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Las tardeadas estudiantiles en Puebla en los años sesenta

Por Ariel Azuara Campos

Si querías estar en una tardeada en los años sesenta, conseguir los discos de Elvis Presley, The Doors o The Beatles, era parte de tus necesidades vitales. Mis amigos de la secundaria, y luego los de preparatoria, buscaban cualquier ocasión y oportunidad para realizar la famosa tardeada estudiantil. Lo primero era saber en casa de quién se iba a realizar.

Claro que había que obtener el permiso de los padres, eso sí, bajo sus condiciones; después se acordaba con el grupo el día y la hora, aunque eso era muy fácil ya que por lo regular las tardeadas eran los viernes después de haber cumplido con nuestro deber de ir a la escuela, o los sábados de 5 de la tarde a 10 de la noche como máximo.

Hacer una tardeada era algo que nos tomábamos muy en serio, los organizadores se repartían las comisiones para tal efecto. Dependiendo del número de asistentes, aportábamos una cooperación para realizar las compras en la tienda del barrio, que poco a poco fuimos dominando hasta lograr un cálculo perfecto. Nuestra lista consistía en dos rejas de refrescos chicos, tres paquetes de pan de caja, un frasco de mayonesa grande, dos kilos de jamón o queso de puerco en rebanadas delgadas (según el presupuesto), un paquete de popotes, una lata grande de rajas en vinagre rojas, servilletas y hielo. Cuando había un poco más de dinero (rara vez sucedía, pero sí llegaba a pasar) se compraban aceitunas, palillos y queso de vaca que se partía en cuadros; eso era para días especiales, cuando estábamos celebrando un cumpleaños o festejando una mención honorífica para el grupo o al equipo mejor calificado al presentar un trabajo. Cualquier cosa era pretexto para reunirnos y convivir. 

Dos horas antes de que nos reuniéramos, los comisionados llegaban a la casa elegida para mover los muebles ¡Era básico dejar espacio suficiente para bailar! Quienes estaban en la comisión del “tentempié”  preparaban los bocadillos con mucha destreza: rápido ponían en media rebanada de pan, la media rebanada de jamón y una raja de adorno, así rendían y se veían más elegantes.

Los refrescos se enfriaban en una tina o en cubetas,  a un lado debía estar el destapador, popotes, y una toalla para secar el refresco, el cual, cuando llegábamos, ya estaba deliciosamente frío.

Al llegar contábamos cosas de la escuela, chistes “blancos” o comentábamos los artículos de revistas de la época como “Notitas musicales”. Seguramente lo más leído de esa publicación eran las dos páginas donde venía la canción de moda ¡Uy también la revista Cinelandia! Ahí nos enteramos del estreno de la película Odisea del Espacio 2001, estábamos muy pendientes de que llegara a la cartelera del cine Variedades.

Cuando se prendía la consola y se ponía un disco  LP del grupo o solista de moda, el responsable de repartir los bocadillos, pasaba con servilletas en mano. Aunque yo me los preparaba en casa, esos bocadillos de las tardeadas siempre me sabían mejor, no sé por qué.

Estoy seguro de que gracias a esas tardes de amistad, tuvimos la fortuna de conocer la música de grupos y solistas que se estaban escuchando seguramente en otras partes del mundo, Bill Haley, Ray Conniff, Fausto Papetti, The Rolling Stones, Janis Joplin, Bob Dylan, Connie Francis. Por supuesto, también escuchábamos las “rolas” (así les decíamos) de los artistas nacionales (Los Rebeldes del Rock, los Hooligans, los Locos del Ritmo, Crazy boys, los Apson, Los Brincos, Gloria Ríos, Rocking Devil´s, Angélica María, César Costa, Johnny Laboriel, Manolo Muñoz, Alberto Vázquez. ¡Qué tiempos! Y es que al llevar cada uno sus discos LP bajo el brazo (todos con nombre para que no se confundieran), se formaba un gran catálogo de música.

Bailábamos un buen rato. Cuando el ambiente estaba en pleno apogeo, alguien proponía el juego de “los calabaceados”,  que consistía en estar todos en pareja, salvo uno, y al comenzar el baile el calabaceado, fuera mujer u hombre, tomaba a cualquiera de las parejas, y así se continuaban intercambiando al calabaceado. ¡Era emocionante! porque al acabar la pieza musical, quien se quedara solo, entregaba una prenda. 

A veces alguien llevaba una guitarra, cuando eso sucedía… ¡Era el momento para cantar! Había canciones que no podían faltar en nuestro repertorio, una de ellas era “Siluetas”: 

Oh, anoche fui por ti (sin pensar)

Lo que me iba a suceder (al llegar)

Tras de tu ventana dos siluetas distinguí

En la oscuridad con otro te encontré (siluetas, siluetas, siluetas, siluetas)...

 

O “Tus ojos”, pero quizá las más conocida por todos mis amigos era “Mi pueblo” una canción de Paul Anka, cantada por César Costa:

Me fui de viaje solo, a ver si así

Tú me querías como yo a ti

Pero al llegar al pueblo en que nací

Al solo verlo, me sentí feliz. 

Toda la gente me empezó a mirar

Cuando al bajarme comencé a cantar

Oía a lo lejos las aves silbar

El sol de pronto quería brillar

 

Cuando ya estaba por terminar la reunión, el calabaceado debía cumplir un castigo. Así se finalizaban las tardeadas para todos, después el grupo comisionado acomodaba los muebles en su lugar, recogía la basura, colocaba los envases de refrescos en las rejas para poder entregarlos al día siguiente.

Ahora que lo pienso, esos años fueron momentos de cambio, las olimpiadas, el 68… México estaba cambiando y Puebla también.

 

Edición del texto: Erika Chávez González