Andrea Reed-Leal
Estamos hechxs de barro. Crónicas tan antiguas como el Enuma Elish (las Siete Tablillas de la Creación) cuentan que las diosas nos hicieron de barro. Vida vegetal y animal degradada en partículas pequeñitas—mil veces más pequeñas que un grano de arena—, agua, minerales y aire forman el barro; es materia en constante cambio. Las lluvias y el frío una y otra vez partieron las piedras en pequeños fragmentos. Una y otra vez, el viento erosionó la tierra. Ahora la tierra tiene una textura chiclosa, es suave y moldeable, y con el fuego, dura como una piedra. No me sorprende que tantas crónicas hablen de nuestros cuerpos hechos de barro.
Nosotrxs también creamos con barro desde tiempos inmemoriales. Desde hace miles de años, y para distintos propósitos, moldeamos el barro para cocinar y almacenar alimentos, para rituales sagrados y narrar el mundo en el que vivimos.
Vaso de barro quemado y vaso esmaltado. Taller AGUAVIVA, 2019. Foto de MESH Agencia.
Mucho antes de que Hernán Cortés y lxs tlaxcaltecas tomaran la capital del Imperio azteca, azulejos de mayólica ya habían llegado a las costas de las islas caribeñas. Cuando los europeos comenzaron a zarpar al Nuevo Mundo, se llevaron consigo las tecnologías que les podrían servir del otro lado del océano. El alfarero Diego Fernández de Morón llegó en 1509 con 140 cajas de azulejos y 100 morteros con esmaltes a Santo Domingo, con la intención de continuar su oficio en las nuevas tierras. Los alfareros que llegaron introdujeron la nueva tecnología: lozas de esmalte vidriado. Una segunda quema del barro esmaltado funde el cuarzo y el estaño; dispersa y absorbe los colores. La pieza sale del horno con una apariencia vidriada transparente.
El azul imita a la porcelana china, cerámica de lujo en la época novohispana. Los talleres en México añaden nuevos colores: rojo, amarillo, verde y negro. Copian los motivos florales, el fondo blanco y el ave fénix típico del arte chino. Nosotras usamos también rosa, morado, naranja, café y demás colores posibles. La mayólica contemporánea nos permite jugar con ella.
Recuerdo las manos grandes, tersas y fuertes de mi madre. Siempre en movimiento. Las extendía para cargarme; me rodeaba con ellas en un abrazo. Las veía dominar el espacio de la cocina: sin dudarlo agarraban pizcas de especias y las lanzaban en las ollas. También podían ser delicadas y trabajar con calma y cuidado: tomaba con la punta de sus dedos un pincel y rellenaba con óleos las formas sobre el bastidor. Un día, hace muchos años, recuerdo llorar inconsolablemente. Mi madre me preguntaba por qué y yo le decía una y otra vez: “no sé”. No podía parar. Mi madre entonces se acostó junto a mí en mi pequeña cama individual de niña grande y me puso sus manos en el estómago. Recuerdo esas manos de dedos largos sobre mí, cuidándome.
Un día le dije: “tus uñas están sucias”. Tenían tierra y se veían secas y curtidas. La recuerdo sentada con el torno entre sus piernas y las placas blancas sobre él. Las cerdas hechas de cola de caballo dejaban caer manchas gruesas de esmalte morado (que después de la quema se convierte en azul). Mi madre moldeaba el barro mientras nosotras jugábamos con los esmaltes, con los azulejos de polvo blanco. Nos desesperaba que no eran como las pinturas de acuarela que corren como el agua. Los esmaltes de la mayólica son más densos y toma tiempo aprender a moverse con ellos. Mi madre fue la primera que me enseñó a hablar con las manos.
Gustavo Quiroz me recibió en su taller en el verano de 2012. Junto con Esmeralda, Claudia, Alejandra y Eli nos enseñaron más sobre el barro y la mayólica. Me enseñaron con sus manos a aplicar los esmaltes sobre la base blanca de polvo, que el lápiz sobre la pieza se borra en el horno, girar los esmaltes con las palas se debe hacer cada día y los grumos dejan texturas para siempre. Ellxs son generosxs con su conocimiento. El maestro Alejandro nos enseñó en su jardín a tornear barro de alta y baja temperatura. Nos decía: “Lo más importante es centrar el trozo de barro”. Y sí: cuando no está bien centrado, el barro es un torbellino desbordándose e imposible de controlar.
Entonces cada parte del proceso de una pieza es el resultado de un trabajo colectivo.
La basura se acumula en el océano, en los ríos, en la tierra. Hoy en día hay ciudades-basura, islas-basura. La cultura capitalista nos motiva a comprar productos para luego desecharlos y a producir en masa para una demanda insaciable. Nos rodeamos en casa de objetos sin historias y vacíos. ¿Cómo cambiarían nuestros espacios si prestásemos atención a lo que consumimos?
La taza con sus curvas imperfectas y texturas cambiantes tardó días en hacerse, a veces incluso semanas. Las manos de sus hacedorxs estuvieron con la pieza en cada parte del proceso. La pieza contiene nuestro tiempo y creatividad; por eso, es especial y única. La cotidianidad se desacelera; tener un objeto hecho con las manos y la tierra es como un manifiesto de resistencia al consumismo; un respiro profundo. En AGUAVIVA creamos piezas despacio para la vida cotidiana.
Pincel de cerdas de cola de caballo. Trabaja Eli en el esmalte de una taza, 2019. Foto de MESH Agencia.
Jarra de la colección 2022. Esmalte blanco y verde, 2022. Foto de MESH Agencia.
Andrea Reed-Leal. Es historiadora y ceramista. Cofundó el estudio de cerámica contemporánea AGUAVIVA en 2013.