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RECUERDOS DE UNA COCACOLITA

por María del Rosario Aguirre Langle

 

Nací en Puebla, mi familia es de Puebla, amo entrañablemente a Puebla y me siento orgullosa de ella. Entre los festejos que más me hacen sentir este cariño es el desfile del 5 de Mayo, el que conmemora la victoria de 1862, cuando un puñado de hombres defendió la patria contra el Ejército francés, el más poderoso de ese tiempo.

Pero el desfile vistoso y colorido que hoy conocemos no siempre ha sido igual, no siempre ha recorrido las mismas calles y no sólo significa una fecha importante en el calendario escolar.

Les diré que rondando los años 60 el desfile se realizaba desde el Paseo Bravo hasta San José, porque el bulevar Héroes del 5 de Mayo todavía no existía porque el río San Francisco fue entubado en 1962, al cumplirse el centenario de la Batalla del 5 de Mayo.

En mi caso, empecé a desfilar desde cuarto grado de primaria, y la verdad es que siempre me gustó hacerlo. Pero mis mejores recuerdos son ya en secundaria.

Asistí a una escuela privada, sólo para señoritas, tal y como era la costumbre. Tuve de directora una religiosa muy activa, alegre, comprensiva pero exigente que desfilaba con nosotras tocando el tambor y dirigiendo los contingentes.

Nos reuníamos en el Paseo Bravo, y conforme iban llegando las escuelas nos daban nuestro lugar: primero las escuelas oficiales, luego las privadas, Centros Escolares, Asociación de Charros y Bomberos.

El trayecto era por avenida Reforma, dábamos vuelta en la 5 de Mayo, seguíamos la 3 Oriente, luego vuelta en la 2 Norte hasta San José, donde concluía el desfile y cada quien a su casa.
Como las calles del Centro Histórico son angostas, la hilera máxima era de ocho alumnos cada una.

Recuerdo que mi abuela me ponía en una bolsita de plástico un limón partido a la mitad para que lo chupara y no me fuera a desmayar.

Junto a mi escuela se formaban el Colegio Humboldt, El Central, El Vicente de Paúl (mejor conocido como Esparza), el Benavente y el Trinidad Sánchez Santos, escuela que era muy aplaudida y reconocida porque era la única en ese tiempo que contaba con bandas de guerra y música, y siempre iniciaba el desfile tocando la “Marcha de Zacatecas”.

¡Ah! Y cuando pasaban marcando los Centros Escolares todos gritaban: “¡Ahí van los cirqueros!”

LAS DIFERENCIAS

En esa época los jóvenes estudiantes del famoso Carolino se sentaban en las banquetas para decir piropos, echar una flor o un beso a la novia en turno; cuando querían propasarse con alguna chica se llevaban buenos golpes en los dedos con las baquetas del tambor, ya que en las escuelas mixtas colocaban a los varones en las orillas para proteger a sus compañeras.

Había escuelas que traían pleito casado con otras, ya fuera por líos de faldas y pantalones, o porque tocaba mejor la Banda de Guerra de tal o cual instituto educativo; por ejemplo, la Venustiano Carranza contra la Normal del Estado, actualmente BINE.

A los alumnos del Instituto Normal del Estado les decían “Los Pericos”, por el color verde de su uniforme. A nosotras nos decían “Las Cocacolitas”, porque nuestro uniforme era azul marino y rojo.

En la esquina de la 13 Norte con 3 poniente existía una cafetería que hacía “su agosto” con el montón de estudiantes que entrábamos el 5 de Mayo a comprar paletas heladas, sándwiches, capuchinos, galletas, pulseras, perfumes, lápices labiales, llaveros, tartas, refrescos de todas marcas, fríos o al tiempo. Ahí se hacían novios o se rompían noviazgos. Para mí fue maravilloso ese lugar, y con todo mi grupito de amigas echábamos relajo. Un año gastamos entre todas $20.00, muchísimo dinero para esa época. Recuerdo que durante tres domingos mi papá no me dio dinero.

EL DESFILE DE LAS FLORES
Puebla se engalanaba desde el día anterior al 5 de Mayo con los Cadetes del Heroico Colegio Militar y de la Naval de Veracruz que paseaban por el zócalo, siendo la atracción de todas las chicas casaderas.

Por la tarde-noche del 5 de Mayo se hacía un confeti de flores, sobre la avenida Reforma pasaban en carros preciosos descapotables, vehículos desde donde las señoritas lanzaban flores y sonrisas. Este recorrido se canceló porque la gente empezó a arrojar huevos con harina.

Sin duda estos desfiles llenaron una parte de mi adolescencia, época donde me sentaba en las jardineras de El Carmen para saborear mi paleta de guanábana de La Michoacana y observar, junto a mis compañeras, el cielo hermoso de esta inigualable Puebla.