contenido considerado profano y hasta hereje.

    Desde inicios del XVII, a la Plaza Mayor le distinguía la Picota y una horca que figura aún en el plano de 1754, ya que era el lugar donde se ejecutaban las sentencias. Durante la Colonia funcionó como tianguis en el que participaba población originaria de diferentes procedencias,3 hasta la construcción del mercado La Victoria y El Parián. 

    Ya en el siglo XIX, una vez liberada la Plaza de Armas del campamento del ejército francés, durante la década de los sesenta se empezaron a proyectar jardines con caminos en diagonal y se colocaron bancas y espejos de agua4. En 1883, Eduardo Tamariz elaboró e instaló en el centro de la plaza un kiosco de estilo morisco; para entonces, un cronista de la época cuenta —en 1898— que la plaza ya contaba con fuentes, jarrones con plantas, candelabros de luz eléctrica y esculturas de bronce5.

    Hacia 1931, se le imprimió a esta plaza un estilo neocolonial y se le colocaron dos fuentes con bancas de mampostería. Se construyó una caseta de "Luz y Fuerza del Centro" al poniente del jardín, que fue desmantelada en 1963. En 1961, con miras a los festejos del centenario de la batalla del 5 de mayo, se retiró el kiosco de Tamariz y el monumento de Ortiz Monasterio y se reubicó la fuente de San Miguel; se instaló nuevo alumbrado y mobiliario; se rediseñaron sus jardines con un corte afrancesado y se forró la plancha con piedra de Santo Tomás.

 

Resultado de la recuperación del mosaico de la fuente antigua. Foto de Brenda Suárez.

Hallazgos del salvamento arqueológico


Una ciudad es una construcción histórica, por lo que siempre contiene consistencia de antigüedad y la posibilidad de transmitir valores culturales6. Por este motivo, realizar trabajos de índole arqueológico es de suma importancia, ya que permiten ilustrar cómo han funcionado y se han conformado a lo largo de su devenir histórico.

   Las exploraciones arqueológicas nos han permitido recuperar algunos elementos arquitectónicos como el mosaico que cubría el plato de la fuente poniente y que fue afectado durante la construcción de la zapata del monumento Puebla Ciudad Patrimonio. Su descubrimiento permitió su registro y protección, pues antes de volverse a cubrir se le colocó una cama de mortero de sacrificio para su preservación.

    También nos permitió conocer algunos terraplenes que funcionaron para las jardineras de un diseño anterior que tuvo esta plaza, ya que la traza del terraplén no era paralela a los muros de contención de la plancha del Zócalo. Más bien, tenía un diseño en diagonal que no coincidía tampoco con las actuales jardineras. El material de su construcción era básicamente escombro a base de piedra, ladrillo y fragmentos de estucos pintados, además de algunos ejemplares de piedra múcara de origen marítimo.

     Un aspecto importante que distingue la arqueología es la estratigrafía, ya que un cambio de tierra habla de un cambio en el medio ambiente que puede deberse a una modificación cultural y/o geológica. La última capa presente en la unidad de excavación ubicada entre Refugio de Hendrix y la Musa donada por la colonia inglesa, fue una tierra arenosa que poco a poco fue tornándose arcillosa; se trata de una capa que perteneció a una ciénega, por lo que la cerámica se asentó encima de cantos rodados que cubrían el fondo.

    Esta fue, sin duda, una parte primordial del proyecto, puesto que hablamos de cerámica propia del Preclásico Medio (800 a.C.-400 a.C.), en su mayoría de tradición cholulteca (tipos Atzompa, Cuanalá Negro y Ometoxtla, entre otros)7 y, en menor medida, tipos propios de Tlaxcala (Texoloc)8 para la misma temporalidad. La abundancia (179 tiestos) y tamaño de este material invitan a pensar que sí hubo una ocupación prehispánica mucho antes de la llegada de los españoles, pero también se plantea un abandono.

    Lo anterior, debido a que, por un lado, el material propio del siguiente periodo (Clásico) está ausente en capas anteriores y la cerámica del Posclásico es más bien del Tardío (tipos Coapan Laca, Apolo, San Pedro Rojo Pulido)9.A esto se le llama material de contacto y se explica por los barrios habitados por cholultecas y que participaron en la construcción de esta ciudad, como son el Barrio de Santiago y el de San Francisco. Por otro lado, esta capa de tierra propia de cuerpo de agua está sellada por una delgada capa de ceniza, lo que puede deberse a la erupción del Popocatépetl, acaecida en 80 d.C.

    La cerámica colonial que se recuperó fue mayólica y vidriada. La primera, con pasta ajena a nuestros bancos de arcilla, lo que implica importación de producción europea, así como una técnica de decorado que refleja la cultura visual de los colonizadores. Pero, sin duda, los barrios siguen consumiendo la cerámica producida en sus localidades de origen, cuya técnica, producción y comercio conocen y dominan.

    Otro material abundante en todas las excavaciones realizadas fueron los restos óseos, que se componen de fauna típica de la época prehispánica y colonial. Se contabilizaron 709 huesos como dientes, costillas, cráneos, falanges, escápulas, vértebras, huesos largos, etc. No se recuperó ningún esqueleto completo y los huesos en su mayoría se encuentran rotos y otros con huellas de corte, probablemente realizados durante su sacrificio o consumo. Las especies de animales en su mayoría son domésticos —que sirven también para el consumo humano— como el cerdo, chivo, res, aves (pollo, gallina y guajolote) pescado, caballo, así como caparazones de tortuga.

    La especie mayormente representada en las unidades de excavación es el cerdo Sus scrofa (doméstica), con un total de 284 huesos; el chivo Capra hircus (doméstica), con 183 huesos, y en tercer lugar la res Bos Taurus, representada por 177 huesos10.

 

Terraplén de jardineras anteriores encontrado durante las excavaciones arqueológicas. Foto de Elvia de la Barquera.

 

    Desde la fundación de Puebla, los animales coexistían y compartían espacio con los habitantes al realizar crianza de traspatio hasta el siglo XIX. Durante el siglo XVI, el ganado porcino vivía libre y era vendido en espacios públicos, como atrios de las iglesias o fuentes públicas, lo cual dañó la imagen de la ciudad y se convirtió en un problema de salud pública. El ganado porcino era utilizado en la producción de embutidos, cecinas y obtención de manteca para la fabricación de jabón y las tocinerías. Además, la cercanía del río San Francisco y sus manantiales facilitó los procesos y transformaciones de las industrias en desarrollo. El cerdo era la proteína animal más consumida por la población colonial española, mientras que la población indígena se alimentaba básicamente de proteína vegetal, la cual se vio afectada al ser depredada cuando se introdujeron cerdos en campos de cultivo11.

 

Algunos de los restos óseos animales encontrados en la Capa IV del actual Zócalo de Puebla. Foto de M. Felicitas Rojas.

 

    De acuerdo con las evidencias arqueológicas, el valle de Cuetlaxcoapan estaba deshabitado al momento de la llegada y asentamiento de los españoles, pero dos periodos antes, durante el Formativo, es posible la presencia de una aldea con relaciones de intercambio con Cholula, Tlaxcala y el sur de Puebla. Serán necesarias más investigaciones que abunden en los asentamientos previos, en la ocupación y abandono, en las interacciones y producciones, y en sus relaciones con el medio ambiente.

 

Cerámica del Formativo en el Zócalo de Puebla. Foto de Elvia de la Barquera.

 

Sobre los autores

Mtro. Manuel Alfonso Melgarejo Pérez. Arqueólogo por la UV, maestro en sociología por el ICSyH BUAP. Colaborador de la sección de arqueología, Centro INAH Puebla.

María Felicitas Rojas Cortés. Bióloga egresada de la escuela de Biología de la BUAP con experiencia en paleontología del cuaternario y antropología física. Actualmente colabora en el salvamento Arqueológico del ex hospital San Roque.

Brenda Suárez Martínez. Arqueóloga por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), candidata a Máster en Arqueología Náutica y Subacuática por la Universidad de Cádiz.

Carlos A. Morales Fernández. Licenciado en Arqueología por la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana. Colaborador en proyectos de Salvamento Arqueológico en Tamaulipas, Veracruz y Puebla. Especialista en prospección arqueológica.

Elvia Sánchez de la Barquera. Egresada de antropología de la UDLAP, Premio Nacional de Arqueologia. Investigadora en proyectos en Atlixco, Cholula y Puebla.

 

Bibliografía

  • Argan, Gulio Carlo.“La Ciutat com a Obra d’Art”, en Barcelona, Espais i Escultures (1982-1986), Ajuntament de Barcelona, Fundació Joan Miró, Barcelona, 1987, pp. 29-33.
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  •  Zerón Zapata, Miguel y Manuel Fernández De Santa Cruz. La Puebla de los Ángeles en el siglo XVII, Editorial Patria S.A., México D.F, 1945.

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  1. Vara: fue una unidad de longitud utilizada que equivale a 83.3 cm.
  2. Terán, "El desarrollo de la fisonomía...", p. 24.
  3. Torquemada, "Monarquia Indiana"; Zerón y Fernández, "La Puebla de los Ángeles...".
  4. Terán, "El desarrollo de la fisonomía...", p. 137.
  5. Palma, “Los lugares de esparcimiento...”, p. 62.
  6. Argán, “La ciutat com ...”, p. 29.
  7. López, et al., "Informe Técnico...".
  8. Suárez,et al., "Informe Técnico...".
  9. McCafferty, "Ceramics of Postclassic...".
  10. Esta nomenclatura zoológica corresponde a la clasificación de Linnaeus, 1758.
  11. Loreto, “Calles zahúrdas y tocinerías...”, pp. 143-170; Cervantes, “La ciudad en la organización...”, pp. 173-195.
Publicado en Cuetlaxcoapan 29

Fundada un 16 de abril de 1531, la precursora ciudad novohispana de Puebla de los Ángeles, se empieza a trazar mediante un ejercicio de “tirado de cordeles”, iniciando probablemente con la concepción del vacío que daría lugar a la Plaza Mayor o Plaza Pública1. Dicho espacio central de la ciudad, posteriormente, sería denominado Zócalo, por referencia al nombre usado durante el siglo XIX para designar a la Plaza Mayor o Plaza de la Constitución de la Ciudad de México; dicho nombre provenía del cimiento, base o Zócalo forjado para la construcción de la Columna de la Independencia, la cual finalmente se edificó sobre el trazo del futuro Paseo de la Emperatriz, hoy Paseo de la Reforma. Por razones similares, a la Plaza central de Puebla se le empezó a conocer con el nombre de Zócalo.

    El Zócalo poblano ha sido, desde el siglo XVI, el centro neurálgico de la vida de la ciudad; escenario de hechos históricos y crisol de la evolución de nuestra entidad. En éste, se han plasmado los anhelos, deseos y visiones sociales y políticas en diferentes épocas. En esta edición de la revista Cuetlaxcoapan, se aborda esta Plaza Mayor desde diferentes puntos de vista, incluido el estudio arqueológico que especialistas del INAH, como Sergio Suárez y Manuel Melgarejo, entre otros, han dado a conocer, como los recientes hallazgos en el mencionado Zócalo angelopolitano. Una de esas visiones culturales es la referente a la impronta clásica, barroca y orientalista para la creación de un obelisco: columna monumental que fue construida durante el siglo XVIII para recibir la imagen de su majestad, Carlos III, rey de España y de las Indias. Dicha estructura vertical de cantería sería construida emulando las llamadas agujas egipcias que los faraones hicieron en los templos a orillas del Nilo.

    En esta epopeya, como las de los antiguos héroes homéricos, confluyen mitos, historias de paz y guerra, modelos arquitectónicos y también los deseos inmanentes en los seres humanos de ver perdurar las instituciones y las obras en el tiempo; quizás por ello encontraremos razonable la idea de utilizar el canon egipcio como el mejor ejemplo para que la gloria de un imperio rebase los límites de la eternidad.

  En la Nueva España se conoce la construcción de dos obeliscos casi contemporáneos: el famoso obelisco de Zacatecas, construido en 1724 por el Conde de la Laguna, José de Rivera Bernardez en la Plaza Principal o “Plaza de la Pirame”, junto a la Catedral, y dedicada al soberano español Luis I; dicho elemento estaba decorado en sus cuatro caras, por ornamentos y jeroglifos egipcios. El segundo obelisco novohispano al que nos referiremos es evidentemente el erigido en 1763 en la Plaza Mayor de Puebla, en honor a la coronación de otro monarca, Carlos III.

 

Imagen dentro del libro "Obelisco que en la ciudad de la Puebla de los Ángeles: celebrando la jura de nuestro rey, y sr. D. Carlos III erigió el nobilissimo, y leal gremio de sus plateros". Impreso en Puebla en 1763.

 

    Es significativo que en menos de 40 años se haya erigido otra estructura de influencia egipcia, en una época en que el interés europeo por esta cultura oriental cobraba mayor relevancia, influyendo en los análisis eruditos, en la concepción de la ciencia en ese momento y en las artes edilicias y decorativas.

   Los obeliscos son estructuras verticales que podríamos describir como una columna con forma de basamento prismático o de aguja, donde la sección del fuste se hace ligeramente menor en su parte superior; dicha columna de cuatro caras trapezoidales estaba rematada con una pirámide pequeña o piramidión2, el cual estaba a su vez forrado por una lámina metálica llamada “electro”, que reflejaba los rayos solares, produciendo un impacto visual de valor simbólico que reflejaba el mito de la creación y la piedra Benben3. La palabra obelisco es diminutivo de óbelo, aguja en griego; el nombre egipcio para este elemento era Tekhen (txn).

    Los obeliscos generalmente se colocaban en pares, flanqueando la puerta de acceso al templo egipcio y frente al pilono; es decir, tenían una función simbólica por su capacidad de refracción de los rayos solares, pero, al mismo tiempo, generaban un portal que permitía el acceso al espacio sagrado. Esta concepción arquitectónica, como objeto pareado, sería transformada radicalmente cuando se llevó a Europa y se utilizaron como elementos focales, centralizando la composición en un espacio abierto.

    Es necesario recordar que, desde la antigüedad, los grupos humanos tuvieron una especial valoración por las obras materiales, religiosas y filosóficas egipcias; personajes como Alejandro Magno, o Napoleón fueron embelesados por sus características; griegos, cananeos, asirios, romanos, árabes y la cultura europea en general y en diferentes momentos de la historia fueron capturados por la esencia del arte egipcio. Sabemos que en la antigua Roma se establecieron algunos cultos a divinidades egipcias, como Isis, y, de la misma manera, el pensamiento se impregnó de imágenes de este exótico mundo. Los gobernantes romanos apreciaron profundamente la arquitectura y el arte faraónico, y adoptaron el significado solar de las pirámides y de los obeliscos. Para ello, no tuvieron empacho en apropiarse de al menos ocho obeliscos que originalmente se encontraban en los accesos a los templos de culto en Egipto y fueron reinstalados en la Ciudad Eterna; igualmente, mandarían fabricar otros cinco obeliscos más, en las mismísimas canteras egipcias y con artistas que podían representar jeroglifos antiguos, trasladándolos al corazón de la capital del imperio romano.

    Dichos obeliscos fueron utilizados para colocar sobre su cúspide algún elemento relevante, bien una banderola, la imagen de un soberano o el símbolo cristiano, como el de Tutmés III, erigido nuevamente en la plaza de San Juan de Letrán o el célebre obelisco del Vaticano, ubicado al centro de la Plaza de San Pedro. Esta modalidad de reaprovechamiento, junto con la intensa difusión que se hacía de la cultura egipcia, impulsó su constante apropiación en los nuevos modelos edilicios europeos. El arte renacentista se apropió de los modelos clásicos, y el barroco además retomó influencias orientalistas.

     Las pirámides se convirtieron en el primer elemento que se retomó de la cultura egipcia y, junto con esta, el obelisco, elementos emparentados, al menos a los ojos neófitos, que incluso se empezaron a denominar con el mismo nombre4. Poco a poco, la apropiación de motivos y de símbolos creció, de tal suerte que el óbelo se transformó en elemento rector de las plazas públicas hasta constituirse como pieza fundamental de los elementos funerarios europeos.

    ¿Por qué la impronta del obelisco tuvo tantas transformaciones? ¿Por qué el arte egipcio se mimetizó con las ideas funerarias? ¿Cómo llegó a mezclarse con los cánones de arte clásico? Muchas preguntas para una historia que nos remonta varios siglos atrás; lo cierto es que la impronta imperecedera de los monumentos egipcios idealizó la nueva forma de concebir el arte en Europa; o, como señala Margaret Marchiori Bakos, el arte del Egipto antiguo, “debido a sus impresionantes características, es una fuente de inspiración para aquellos que aspiran a memoriales perdurables”5.

    Este interés se alimentaría de los análisis y los viajes a aquel mítico país; se conocían ya estudios como los precursores de Abdal-Laṭīf al-Baghdādī, desde el Siglo XIII, los de Horapolo en el siglo XV, Piero Valeriano en el XVI, o los de Richard Pococke o John Greaves a principios del XVII sobre el antiguo Egipto; documentos que alimentaron la sed por esta cultura. En el siglo XVII, también, un erudito alemán, el padre jesuita Athanasius Kircher, polímata, escritor en diferentes campos de la ciencia, la naturaleza, la mecánica, la música, teología, la física, la vulcanología, las matemáticas, la astronomía, la arqueología, entre otras, fue quizás uno de los más importantes estudiosos de la cultura de los faraones de gran fama en el Virreinato de la Nueva España.

   Kircher inició con la tarea de la traducción de los jeroglifos: con su libro Obeliscus Pamphilius, publicado en 1650, trata sobre la aguja que el emperador Domiciano trajo de Egipto y que después de un periplo por el circo de Rómulo, fue nuevamente erigido en la Piazza Navona en Roma, para conmemorar el jubileo del Papa Inocencio X, intentando ofrecer una interpretación ideográfica de la escritura sagrada; Kircher fue el responsable del proyecto y de la traducción de sus jeroglifos, los cuales quedaron grabados en su base, hoy sabemos, erróneamente. Posteriormente, en su monumental obra editorial, Oedipus Aegyptiacus, publicada en 1654, prosigue con mayor detenimiento, mejores gráficos, comparativas con otras culturas, incluyendo la mesoamericana, la tarea de la interpretación de los textos antiguos egipcios. Si bien no logra una traducción útil, significaría el primer intento por su esclarecimiento, y, con ello, el aumento del interés por esta cultura milenaria.

    El código secreto de los jeroglifos quedaría oculto todavía hasta el siglo XIX, hasta el desciframiento que logra el trabajo minucioso de Champollion6.

    En ese ambiente de interés, llegarían los libros de Kircher a América y a la Nueva España7, impregnando las discusiones entre los célebres sabios como Carlos de Sigüenza y Eusebio Kino, o los textos de Francisco Ximénez o Alejandro Favián.

   Especial resulta analizar la participación de un ilustre poblano, el sacerdote Alejandro Favián, hijo de un comerciante genovés avecindado en la pujante Puebla virreinal, quien, motivado por curiosidad científica, aunque también por una visión personal política, e introducido ante Athanasius Kircher por Francisco Ximénez, aprovechó la oportunidad para relacionarse con el erudito alemán. Así, a través de cartas constantes entre Favián y Kircher durante 1661 y 16748, intercambiaron conocimientos, datos y libros; el padre Favián le enviaba plata y algunos regalos como artesanías regionales o incluso chocolate poblano hasta Europa, a cambio de varios de los libros del sabio alemán y algunos artilugios mecánicos creados también por él. Se sabe por ello que los libros de Ars combinatoria, el Mundus subterraneus, Musurgia universalis o el Magnes sive de Arte Magnetica, entre otros más, fueron enviados a America; así como el Obeliscus Pamphilius y el Oedipus Aegyptiacus, que permitieron su difusión en los círculos educados virreinales. Quizás estos textos pudieron incentivar el magnetismo sobre la cultura egipcia, por lo que la propuesta de creación de un obelisco no sería de extrañar; especialmente cuando esa aguja de cantería sirve para la exaltación artística del soberano en turno.

    En ese ambiente barroco del convulso siglo XVII, de profundos problemas en el viejo continente y trasformaciones con repercusiones en la Nueva España, pero con amplia creatividad y regocijo intelectual, se nutriría la idealización de los elementos creados en el pasado9, que posteriormente su sumaron a la consolidación de la tratadística de la arquitectura clásica10 y a los estudios arqueológicos sobre el antiguo Egipto durante el siglo XVIII, el siglo de las luces11; herederos de esta visión creativa, inspirada en las obras antiguas, serían la construcción del obelisco del rey Luis I en Zacatecas y el de su hermano, Carlos III, en Puebla12.

    Carlos de Borbón, rey de Nápoles y Sicilia, subió al trono de España cuando sus hermanos Luis I y posteriormente Fernando VI, murieron sin descendencia; se convirtió por tanto en Carlos III, llamado también el “Mejor Alcalde de Madrid” por las obras hechas en la capital del imperio. Gobernó España y los territorios de ultramar desde 1759 a 1788. Debido a su coronación, se generó en Puebla la idea de realizar un monumento en su honor, impulsado por uno de los gremios de artesanos más influyentes en la región, los plateros de Puebla.

    El diseño del obelisco, o la “pirámide de los plateros”, como se le denominaba, se componía de tres cuerpos13: el primero de un Zócalo de base cuadrado de 4.2 m de lado y de casi 1.5 m de altura, hecho con sillares de cantería. El segundo cuerpo era la basa de la columna de cuatro caras, de 2.52 m de ancho y de 3.36m de altura; cabe señalar que en el dibujo que se conserva de dicho obelisco se puede apreciar que esta basa era un elemento decorado con molduras de características barrocas en su arranque y remate, roleos de características neóstilas, adornos que se asemejan a veneras y a hojas de acanto y una cornisa comba a manera de frontón curvo; con tan profusa decoración y con las medidas antes señaladas podríamos confundirnos pues parecerían faltas de proporción; no obstante, en la imagen se aprecia que las medidas de 2.52 m X 3.36 m sin duda hacen alusión a las dimensiones extremas del elemento resultando en una pieza bastante proporcionada. El último elemento del objeto sería el obelisco propiamente dicho; esta columna afilada a manera de cuchilla o aguja, tendría una altura de 19.32 m, estaba conformada por una primera sección decorada con molduras y cuatro medallones, uno por cara, que descansaban sobre sendas guardamalletas, elemento característico del barroco novohispano; el resto del fuste del obelisco estaba liso y tan sólo decorado con una acanaladura que remarcaba cada una de sus caras.

    El obelisco contenía cuatro inscripciones, una por cada cara, además de dos epigramas, todo en latín. Se conservan las transcripciones y las traducciones14.

    El obelisco, en vez de su característico piramidión, estaba rematado por la escultura del monarca español a quien se dedicaba la obra: la imagen del rey idealizado en edad joven, erguido y con abundante cabellera, la corona sobre sus sienes y vestido con armadura, de 1.95 m de altura; el fragmento de escultura de Carlos III, que se conserva en el Museo Regional del INAH en Puebla, muestra evidencias de vestigios de pintura en la armadura y de la encarnación de su piel, lo que nos lleva a suponer que era una pieza con colorido que sin lugar a dudas mostraba una obra sumamente plástica que desde el suelo podía apreciarse con gran claridad. La altura total de la obra debería ser de 26.13 m. Tan sólo como referencia, el obelisco de la Plaza de Santa María sopra Minerva en Roma, el cual fue colocado sobre la bella escultura del elefante de Bernini, alcanza una altura de casi 13 m, mientras que el de la Plaza de San Pedro en Roma, incluyendo su basamento renacentista y la cruz que remata el piramidión tiene una altura de 41 m; lo anterior nos permite dimensionar la magna obra poblana que constituyó una proeza de arquitectura en su tiempo.

    Revisando el texto de Obeliscus Pamphili, en los grabados que manda preparar Kircher se aprecian los que podrían ser los trazos de proporción de una columna de este tipo, la cual contiene los tres cuerpos, que, aunque muestra diferencias decorativas, tiene similitud con el obelisco poblano. El canon kircheriano se repite en el Tomo III, página 336 de su publicación Oedipus Aegyptiacus.

 

Escultura original de Carlos III que coronaba el Obelisco del Zócalo. Resguardada en el Museo Regional del INAH. Foto de Eduardo Hernández.

 

    Según relata Efraín Castro Morales, al óbelo poblano le fue desprendida la escultura del rey después de la guerra de Independencia, en 1825, quedando perdida por ciento cincuenta años; después, el obelisco fue objeto de múltiples propuestas e ideas para un destino distinto, como cuando en 1841 se propuso en el Cabildo trasladar el obelisco hacia el Paseo Bravo, para ser sustituido por una escultura dedicada a la América; hubo varios intentos, pero no se logró concretar nada. Sin embargo, la aguja sí fue desmantelada y retirada de la Plaza Mayor y sus diferentes sillares de que se componía fueron resguardados en el antiguo colegio de San Francisco Javier; en 1852 se propuso reensamblar el elemento en el atrio de la Catedral de Puebla, para ser coronado por una imagen de la Inmaculada Concepción, con lo que podemos suponer que aún se conocía la ubicación de las piezas. Este proyecto tampoco se concretó y así llegaría el fatídico año de 1863 y el nuevo sitio de Puebla, perdiéndose los restos de la aguja del rey español, bajo los escombros del colegio jesuita, dañado por la artillería de otro monarca europeo, Napoleón III.

     Gracias al empeño de don Efraín Castro, en 1975 se logró ubicar y recuperar el último vestigio del obelisco: un fragmento casi completo de la escultura de Carlos III. Dicha imagen, antes descrita, puede apreciarse hoy en día en el Museo Regional del Centro INAH Puebla, en el cerro de Los Fuertes. La epopeya queda narrada en el artículo del Boletín de Monumentos Históricos del INAH y en la introducción que hace el mismo Castro Morales a la edición facsimilar del libro Obelisco, que en la Ciudad de la Puebla de Los Ángeles, celebrando la jura de Nuestro Rey, y Sr. D. Carlos III, erigió el Nobilisimo y Leal Gremio de Platerios, quienes en esta estampa lo dedican, y consagran a su Magestad, por mano de su Nobilisima Ciudad, impreso en el Real Colegio de San Ignacio de dicha Ciudad. Año de 1763.

 

Portada del libro "Obelisco que en la ciudad de la Puebla de los Ángeles: celebrando la jura de nuestro rey, y sr. D. Carlos III erigió el nobilissimo, y leal gremio de sus plateros". Impreso en Puebla en 1763.

 

    Los ojos pétreos de la escultura, impasibles, nos relatan la gran travesía de conocimientos desde el nororiente de África hasta América, el derrotero que recogió rasgos e influencias de muchas culturas, de muchas vidas, de la erudición de sabios, de los deseos de las naciones por la búsqueda de un mejor destino, en donde las culturas antiguas, como la mesoamericana o la egipcia, se convierten, como dijo Jean Marcel  Humbert15, en el “garante antiguo de un ideal de pureza triunfante”.

 

Sobre el autor

Manuel Villarruel Vázquez. Arquitecto y maestro en Restauración de Sitios y Monumentos. Tiene más de 25 años de experiencia y una trayectoria en la cual se ha especializado en la conservación del Patrimonio Cultural edificado y en programas de investigación para la UNESCO. Actualmente es director del Centro INAH Puebla.

 

Bibliografía

  • Castro Morales, E. (1978). El obelisco de Carlos III en la Plaza Mayor de Puebla. Boletín De Monumentos Históricos, (1), 31-40. Recuperado de https://revistas.inah.gob.mx/index.php/boletinmonumentos/article/view/12737.
  • Champollion, Lettre à M. Dacier relative à l’alphabet des hiéroglyphes phonétique, employes par les egyptiens pour inscrire sur leurs monuments les titres, les noms et les surnoms des souverains grecs et romains, Editores: Chez Firmin Didot père et fils, París, Francia, 1822.
  • Greaves, John, Pyramidographia: or, a Description of the pyramids in Egypt, Universidad de Oxford, Londres, publicado en 1646.
  • Leicht, Hugo, Las Calles de Puebla, Ediciones de México, edición facsimilar, México, 2015.
  • Kircheri, Athanasii, Oedipus Aegyptiacus Vol III, 1654. Internet Archive 2022.
  • Kircheri, Athanasii e Soc. Iesu Obeliscus Pamphilius,165o. Internet Archive 2022.
  • Osorio Romero, Ignacio, La luz imaginaria: epistolario de Atanasio Kircher con los novohispanos, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, 1993.
  • Petty, Bill, Hieroglyphic dictionary. A middle egyptian vocabulary. Museum Tours Press, Egipto, 2015.
  • Serlio, Sebastiano, Libro Tercero y Cuarto de Arquitectura, edición de Juan de Ayala, Toledo, España, 1552.
  • Shaw, Ian y Nicholson, Paul, The British Museum Dictionary of Ancient Egypt, American University in Cairo Press, Egipto, 1995.
  • Trabulse, Elías, Itinerarium Scientificum: de Alejandro Fabián a Carlos de Sigüenza y Góngora, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas. Disponible en http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/371_02/siguenza_gongora.html, México, 2018.
  • Trujillo Diosdado, José Manuel, Las lecturas jeroglíficas de Athanasius Kircher: cualidades simbólicas de la “escritura mexicana” en el siglo XVII, en In hoc tumulo... Escritura e imagen: la muerte y México, Págs. 9-29, Universidad Autónoma de Zacatecas, México, 2017.
  • Varios autores, Obelisco, que en la Ciudad de la Puebla de Los Ángeles, celebrando la jura de Nuestro Rey, y Sr. D. Carlos III, erigió el Nobilisimo y Leal Gremio de Platerios, quienes en esta estampa lo dedican, y consagran a su Magestad, por mano de su Nobilisima Ciudad, impreso en el Real Colegio de San Ignacio de dicha Ciudad. Año de 1763.
  • Varios autores, Imhotep today: Egyptianizing architecture, Jean Marcel Humbert y Clifford Price, editores, University College London, Gran Bretaña, 2005.

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  1. Leicht, "Las Calles de Puebla", pp. 482-483.
  2. Shaw, Ian y Nicholson, Paul. "The British Museum Dictionary of Ancient Egypt", American University in Cairo Press, Egipto, 1995, p. 208.
  3. Piedra sagrada resguardada en Heliopolis, que representa al montículo primigenio de donde surgió la vida; vid. Shaw, Ian y Nicholson, Paul. "The British Museum Dictionary of Ancient Egypt", American University in Cairo Press, Egipto, 1995, p. 52.
  4. Al obelisco de Zacatecas se le aludía como la “Pirame” y en el obelisco de Puebla se encuentra grabada una inscripción en latín que reza “Pyramiden hanc, oblivionis vindicacem, memoriae testem, amoris pignus...” (Esta pirámide, vengadora del olvido, testigo de la memoria y una prenda de amor...) Leicht, "Las Calles de Puebla", p. 377.
  5. Marchiori Bakos, Margaret. "Egyptianizing motifs in architecture and art in Brazil", en Imhotep today: Egyptianizing architecture, Jean Marcel Humbert y Clifford Price, editores, University College London, Gran Bretaña, 2005, p. 236.
  6. Justo en este año 2022, se conmemora el bicentenario de la traducción lograda por el francés Jean François Champollion, El Joven, casi 175 años después de Kircher, ofrece su célebre “Lettre à M. Dacier relative à l’alphabet des hiéroglyphes phonétique”, donde por primera vez logra la interpretación sistemática del lenguaje de los faraones.
  7. Trabulse, Elías. "Itinerarium Scientifcum: de Alejandro Fabián a Carlos de Sigüenza y Góngora", El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2018, p. 28.
  8. Trabulse, "Itinerarium Scientifcum...", pp. 31-32.
  9. Basta recordar importantes obras sobre el conocimiento de lo antiguo, como el libro de John Greaves, Pyramidographia: or a Description of the pyramids in Egypt, publicado en 1646.
  10. En varios tratados de arquitectura y construcción renacentistas o barrocos que pudieron llegar a América, aparecen como elementos del repertorio arquitectónico el diseño, la descripción y el uso de obeliscos, lo que sin duda incentivó la creatividad y el aprovechamiento de estos elementos en las obras de diferentes siglos en el Virreinato. Por ejemplo, en el libro tercero de Serlio, en la lámina 34 aparece la descripción de algunos obeliscos ubicados en Roma, de origen egipcio.
  11. Triste ironía el trabajo de Pedro José Márquez, conocido como Pietro Marquez Messicano, jesuita del colegio Poblano, que una vez expulsada la congregación de San Ignacio de Loyola de los territorios del Virreinato en 1773, por el propio Carlos III, se dedicó en el exilio a escribir sobre arte, arquitectura y arqueología, difundiendo el patrimonio precolombino, y haciendo estudios comparativos con Roma, Grecia y, claro, con la cuna de los obeliscos, Egipto.
  12. Trujillo Diosdado, José Manuel. "Las lecturas jeroglíficas de Athanasius Kircher: cualidades simbólicas de la “escritura mexicana” en el siglo XVII", p. 10.
  13. Según la descripción que recoge Efraín Castro Morales del historiador Mariano Fernández de Echeverría y Veytia en el documento facsimilar editado por el INAH: "Obelisco que en la Ciudad de la Puebla de Los Ángeles...", p. 1.
  14. Vid. Castro Morales, Efraín. "El obelisco de Carlos III en la Plaza Mayor de Puebla. Boletín De Monumentos Históricos", p. 35-36.
  15. Humbert, Jean Marcel. "The Egyptianizing pyramid from the 18th to the 20th Century", en Imhotep today: Egyptianizing architecture, Jean Marcel Humbert y Clifford Price, editores, University College London, Gran Bretaña, 2005, p. 31.
Publicado en Cuetlaxcoapan 29

El Zócalo es el lugar central de la vida cotidiana de los poblanos, tanto que en la Zona Metropolitana coloquialmente se le llama "el Centro" porque, urbanísticamente, es el componente más importante de la ciudad, ya que concentra los poderes civil y religioso, así como los servicios turísticos, culturales y recreativos.

   Del Zócalo parten celebraciones religiosas como las procesiones de Semana Santa. Aquí es el sitio de los lustradores de calzado, de los vendedores de globos. Es el espacio de las personas que se encuentran para platicar y leer el periódico. Aquí se pasean las palomas que huyen de los niños que las persiguen. Es el punto de encuentro de los estudiantes de todos los niveles; el lugar de la primera cita, del inicio de una amistad: el lugar de referencia por antonomasia.

  En cualquier Zócalo suceden los actos políticos, económicos, ideológicos, culturales y sociales relevantes de la nación, el territorio o la ciudad. Aquí se congregan los políticos aspirantes y también ahí validan su triunfo. Es el punto final de las protestas de los universitarios, los trabajadores, los comerciantes, las amas de casa, el ciudadano común.

    Es el espacio que captó la esencia renacentista de los romanos: el foro donde las personas pueden expresarse con toda libertad, sin acciones punitivas. De aquí nacen las calles que conforman el tejido urbano y se prolongan a la periferia; se conectan con las arterias principales, las carreteras, las autopistas, los lugares de la ciudad, los centros comerciales, los parques, las zonas habitacionales.

   El Zócalo, con su respectivo entorno, es el lugar de las representaciones de la tecnología, la moda urbano-arquitectónica, el arte, la ciencia y de la práctica social del día a día. Para ello, en cada momento histórico se intervienen los portales, los andadores, la vegetación, la jardinería, el mobiliario urbano, los monumentos conmemorativos específicos y los pavimentos.

    Esta plaza céntrica está rodeada por cuatro edificios que, de manera popular, se piensa que están orientados con los cuatro puntos cardinales; pero, en realidad, el tejido urbano está desviado del norte 19º 17”. Justamente en esa dirección se encuentra la manzana del Palacio Municipal, el pasaje y lo que aún queda de la alhóndiga. Este último inmueble ya no tiene ese uso, pero es ocupado por hoteles, tiendas y servicios turísticos.

    En ese bloque, los edificios están alineados al Portal del Ayuntamiento, el cual antes estaba dividido en dos partes: Portal de los Chileros, en el tramo poniente, y Portal del Palacio, en el tramo oriente. Hoy, ambos segmentos llevan el nombre de Portal Miguel Hidalgo.

   Al sur está la Catedral de estilo herreriano; en la antigüedad, su cementerio colindaba con la plaza. Al oriente y poniente se ubican edificios que fueron de habitación, pero que hoy están destinados a servicios turísticos y restaurantes. Aunque ahora se les conoce como Portal Morelos y Portal Juárez, antes eran llamados de Flores y de Borja, respectivamente.

 

Plano de la plaza de la ciudad de Puebla con la ubicación de cajones o puestos de ropa y víveres; limita al norte con el Portal de Chileros; al sur, con el cementerio de la Catedral; al este, con el Portal de Flores, y al oeste, con el Portal de Borja. Autor: Juan Antonio de Santa María, 1814, junio 18, Puebla, Puebla. AGAP, Expedientes, Mercados 86, 15f., Plano, Escala 40 Varas. Tamaño: 31 x 49.

 

     Estos tramos también han sido testigos de la agitación social. Cada 8 de marzo, a través de pintas y grafitis en paredes, vidrieras y cortinas, las poblanas protestan y muestran su desavenencia con las autoridades y el sistema patriarcal. Sus exigencias por terminar con la violencia de género y agilizar la búsqueda de mujeres desaparecidas, entre otras demandas, son atestiguadas por los paramentos del Zócalo y sus monumentos.

 Además, esta plaza ostenta de manera itinerante muestras de arte contemporáneo. Las más reciente son las esculturas “Tú” y la “Caja táctil” de José Rivelino Moreno Valle. La primera de éstas se ubicó entre el Palacio Municipal y la fuente de San Miguel, recién restaurada. La segunda, entre la fuente y la Catedral.

   Pero también hay piezas fijas como la de Jan Hendrix. Esta escultura está ubicada en el extremo oriente y desplazó a la maqueta del Centro Histórico, la cual se encontraba antes en la acera, frente al Ayuntamiento. En el lado contrario, el poniente, fue colocada la escultura de Ángeles Espinosa Rugarcía, benefactora de la ciudad. Ambas fueron puestas simétricamente al considerar como punto de referencia la fuente. Estos son los monumentos más recientes.

   En la tercera década del siglo XX fueron colocadas las cuatro musas que hoy lucen en las esquinas de las áreas con jardín. Su estilo es griego y fueron donadas por las colonias de extranjeros que habitan en Puebla. De años previos a estos monumentos son los macetones o florones puestos sobre pedestales. Asimismo, en el andador transversal, están el asta bandera y, junto, una placa de la convención UNESCO relativa a la inscripción de Puebla en la Lista del Patrimonio Mundial.


Foto de la Plaza y el Portal de Borja. AGAP

 

   No obstante, esta plaza también ha tenido cambios significativos en tiempos anteriores a esos. El más importante es el que le dio la imagen actual a la ciudad: ocurrió en los años sesenta con motivo de la conmemoración del centenario de la victoria contra los franceses. Por la envergadura de la celebración, se realizaron varios proyectos que articularon la ciudad del presente con la autopista y varios bulevares.

    En el caso del centro, de esta etapa destacan la reconstrucción del Parián y el nuevo Barrio del Artista. Desde luego, también se estableció la forma y el contenido del Zócalo como hoy se conoce: desapareció el kiosco —obra del arquitecto Eduardo Tamariz— del punto central, para colocar allí la fuente de San Miguel que regresó de la plazuela de “Las Garzas”. Además, a la plancha se le colocó piso de piedra de Santo Tomás.

    De igual manera, la plaza quedó rodeada de calles perfectamente figuradas para los autos, ya que era moda, hasta los años setenta, que se estacionaran ahí los pocos coches que había en la ciudad, al grado de convertirse en el lugar de exhibición de los vehículos que pertenecían a las familias pudientes. Al mismo tiempo, el entorno se comenzó a llenar de hoteles y restaurantes.

    Durante las primeras décadas del siglo XX, se sentía todavía el eclecticismo del siglo XIX. En ese entonces, es dominante el kiosco central, así como las fuentes en los extremos oriente y poniente. Alrededor dominan los nuevos edificios del Palacio Municipal, obra de Charles Hall; el Banco Oriental (Salón de Protocolos del Gobierno del Estado) y otras pequeñas construcciones de servicios, entre ellas, bombas de gasolina y paradas de tranvías. En el Teatro de la Ciudad —antes Teatro Guerrero— se habilitó el cine; asimismo, se construyó el nuevo Palacio del Ayuntamiento junto con el pasaje, el cual se convirtió en el lugar comercial de moda. Por ejemplo, allí en la antigua alhóndiga, surgió el “Caballero Elegante”. Por otra parte, en la esquina noroeste, se levantó el Casino Español y en la noreste, el Banco Oriental, enfrente el Hotel del Portal; en la sureste estuvo el Hotel Francés.

 

Foto del Kiosco. AGAP

 

La imagen del Zócalo y del entorno durante la segunda mitad del siglo XIX

 

En este tiempo, la plaza ya era independiente de la catedral que, por efecto de las Leyes de Reforma, estaba dividida por un enverjado que la separó de la plaza y la calle. En la manzana del Ayuntamiento existía el edificio virreinal del palacio, de dos pisos con arcadas y balcones.

    En cuanto a la presencia ciudadana, el Zócalo se liberó de vendedores, quienes fueron reubicados en lo que más tarde fue el mercado Guadalupe Victoria; a la fecha, sólo se conserva el comercio en las alacenas de los portales. La superficie continúa siendo ajardinada con vegetación arbórea, pero contaba con figuras de animales y andadores, primero en curvas y luego en diagonal como se ven en la actualidad. Se agregaron más fuentes, probablemente de hierro colado y fundidas en Panzacola; también las farolas llamadas “dragones” con luz eléctrica, más las bancas metálicas. Todo lo metálico era pintado en color oro o plata.

     Los últimos años del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, la situación de la ciudad fue inestable por el movimiento de Independencia. Por esta situación, se llamaba “Plaza de Armas”. Es probable que de esta época proceda el nombre de “Zócalo”, debido al intento de construir una estatua ecuestre como en la Ciudad de México con “El Caballito”.

    Había actividades comerciales diversas, por lo que desde ese entonces ya se anunciaba la reubicación de los comerciantes en la Plazuela de los Gallos, que era la porción poniente del convento de Santo Domingo.

    Antes, durante el periodo virreinal, en la plaza estuvo la Picota, aunque pocos años: era una pila de agua para uso de los vecinos que muy pronto se convirtió en fuente con el mismo uso. Aquí se reunían los serenos, encargados del alumbrado público, para acudir a encender, cuidar y apagar los faroles que alumbraban la ciudad.

    También ahí se realizaban ceremonias cívicas, se encontraban los miembros de los cabildos civil y/o religioso para acudir a los actos conjuntos o actividades programadas fuera de los edificios. De igual manera, fueron importantes las corridas de toros en esta plaza. Desde luego, el comercio fue parte sustantiva, al grado de que se consolidara allí el mercado formal con cajones o xacales. Al área del mercado se le llamaba “Baratillo del Algodón” y luego el Parián. Este Parián fue reubicado, al finalizar el siglo XVIII, en el sitio en donde hoy está.

    De manera previa, la plaza virreinal de la fundación tuvo dos momentos: 1531 y 1535. La Ciudad de los Ángeles pertenecía a la Diócesis de Tlaxcala, cuya cabeza estaba en la ciudad del mismo nombre. Por ese motivo la plaza de la fundación (1531) tuvo en sus primeros años un pequeño templo en la manzana del poniente. Muy pronto se decidió que la diócesis estuviera en Puebla (1535).

    Asimismo, se reconfiguró la distribución de la primera plaza para quedar como hoy se conoce: desapareció el templo del Portal de Borja y se designaron las dos manzanas del sur para uso de la diócesis. En la cuadra inmediata se construyó la Catedral, la cual quedó enfrente de la audiencia o Ayuntamiento y, en la otra, los colegios tridentinos. 

    En su sentido original, el Zócalo se entiende como un lugar ancho y espacioso dentro del poblado, donde se venden los mantenimientos y se tiene trato común de los vecinos; donde se celebran ferias, mercados y fiestas públicas. También es llamado lonja, un lugar público, espacioso y amplio para mercaderes y comerciantes. Por tanto, su naturaleza es comercial, referente y punto de encuentro de los ciudadanos: es la representación material e inmaterial de la identidad local.

 

Plano de la plaza con los locales distribuidos en su entorno. AGAP

 

Sobre el autor

Carlos Montero Pantoja. Profesor-investigador del ICSyH “Alfonso Vélez Pliego” de la BUAP. Doctor en Arquitectura y Urbanismo por la Universidad de Valladolid, España, 1997. Participó en el diseño del Modelo de Intervención para el Centro Histórico de Puebla. Sendas y Espacios de Encuentro, 2008-2011, con el cual Puebla obtuvo dos premios Vivir Mejor. Puebla lo ha considerado Poblano Distinguido, le ha entregado la Cédula Real en dos ocasiones (2011 y 2016), y en 2016 recibió el Premio Municipal de Investigación Histórica Hugo Leicht.

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Demetrio Xolocotzi. 2022. Foto de Diana Teresa Pérez Cortez y Alejandro Morales García

 

Son muchas las miradas que se han posado en la belleza del Centro Histórico de Puebla para fotografiarla y en esta ocasión te contaremos la historia detrás de una de ellas.

  Demetrio Xolocotzi, originario de San Bernardino Contla, Tlaxcala, es un fotógrafo que se ha dedicado a retratar a miles de personas en el Centro Histórico y sus alrededores a lo largo de más de 52 años.

    En un principio, la fotografía no fue lo primero que llegó a la vida de Demetrio. Desde muy joven, aprendió a trabajar los telares de madera y producía los sarapes que le dieron fama a su ciudad natal, mismos que se distinguen por sus figuras y patrones. Con su conocimiento y experiencia en técnicas artesanales de tejido, decidió buscar una nueva labor en Puebla en 1948, ya que en esa época, la ciudad contaba con una próspera industria textil y las fábricas ofrecían numerosas oportunidades de trabajo para poder cubrir la demanda que sus productos tenían en varias regiones del país.

    Fue así como Demetrio se estableció en la ciudad de Puebla y trabajó durante muchos años en diferentes fábricas como la de San Juan Amandi, La Violeta y en Fénix Mex, especializándose como tejedor, canillero y supervisor al frente de las batientes de maquinarias textiles. Cuando llegó la llamada decadencia de la industria textil en 1970, y la mayoría de las fábricas cerraron por no querer modernizarse, Demetrio se quedó sin trabajo y decidió empezar a buscar otra formas para llevar sustento a su casa.

    Un día, caminando por el Centro Histórico de Puebla, se encontró con un amigo que se dedicaba a tomar fotografías en los eventos sociales que se daban lugar en diferentes partes de la ciudad, quien le ofreció aprender el oficio de la fotografía. Demetrio aceptó y lo acompañó durante un mes a todo tipo de celebraciones en salones de fiestas, iglesias y escuelas. En este periodo, no sólo aprendió a manejar las velocidades, la temperatura de color y la apertura del lente de la cámara, sino también se enamoró del proceso de documentar en un instante los momentos más significativos de la vida social poblana.

  Con el dinero que obtuvo en esa corta pero formativa temporada, logró comprarse sus primeras cámaras: una Retina y una Polaroid. Así, con su equipo en mano, empezó su trabajo como fotógrafo en espacios públicos, retratando a las personas que asistían a fiestas patronales, así como a las familias que visitaban parques y plazas, principalmente a quienes recurrían al Zócalo de Puebla.

    Aunque tiempo después obtuvo un nuevo trabajo en una fábrica textil, no dejó de ser fotógrafo, y después de su jornada laboral, salía a recorrer las calles del Centro Histórico.

    A pesar de la llegada de su jubilación en 1992 Demetrio no dio descanso a su mirada, y desde ese momento, se ha dedicado de tiempo completo a la fotografía, tanto a la análoga como a la digital. Su trabajo ha sido reconocido por distintos medios locales, nacionales y extranjeros, quienes lo han promocionado y, como resultado, turistas de todas las partes de la República mexicana, viajan a la Angelópolis para conocerlo.

    Si se entienden y se expanden los procesos técnicos, las cualidades y resultados estéticos tanto de la industria textil como la de la fotografía, podemos ver que Demetrio siempre estuvo destinado a comunicarse con el mundo a través de la imagen, ya sea con los diversos hilos y fibras utilizados en el tejido textil, así como con la luz, cuyos filamentos son registrados por su cámara fotográfica.

    Hasta el día de hoy, Demetrio sigue capturando instantes en el Centro Histórico para eternizarlos mediante la fotografía. Todos los días, desde las entradas de la Catedral de Puebla, espera paciente a todo tipo de visitantes para ofrecer sus servicios como fotógrafo, así como para saludar de la forma más gentil a todos quienes lo reconocemos al pasar a su lado.

 

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Que el cambio de piel de la revista Cuetlaxcoapan sea parte de un nuevo proceso para conocer el Patrimonio Cultural de las y los poblanos.

 

Antiguamente, el lugar donde se asienta hoy la ciudad de Puebla se llamó Cuetlaxcoapan. En distintos relatos, Motolinía señala que algunos indígenas se referían al lugar acuífero que ocuparía la ciudad como Huitzilapan, y otros, como Cuetlaxcoapan, pero también explica que la diferencia entre estos lugares parecía estar en la calidad del agua, por un lado, salobre y azufrada y por otro, dulce y buena para beber.

    En este sentido, para algunos autores, Cuetlaxcoapan, que quiere decir ‘cuero colorado’, ‘culebra de agua’ e incluso ‘en el río de las pieles de serpiente’, como se traduce en el Códice de Cholula, corresponde al actual Zócalo de la ciudad; mientras que Huitzilapan, que significa ‘ave sobre la frescura del agua’, aunque otras traducciones sugieren que es ‘lugar de colibríes’, se ubica al otro lado del río San Francisco, donde se asentaron los barrios indígenas del Alto y luego de la Luz en la época colonial.

   Por tanto, Cuetlaxcoapan, lugar donde nace la Cuatro Veces Heroica Puebla de Zaragoza, alude a un lugar mítico con abundancia de veneros de diversos tipos de agua. Por ende, también de vegetación y fauna, en donde las características del territorio eran contrastantes, pero que representaban de manera simbólica la esencia del proceso de la vida, el nacimiento y la muerte, entre cuyos extremos suceden los cambios de piel, de edad, de temporada, de cuenta calendárica: un renacer constante.

 

Cuetlaxcoapan, en náhuatl, significa ‘lugar donde cambian de piel las serpientes’: Cuetlax se interpreta como ‘despellejarse, cambiar de piel’, y  Coatl es ‘serpiente’.

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Jueves, 22 Septiembre 2022 15:02

Carta Editorial

Estimado lector, en el marco de los 491 años de la fundación de la ciudad de Puebla, la Revista Cuetlaxcoapan rinde homenaje al principal componente configurador de la traza urbana de la ciudad: la Plaza Mayor, hoy conocida como Zócalo.

    Este lugar emblemático ha sido testigo de sucesos trascendentales y de cambios significativos para Puebla, por ser el espacio que ha funcionado como picota, plaza de toros, mercado, provisión de agua, escenario, campo de batalla y lugar de encuentro. Concentra y contiene en sí mismo un valor simbólico intangible que lo distingue de otras partes del territorio por su inigualable significado histórico. Por lo tanto, es de gran importancia explorar, desde distintas lecturas y enfoques, la relevancia que el Zócalo ha tenido en la vida de las y los poblanos a través del tiempo.

    En las siguientes páginas, podrás encontrar y disfrutar de nuevos contenidos que ponen en valor los atributos del Centro Histórico desde diferentes perspectivas y lenguajes, como la fotografía y la literatura. Es por esto que la revista contiene artículos que hablan del contexto histórico del Zócalo de Puebla; sus hallazgos arqueológicos y el proyecto de restauración de las Musas; así como una lectura antropológica de su naturaleza como espacio público.

   También se pone sobre la mesa el análisis de la representación de la plaza pública del Centro Histórico con la de la Junta Auxiliar de San Francisco Totimehuacán. Existe un espacio dedicado para que artistas visuales locales compartan la experiencia de vivir, sentir y caminar en el núcleo de la ciudad desde una perspectiva crítica; a su vez, un diálogo entre la plaza pública del valle de Cuetlaxcoapan y la plaza pública de Tenochtitlan; y una invitación a los lectores infantiles para explorar el patrimonio a través de sus sentidos.

    En esta nueva etapa de la Revista Cuetlaxcoapan, realizada con la colaboración de escritores apasionados, grandes investigadores y artistas, así como la del gran equipo que conforma el Consejo Editorial, reconocemos, revalorizamos y celebramos al Patrimonio Cultural de Puebla, que generaciones pretéritas nos han legado para cuidarlo y disfrutarlo, con la consigna de difundir y compartir el conocimiento y amor que tenemos por nuestra querida ciudad de Puebla.

 

Berenice Vidal Castelán

Gerente del Centro Histórico y Patrimonio Cultural

 

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Jueves, 22 Septiembre 2022 14:40

Presentación

La Revista Cuetlaxcoapan es el medio de difusión cultural del Honorable Ayuntamiento del Municipio de Puebla.

Fue publicada por primera vez en 2015 y en estos siete años, la revista ha logrado posicionarse entre los lectores poblanos como una fuente documental importante del Patrimonio Cultural material e inmaterial de la ciudad de Puebla.

A través de los veintiocho números que han sido publicados, se ha realizado un recorrido por la historia de Puebla, desde su fundación hasta su progresivo desarrollo urbano y con este, las dinámicas culturales y sociales que nos han dado una identidad única.

En esta Administración, tenemos como meta principal ampliar la cobertura de lectores, para impulsar a la Revista Cuetlaxcoapan como una de las fuentes de conocimiento favoritas en temas de patrimonio, gestión,arquitectura, urbanismo, turismo, restauración, arqueología y antropología.

En las siguientes páginas encontrarás distintas voces, miradas y enfoques que ponen en valor el Patrimonio Cultural de las y los poblanos.

Bajo esta consigna, en la nueva etapa de la Revista Cuetlaxcoapan se han incorporado nuevas secciones, cada una dedicada a dinamizar la forma en la que nos acercamos a la riqueza histórica, cultural y artística de nuestra ciudad.

En la sección Patrimonio Cultural Mexicano, encontrarás un diálogo muy interesante entre el Patrimonio Cultural de la ciudad de Puebla con el de otra ciudad Patrimonio Mundial.

En Transbarroco, se presenta una lectura crítica del Centro Histórico que detona la revalorización de inmuebles históricos civiles y religiosos, espacios públicos y comercios tradicionales, así como de los eventos que se desarrollan en los mismos.

En Letras para la ciudad, se difunden textos que ponen en valor los atributos del Centro Histórico a través de la literatura.

Mi historia en el Centro Histórico, es una sección en la que se promueve la experiencia de vida de distintos habitantes que conocen el corazón de la ciudad como nadie.

También integramos FotoPuebla, un espacio en el que la imagen se apodera de las páginas de la revista para revelarnos detalles, hechos y personajes que habitan de forma permanente o transitoria el Centro Histórico.

Y para el público más joven, compartimos contenidos para interpretar y disfrutar el Patrimonio Cultural a través de la sección Exploradores del Patrimonio.

Invito a todas y todos los lectores de la Revista Cuetlaxcoapan a recorrer estas páginas por el camino del reconocimiento y remembranza de nuestra ciudad, el cual nos inspire a revalorar nuestro Patrimonio Cultural para cambiar el rumbo y construir juntos una Chulada de Puebla.

 

C. Eduardo Rivera Pérez

Presidente Municipal de Puebla

2021-2024

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Viernes, 09 Septiembre 2022 22:55

CUETLAXCOAPAN #29

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