Foto. Ángel Vidal
En culto a la Virgen del Rosario fue promovido por los religiosos de Santo Domingo, dedicando en cada uno de sus conventos una capilla a su devoción y la ciudad de Puebla no fue la excepción, siendo considerada esta como una joya del barroco exuberante de México, llamada desde el siglo XVII la Octava Maravilla del Nuevo Mundo y más reciente Relicario de América. Obra arquitectónica “Patrimonio de la Humanidad”, consagrada el 16 de abril de 1690 y dedicada al insigne obispo Manuel Fernández de Santacruz, gran mecenas y patrocinador del arte religioso.
La capilla comunica con el cuerpo de la iglesia por una portada de estilo barroco sobrio, en contraste con la riqueza interior, estando el arco de medio punto almohadillado, así en la rosca como en las jambas, y ligeramente abocinado, encuadrado por pilastras toscanas, en tanto que a los lados se ven columnas corintias adosadas, y arriba una especie de balcón con una ventana entre pilastras coronándolo todo.
El interior se caracteriza por planta de cruz latina, con brazos y testero algo cortos. La nave, dividida en tres tramos, con bóveda de cañón con lunetos como los brazos del crucero, tiene una cúpula muy esbelta con tambor y sobre el mismo unas ventanas que se abren y en la media naranja otras, con lucarnas al exterior, en que son notables las figuras de grandes niños de cerámica poblana.
El interior de la capilla es –sin exagerar- portentoso, donde la estructura arquitectónica ha sido cubierta con relieves en que la fantasía más osada ha sido interpretado el sentimiento religioso del pueblo en su época. El conjunto, a primera vista aturde, pues los lados de la nave, simétricos, revisten sus muros con marcos sustuosísimos para los seis grandes lienzos con que José Rodríguez Carnero pintó las escenas del Nacimiento de Cristo y los misterios gozosos del Rosario. Los relieves ascendentes, cubren las pilastras, las bóvedas, todo. Las pinturas son de tono sombrío, recién restauradas, pintadas con el estilo claroculista de la época, en contraste con las que adornan el crucero, del mismo pintor, que son tan luminosas y claras que bien podrían pasar por lienzos del siglo XVIII, siendo dicho contraste intencional para dar mayor realce e importancia a las escenas de los misterios gloriosos a los que pertenecen los pasajes de la Asunción, la Coronación y la Glorificación de la Virgen María.
En el centro del santuario se levanta el trono de la Virgen, con un baldaquino labrado por el maestro Lucas Pinto, de origen peninsular. El primer cuerpo con sus columnas de tecali y el segundo con las salomónicas doradas contribuyen a crear un efecto evanescente que flota desprendido del interior de la cúpula, en donde hasta los angelitos que decoran el segundo cuerpo y el capulín adoptan posiciones de danza tal si desearan ascender al reino celeste donde las vírgenes mártires exhiben los símbolos de su holocausto.
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H. Ayuntamiento de Puebla. (2009). Guía. Arquitectura representativa de la ciudad de Puebla (2ª ed.). México, México: L'anxaneta Ediciones