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Sueños de barro quemados en fuego

Por: Mónica Franco


¿Cuántos recipientes de barro tienes en tu casa?, ¿cuántas cazuelas, ollas o jarrones tienes para cocinar o conservar agua? Si son dos o tres no importa, eres una persona afortunada: tienes el pedacito del alma de un alfarero, además de un recipiente que dará mejor sabor a tus alimentos.
María Lourdes Candelaria Maceda Huerta tiene decenas de historias que contar acerca de su larga experiencia en el magisterio. Sin embargo, algo de lo que más atesora son las cuatro cazuelas de barro elaboradas de los sueños de barro de algún alfarero, las cuales resguarda en su hogar.
Lulú guisa en estas cazuelas los más tradicionales platillos poblanos, aderezados con los recuerdos de su infancia en el Barrio de La Luz. Sostiene que los artesanos son soñadores que, antes de trabajar el barro, la talavera, la madera o los bordados, imaginan y luego realizan sus piezas únicas y maravillosas.
De niña, Lulú se sentaba frente al horno que quemaba las enormes cazuelas de campana para los moles, o los sahumerios y candelabros vidriados en negro, para la temporada de muertos. Las rebabas que se desprendían en el proceso saltaban aún con fuego, como si danzaran; así recuerda ella las tardes que pasaba en el taller de alfarería de su padre, Luis Maceda Estévez, que se ubicaba en la 16 Norte número 3, en el Barrio de La Luz.
Algunas figuras de barro, que la maestra coleccionó por años, se encuentran a resguardo de la Gerencia del Centro Histórico y Patrimonio Cultural del Ayuntamiento de Puebla. Ella las donó en 2017, con la intención de que se difundiera el uso de utensilios de barro como parte del patrimonio cultural inmaterial de nuestra ciudad.
Entre estas piezas de colección están tres pescaderas de diferentes tamaños, que se utilizaban para una exhibición estética de los alimentos en la mesa —conservas de calabaza, duraznos, tejocotes; chiles poblanos rellenos de queso, manchamanteles o pescado tenso (seco y salado)—, así como dos ollas y una jarra para conservar el agua más fresca.

 Pescaderas, pieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX

Además, hay dos picheles, jarras de cuerpo alto y redondo que se ensanchan en la base; un jarrón con el rostro de un apache, elaborado exprofeso para el pulque; un jarro de trampa, llamado así por los agujeros y las tres boquillas que ostenta en su cuello, que simulan que el agua se regará al servirse.

 
Pichel sin decorado, pieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 

 
Pichel con decorado, pieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 

El Apachepieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 

En el conjunto también se observa un pequeño bracero, con una ollita encima; estos eran empleados para sahumar con incienso. Un florero y una figura decorativa de un panzón, similar a los tradicionales de Corpus Christi.

Bracero con ollitapieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 

Floreropieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 

 El Panzónpieza donada por María Lourdes Candelaria Maceda Huerta. 
Colección Alfarería del Barrio de La Luz s. XX 


Enérgica, tal como lo fue como supervisora de zona escolar, Lulú asegura que los chiles en nogada se debieran servirse en un plato de barro hecho en el Barrio de La Luz, y no en uno de talavera; al mismo tiempo declara que en Puebla “se dejó de vender talavera original […] que muchas veces sustituyen por cerámica o mayólica que traen de Guanajuato […] Si se quiere auténtica, hay que saberle, yo la compro en Artesanías Poblanas Joselito o en Arte Rodríguez con el licenciado Benjamín”.
Lo mismo comenta sobre el pozole de las fiestas patrias, que debería servirse en tazón de barro. Igualmente, que los pipianes, ayocotes y, por supuesto, el mole poblano, se deben cocinar en cazuela de barro. Incluso los quesos fundidos con chorizo saben mejor hechos en cazuelas torteras de barro, afirma Lulú. Aclara que no es enemiga de la talavera, pero insiste que, en sus tiempos de juventud, hasta el chicharrón se freía en cazuela de barro.
Para esta amante de la alfarería, es solo un mito que se siga utilizando greta (óxido de plomo) para esmaltar o vidriar el barro, situación por la que las amas de casa cambiaron las cazuelas de barro por las de aluminio y peltre. En los noventas, la popularidad de los sartenes y ollas de teflón incentivaron, aún más, el desuso del barro.
Es curioso cómo los recuerdos de Lulú y la alfarería siempre se mezclan con los platillos típicos. Por ejemplo, recuerda que antes de iniciar con el quemado de candelabros y sahumerios de las ofrendas de la temporada de muertos, un sacerdote bendecía el horno, se echaban cohetes y después se comían envueltos de mole poblano.
Por otro lado, nos comenta que el proceso de quemado del barro era riesgoso, por lo que existía una persona dedicada a ello: el hornero, quien, junto con sus auxiliares y echando mano de una varilla, se ayudaba para atizar las brasas de fuego, esas que ella de niña veía que danzaban por los aires. Quizá por eso, de jovencita, se convirtió en danzante folclórica y sacaba fuego del piso con su zapateado.
Este texto es parte de las raíces y los recuerdos de la memoria oral y escrita de la profesora Lulú, orgullosa hija de un alfarero.
Aquí las personas y familias que recuerda y que le gustaría que algún día fueran reconocidas: Sr. Miguel conocido como El Pajarito, el creador de las piezas donadas que se describen en este texto; el Sr. Jerónimo Alonso y su esposa Leonila Pérez; los hermanos Gómez Ponce, los cuates Rodríguez y su padre; Don Melitón, José Soriano e hijos; Francisca García e hijos; Antonio Villarados e hijos; Sr. Álvaro González (Comboy); Sr. Félix y esposa, familia López; Los Gordos o Churumbeles; Gerardo López Álvarez y Librado Salamanca e hijos.