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De la casa a los escenarios de los 60’s (Parte 1)

Por Ariel Azuara Campos

“Si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso”… Esta frase de Carlos Monsiváis era el motor del artista de los años 60’s en cada pincelada, cada verso. En las notas de pianos y telones había tanto que decir…

Al principio las tertulias se hacían en las casas, se fueron creando espacios, como la amplia sala de la casa de Anita Machorro viuda de Albisúa; ahí había un piano y sillas mirando al centro pegadas en el perímetro de las paredes para gozar del programa literario musical que iniciaba a las 8:00 y terminaba a las 12:00 de la noche a más tardar. Ella nos rentaba ese espacio para nuestras sesiones dominicales, en la que tomaban parte literatos, cantantes, músicos e invitados. El maestro de ceremonias Monsieur Cobel organizaba el programa. De aquellas reuniones se elegía lo mejor para un solo concierto anual realizado  en el Teatro Principal o el Auditorio Benavente o el de la Normal del Estado, cuando entré, yo tenía 14 años de edad, mis amistades eran más grandes.

 

 

¿Cómo olvidar la poesía de Gregorio de Gante, José Recek Saade o a Germán List Arzurbide y su movimiento estridentista; los versos de María Sánchez Robledo, Ernesto Moreno Machuca y José Murad, Alicia María Uzcanga Lavalle, casi todos tomaban como temática el amor,  excepto fray Gerónimo Verduzco y Dolores Posada Olayo quienes escribían poesía mística.

 

A las débiles puertas de mi celda sombría,

robándome el sosiego, la humana tontería

montó guardia de honor con zafia grosería.

                                                                                                                                                                                                                                                    Gregorio de Gante

Del Conservatorio de Música y Declamación del Estado también salieron varias figuras, bajo la batuta de Fausto de Andrés y Aguirre, pero no fueron las únicas, una de las más reconocidas en Puebla fue “el ruiseñor poblano” Concepción Velasco Fuentes y su maravillosa voz de soprano coloratura; la contralto Aurea Taboada, El concertista Enrique del Castillo; los niños cantores de Puebla, el compositor de música académica, Isaías Noriega de la Vega; Francisco Reyes Alegre y Fidencio Sánchez compositores de música inspirada en Puebla; los pianistas como Héctor Guerrero, Eduardo Olivares Iturriaga, también  magníficos acompañantes de cantantes de ópera como María Elena Pérez Reyes, la señora Eurosa y  el maestro Carlos Oropeza, quien por cierto era el músico de planta de programas de televisión en México, uno de ellos se llamaba Club del Hogar.

Y es que en Puebla hay, había y habrá mucho que decir, cantar, contar y mirar, tanto que aquella iniciativa que tuvieron los pintores en 1940 al fundar el Barrio del Artista, hoy sigue siendo uno de los atractivos de la ciudad.

El reconocido José Márquez a través de sus diferentes técnicas, las pinturas de caballete de su hermano Ángel, el estilo único para el retrato de Faustino Salazar –En honor a él y  durante un tiempo hubo una galería con su nombre dentro del Palacio Municipal de Puebla y otra para el pintor José Márquez-; la sensibilidad de Martín Serrano para captar la esencia de las flores, los murales de Fernando Rodríguez Lago –Aún hay un mural suyo en el Salón de Protocolos del H. Ayuntamiento-; los reconocidos grabados de Fernando Ramírez Osorio, quien también realizó el mural Nuevo Mundo en el Palacio Municipal de Tehuacán, Puebla.

Y Erasto  Cortés un excelente grabador de quien hoy el museo ubicado en la  Avenida 7 Oriente No. 4, en el Centro Histórico, lleva su nombre y resguarda su obra; las acuarelas de Jaime Andrade y  Esteban Aguirre Beltrán;  la destacada miniaturista Josefina Albisúa, de quien por supuesto hay otras obras…

 

 

Las  y los jóvenes de aquel tiempo éramos muy inquietos, Puebla danzaba al ritmo de diversas figuras como Vidal Calvario, Elías Guerra y Martha Molina de Martínez quienes dirigían grupos de Danza Folclórica; representaron a Puebla en México y en giras internacionales. Cinthya Cuottolene, Esther Feres, Alma Porras, Fabiola García Rosete y Ángeles Guzmán eran amantes del Ballet Clásico, a través de sus academias la niñez y juventud poblana aprendían la gracia del movimiento.

Estoy seguro de que todos los artistas que conocí, dedicaban la semana entera a practicar y practicar el arte en el que cada quien fue labrándose un nombre, pero para que nuestros domingos fuesen dejando buen sabor de boca, era muy usual que después de comer, asistiéramos al cine y disponernos a disfrutar de una función en la que se proyectaban siempre  dos películas en los cines Variedades Coliseo, Reforma, Puebla, Guerrero y México, incluso había dos cines  que presentaban hasta tres películas continúas, eran el cine Constantino y el Colonial. Durante el largo intermedio entre una y otra película, daba tiempo para ir a la dulcería por palomitas, refresco, alguna que otra golosina, fumarse un cigarro y comentar la película que acabábamos de ver o la emoción por la que iba a empezar. 

Ya para cerrar con broche de oro el paseo dominical, nada como ir al Café Rococó a saborear un exquisito pastel al calor de un café, mientras el matrimonio dueño del lugar, de origen alemán hacía un recorrido musical entre arias y canciones populares. Ella cantaba y él acompañaba al piano. A veces pienso que el café era solo un pretexto para hacer lo que más amaban, compartir el arte del sonido y el silencio, en el brillo de sus ojos verdes se notaba el amor a la música, incluso había momentos en los que disfrutábamos de los violines de Pedro Gómez… De las y los artistas poblanos tengo mucho más qué contar, pero eso será en la siguiente entrada de este blog.

Edición del texto: Erika Chávez González