Por Mónica Franco
Los muros de la manufacturera textil La Lyonesa —ubicada en la avenida 12 Oriente, entre 22 y 24 Norte, en el barrio de Los Remedios— resguardan vestigios históricos del proceso de industrialización que vivió el país en el periodo cardenista, cuando se incrementó el mercado nacional y se disminuyó la importación extranjera.
La mitad del recinto, que ocupa una manzana de calle, es similar al Museo Industrial de Metepec, en Atlixco. Cubiertos con un velo de polvo, perduran ahí las máquinas hiladoras de algodón, los rodillos para estampado de telas, las tinas de acero para preparar la tintura de las telas, las calderas y los ductos de ventilación. Perviven junto a los fantasmas de los obreros que dieron vida al sindicalismo en México.
Esta fábrica de hilado, tejido y acabado fue fundada en 1942 por el químico textil alemán Arturo Rotzinger Bader quien llegó a México a principios de 1920.
El fin del conflicto entre el Segundo Reich y los países aliados significó el exilio de los soldados alemanes que regresaron a Alsacia. El Tratado de Versalles, en 1919, obligó a Alemania a devolver ese territorio a Francia —que desde el final de la guerra franco-prusiana, en 1871, había sido anexado al entonces recién formado Imperio Alemán—.
Una vez en Puebla, Rotzinger Bader fue contratado por la Compañía Industrial de Atlixco, fundada en 1899 en la Hacienda de San Diego Metepec, lugar al que la materia prima y los especialistas llegaban en un tren de la Compañía de Ferrocarril de San Rafael y Atlixco.
Sus conocimientos sobre colorantes, sustancias químicas y fibras artificiales convirtieron al alemán en el responsable del proceso de acabado de las telas de la segunda textilera más grande de la época después de la de Río Blanco, Veracruz.
En 1930, diez años después de su llegada a México, Rotzinger Bader compró sus primeros tres telares y formó Textiles Lorena, con ahorros del cambio de monedas de oro y plata, acuñadas durante el porfiriato, con las que le pagaron por su trabajo especializado.
Así empieza la historia de La Lyonesa, una de las fábricas más antiguas del centro histórico de Puebla, que resiste estoicamente no solo la embestida del tiempo sino de la proliferación de los textiles chinos y de la pandemia de Covid-19.
Carlos Gerardo Rotzinger Fernández tiene 59 años, es técnico textil y nieto de aquel excombatiente alemán. Caminamos por la fábrica mientras me cuenta que los años dorados de la empresa fueron entre 1962 y 1985, cuando el precio de los combustibles se mantenía estable y aún no llegaban las telas sintéticas de China y de otros países asiáticos como India y Pakistán.
En 1994, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) benefició a sectores económicos como el automotriz, pero sepultó a la industria textil, del vestido y del juguete. “Las textileras empezaron a cerrar, pero nosotros nos mantuvimos”, me comenta.
“Nos mantiene el acabado de las telas. Puedes importar hilo y lo tejes en México, o puedes importar telas en crudo y nosotros le damos el último paso. A las telas puedo darles acabados suaves o rígidos, de mezclilla, repelente para casas de campaña, telas para pantallas de cine. Somos versátiles”, explicó Rotzinger Fernández.
El empresario textil retoma la historia de su abuelo Arturo Rotzinger Bader y de su padre, Arturo Rotzigner Lichtle. Regresamos a 1942, cuando textiles Lorena se convierte en La Lyonesa y se instala en el barrio de Los Remedios. El paso de un arroyo en la 12 Oriente, que nacía en la colonia América Sur, facilitó la producción de hilos para tejer telas.
Arturo padre dejó la Compañía Industrial de Atlixco después de 22 años, para dedicarse de lleno a la fabricación de telas en su empresa, con la ayuda de sus hijos Marcelo, Arturo, Alfredo y Ana. Para 1962, la familia Rotzinger compró los terrenos y casas rústicas que rodeaban la primera nave textil, fundada 20 años atrás, hasta ocupar toda una manzana.
Carlos Gerardo recuerda que su padre era un hombre inflexible, de carácter fuerte y poco expresivo, pero tan trabajador que estuvo al frente de la fábrica hasta seis meses antes de su muerte, a los 57 años.
“Mi padre no tenía huellas dactilares debido a que desde muy pequeño empezó a trabajar. Las telas, recién teñidas en tinas de madera, que parecían calderos de colores, eran tendidas en andamios. Ahí, los obreros, sentados, pasaban ocho horas colgando telas. Los químicos, el calor y la fricción le borraron sus marcas dactilares”, me cuenta Carlos.
“Actualmente, la fábrica cuenta con 80 trabajadores, entre obreros y administrativos, pero en algún momento llegaron a ser cerca de 200 obreros textiles”, prosigue, mientras me muestra la máquina RAME o Stenters, que realiza el ennoblecimiento textil y el secado que cientos de obreros y su padre realizaron manualmente por años.
Antes de salir de la fábrica, Carlos Rotzinger Mateos, de 32 años, quien es un productor de arte y espectáculos y es hijo de Carlos Gerardo, me muestra los tesoros de su familia: una colección de aproximadamente 100 rodillos de estampado Lyonesa, una técnica de impresión de telas por serigrafía. A ella le deben el nombre de la fábrica que fundó su bisabuelo.
Los recuerdos de estas cuatro generaciones de los Rotzinger se funden entre los telares que aún producen telas, entre el eco de los ductos de ventilación en los que hacemos sonar nuestras voces para conocer su longitud, entre el polvo de naves industriales habilitadas como set de grabación.
El futuro de la industria textil en Puebla es tambaleante y el de La Lyonesa es incierto, pero, en tanto el destino decide qué pasará con esta última, sus máquinas traídas desde Alemania, Francia, Checoslovaquia y Holanda, son custodias de la historia del Centro Histórico, la Casa de Todas y Todos.